Capítulo II
Comenzando
el segundo capítulo, Arendt se encarga de esclarecer esa idea comparativa que
se hace entre la necesidad orgánica y la material. La analogía resulta de la
intervención que ocupó la necesidad material dentro de la revolución francesa,
de manera que la figura explicativa del cuerpo social pasa por esa unión
imaginativa entre necesidad material y necesidad vital.
La
realidad que representa a esta figura simbólica es lo que el autor llama la
cuestión social, que no es más que el hecho de la pobreza. La pobreza es una
realidad que deshumaniza, pues vuelve al hombre esclavo de la necesidad
material.
En
conexión con lo anterior, Arendt afirma que las reflexiones teóricas del
momento sobre la pobreza sufrieron un giro con el pensamiento y las propuestas
de Marx. En este capítulo se asegura que el gran aporte que realiza Marx fue el
establecer la idea de que la pobreza puede tratarse como un cuerpo político que
pretende alcanzar la libertad.
La
idea anterior está sustentada en la creencia de Marx de que la pobreza es una
creación del hombre, es decir, es un factor de explotación. Aquí la autora
cuestiona con firmeza a Marx, viendo un fuerte reduccionismo, ya que Marx se
limita al origen del capitalismo como fuerza explotadora.
De
aquí se entiende entonces que Marx ve la violencia, y no la necesidad, como
causa determinante de la pobreza.
De
esta forma se genera entonces la vinculación entre economía y política, con el
convencimiento de que la reivindicación pasa por la revolución. En este punto
pasa entonces la reflexión de Marx sobre el proceso vital, es decir, su
consideración sobre la vida como el bien más importante.
Aquí
Arendt pasa a detallar dos etapas del pensamiento de Marx. En un primer
momento, Marx considera que la necesidad es resultado de la violencia humana, y
en una segunda instancia pasa a ver la opresión como un resultado económico, es
decir, invierte su postura (primero las condiciones económicas de necesidad
eran a causa de la violencia, y luego la opresión violenta es resultado de
procesos económicos). Arendt entiende este giro teórico de Marx en relación a
la ideologización de la economía.
Terminado
el espacio de Marx, el desarrollo del capítulo pasa a considerar la pobreza y
el desenvolvimiento de la revolución. En Europa las condiciones de miseria no
permitieron el desarrollo normal de una revolución, todo lo contrario a lo que
sucedía en los EEUU.
En
el nuevo continente no existía ni la miseria ni la pobreza, y por lo tanto el
problema planteado en esa revolución era estrictamente político y no social,
era la preocupación por la forma de gobierno, no por la forma o el orden
social.
Esta
ausencia de miseria permitió también a los padres fundadores comprender los
aspectos políticos de la pobreza, la incapacidad del pobre no solo en sus
condiciones materiales, sino en sus posibilidades de ser atendido, de
participar, de ser escuchado.
La
realización material del pobre pasa por la liberación sin tomar conciencia
sobre la libertad. En este sentido, las condiciones materiales y su solución
terminan asentándose en la esfera de la realización privada, sin buscar
distinción pública.
En
Europa, y específicamente en Francia, las condiciones de miseria promovieron la
compasión como inspiración fundamental de los hombres que llevaron a cabo la
revolución. En América, en cambio, la carga destructiva de la pobreza la
cargaron los esclavos negros. En este país los revolucionarios lograron acabar
con la esclavitud por una integridad de valores, específicamente en
consecuencia con el valor fundamental de la libertad, pero no en modo alguno
porque se conmovieran por las condiciones de los esclavos.
En
Francia la inspiración en la cuestión social pasa estrictamente por las
condiciones de fuerte pobreza y no por algún otro aspecto de superación o status social. La verdadera compresión
de los pobres y su beneficio de amplitud política llegará mucho después de la
revolución francesa, con la evolución de las atribuciones jurídicas y políticas
del Estado social de derecho.
En
América las consideraciones sobre los pobres y su preparación y desarrollo
pasaron no por la compasión sino por las reflexiones públicas sobre el papel de
cada ciudadano dentro de la república.
Hecha
esta diferenciación, Arendt profundiza sobre el tema de la pobreza y el
desarrollo de la revolución francesa. En primer lugar considera que la llegada
de un gobierno revolucionario no generó nuevas condiciones entre gobernantes y
gobernados, y que en el peor de los casos, fue una usurpación del poder.
En
relación a esto los agentes revolucionarios consideran como virtud la capacidad
para preocuparse por el bienestar del pueblo, es una capacidad para
desprenderse de las necesidades personales y observar la necesidad y el
padecimiento de la mayoría. En este sentido es que la compasión pasa a jugar un
papel fundamental en la revolución francesa, ya que precisamente significa el
poder padecer con el pueblo. Es una compasión sustentada en la pasión.
Es
por esto que los jacobinos se preocupaban más por el pueblo que por la
república, no estaban interesados por las formas de gobierno. A partir de aquí
cobra una gran relevancia y fuerza la idea de Rousseau sobre la voluntad
general, que siendo voluntad es mucho más fuerte e indivisible que el
consentimiento, el cual se refiere a la deliberación dentro de un cuerpo
político dado.
La
voluntad general contiene la idea de unidad. Es un elemento que permite
convertir al pueblo en un cuerpo homogéneo, que ahora no cuenta con el monarca
para que cumpla esta función. Sin embargo, la voluntad no debe ser confundida
con estabilidad.
Esta
concepción de unidad solo puede concebirse en lo que se refiere a la política
exterior, porque solo puede afirmarse frente a los enemigos. Esta situación
permitió concebir un “enemigo” interno en la nación, y más específicamente,
dentro de cada ciudadano: los intereses particulares de cada uno.
De
esta forma la voluntad general es la articulación del interés general de la
nación, que inevitablemente se contrapone a los intereses particulares de cada
individuo. Los ciudadanos deben confrontar internamente sus intereses
particulares con el fin de someterlos al interés general. De aquí que el
revolucionario muestre una actitud de confrontación con el interés particular.
Entendido
esto, Arendt explica las bases emocionales e interiores del movimiento
revolucionario. Como ya se mencionó, la fuerza mas importante de la revolución
es la compasión ante el sufrimiento del pobre. Vemos aquí la primera muestra de
la supremacía del corazón sobre la razón, en el siglo XVIII, antes del
romanticismo. La razón se entiende como fuente de egoísmo e indiferencia. Sin
pasión y compasión termina por desarrollarse en el vicio.
Según
Arendt, los revolucionarios franceses no concibieron la bondad mas allá de la
virtud ni la maldad más allá del vicio, es decir, no pudieron concebir la
maldad y la bondad fuera de los espacios sociales. La bondad y la maldad fuera
de lo social son condiciones del hombre natural, que se expresan en la
violencia, pues estando fuera de lo social, no se manifiestan a través de una
regulación o de la ley, sino de la simple fuerza. Estos absolutos (del bien y
del mal) son dañinos para el hombre porque se expresan en la violencia.
Además
de esta diferenciación, se deja en claro la diferencia entre compasión, piedad
y solidaridad. La compasión reduce los espacios o distancias que existen en las
relaciones entre los hombres, y no se basan en la reflexión o la elocuencia,
sino más bien en la expresividad básica del sentimiento en relación al
sufrimiento de una persona. La piedad es un sentimiento hacia el que sufre,
pero no es pasión, no es capacidad de sentir el sufrimiento, y por lo tanto se
expresa más en el discurso. De esta forma la compasión es irrelevante para la
política, pues carece de un discurso, y no se puede manifestar en las
relaciones políticas.
La
solidaridad es una expresión racional que motiva la acción, por lo tanto, puede
ser un encauzamiento político de la compasión (sin la pasión). La solidaridad
es promovida por el padecimiento, pero no se guía por este, en cambio la piedad
sí. No obstante esta definición o entendimiento se deja en claro que la piedad
es igual de capaz para la crueldad que la propia crueldad.
Esta
apertura de piedad, esa infinitud en el sentimiento, termina convirtiendo al
revolucionario en una persona insensible ante ciertas realidades, ya que
literalmente son capaces de sacrificar todo por la historia o la revolución.
Aquí hay una diferenciación clave con la revolución americana, pues en esta se
estableció, a través de los padres fundadores, instituciones duraderas que
organizaran la vida política de la nación, mientras que en Francia fue un
movimiento de liberadores movidos por el sentimiento de compasión hacia la
miseria.
Para
los americanos el pueblo era un conglomerado de intereses, todos iguales ante
la ley y con los derechos para deliberar y participar en el orden político
establecido por un marco jurídico basado en los ideales de libertad. En la
revolución francesa los ideales de liberación promueven al pueblo como fuerza
suprema, como fundamento de la política, mostrándolo en una falsa unidad, pues
se sustenta precisamente en la miseria.
Seguido
a estas reflexiones, Arendt profundiza aún mas es las motivaciones de los
revolucionarios franceses. Pasa a explicar como los sentimientos y pasiones que
se albergan en el corazón son experiencias íntimas y personales que
inevitablemente se desenvuelven a lo interno de cada persona, y en ese espacio
de confidencialidad es que encuentran sentido, ya que al alcanzar la luz
pública pierden su rectitud y se convierten, en cierta medida y de forma
inevitable en apariencia. Para Arendt es imposible no esconder los motivos del
corazón a la luz pública.
De
aquí la lucha de Robespierre contra la hipocresía, porque traspasó los
conflictos propios de lo interno del hombre a la esfera de la política, donde
terminaron siendo traducidos en fenómenos violentos, pues al verse expuestos
como situaciones públicas nunca encontraron solución. La lucha revolucionaria
era una exposición abierta de los sentimientos y las pasiones, el motivo de la
acción política se basaba entonces en la reciprocidad que hacía en su reflexión
en revolucionario con el sentimiento que le oprimía el corazón.
La
hipocresía pasa a jugar un papel fundamental como el vicio de los vicios,
porque la hipocresía es la apariencia que oculta el sentimiento, que miente y
engaña respecto a lo verdadero. Aquí el autor contrasta dos ideas sobre la
hipocresía, que de manera profunda se comprende en la dualidad entre ser y
apariencia: la de Sócrates y la de Machiavelli.
En
Sócrates la apariencia se va encontrar con una dualidad interna del hombre que
eventualmente la va a juzgar, son los principios rectores del autogobierno que
Sócrates consideró como los que deben dirigir la vida de los hombres. En
Machiavelli la recomendación es en aparentar, pero precisamente porque el
florentino sabe acusar la diferencia entre los asuntos de la apariencia y de la
permanencia, que tienen que ver con lo trascendente.
En
Francia la hipocresía sin dudas estaba vinculada con los sectores sociales
pudientes, que estaban profundamente corrompidos. Era una concepción sustentada
en el pensamiento de Rousseau, que entendía a la sociedad como el gran elemento
que corrompía al hombre bueno. Es por esto que Robespierre termina considerando
a los pobres como buenos y santos, pues se encuentran al margen del orden social
establecido. De aquí que los derechos del hombre que se establecen en Francia
son considerados como naturales, pre políticos, y que terminan considerándose el
sustento del orden político posterior. Son derechos que se basan en la
humanidad, en cuento que seres vivos que son poseedores de derechos, incluso
antes de cualquier entidad política que se establezca.
Para
cerrar el capítulo, Arendt formula una fuerte crítica a las revoluciones y su
sustento en la compasión, pues termina por concluir que esta direccionalidad
inevitablemente termina en actos violentos. Ha llegado a comprender que la
manifestación natural del pobre es la rabia y la venganza, pues el resultado de
una violencia exaltada que estalla por una frustración acumulada. Cuando la
revolución promueve la emancipación del oprimido en base a la compasión, genera
un desequilibrio ya que está actuando fuera de los campos de la racionalidad.
Arendt
está segura que la revolución, al intentar remendar la cuestión social a través
de medios políticos termina transformándose en terror, en violencia y crimen
justificado, porque proviene del pueblo, el cual, dentro de esta lógica, está
por encima de las instituciones.
La
idea de liberación de la necesidad ha sido la promotora de los demás
movimientos revolucionarios de la historia luego del siglo XVIII, y además se
sostienen en la cuestión social porque la confrontación entre pobres y ricos
genera mucha mas fuerza que la confrontación entre oprimidos y opresores.
El
gran legado negativo de la revolución francesa fue incluir lo social en la
política, la necesidad, situación que solo termina desembocando en violencia, o
al menos así lo comprendió Hannah Arendt.
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