CAPITULO
IV
TRABAJO
En
este capítulo, la autora explica de manera más detallada el concepto de
“trabajo”. El concepto de trabajo está profundamente relacionado en Arendt con
el concepto de construcción del mundo. A diferencia del trabajo de nuestros
cuerpos, que se estudió en el capítulo anterior como la “labor”, el trabajo de
nuestras manos, fabrica la interminable variedad de cosas cuya suma total
constituye el artificio humano, el mundo en que vivimos. No son bienes de
consumo sino objetos de uso, y su uso no causa su desaparición. Dan al mundo la
estabilidad y solidez sin la cual no se podría confiar en él para albergar esta
criatura inestable y mortal que es el hombre.
Pero
estos objetos, resultado del trabajo de nuestras manos, tienen una
característica esencial, y es que se agotan con el uso. Aunque no lo
consumamos, aunque no lo usemos, las cosas del mundo en algún momento decaen y
vuelven al total proceso natural del que fueron sacadas. Por lo tanto, la durabilidad
del mundo de las cosas no es absoluta. Arendt coloca de ejemplo a una silla la
cual abandonada a sí misma o arrojada del mundo humano, se convertirá de nuevo
en madera, y la madera se degradará y retornará a la tierra de la que había
surgido el árbol antes de ser talado y devenir el material sobre el que
trabajar y con el que construir. Sin embargo, aunque el uso desgasta estos
objetos, no era éste el propósito por el que fueron fabricados, por lo tanto,
este fin no forma parte de un plan preconcebido, pero lo que el uso agota, es
el carácter duradero. La destrucción, a pesar de inevitable, es accidental al
uso pero inherente al consumo.
Este
carácter duradero da a las cosas del mundo su relativa independencia con
respecto a los hombres que las producen y que las usan, su objetividad que las
hace oponerse, resistir y soportar, al menos por un tiempo, las necesidades y
exigencias voraces de sus usuarios vivos. Frente a la subjetividad de los
hombres se sitúa la objetividad del artificio hecho por el hombre y no la
indiferencia de la naturaleza. . Sólo porque hemos erigido un mundo de objetos
a partir de lo que la naturaleza nos da y hemos construido este ambiente
artificial dentro de la naturaleza, podemos considerar a la naturaleza como
algo “objetivo”. Sin un mundo entre los hombres y la naturaleza, habría
movimiento eterno, pero no objetividad.
Explica
la autora que el homo faber, para elaborar sus productos, se enfrenta a la
naturaleza, sobre la cual ejerce una violencia que sería inevitable. El homo
faber, extrae de la naturaleza la materia y la transforma en material, ya
matando un proceso de vida, como en el caso del árbol que provee de madera, ya
interrumpiendo uno de los procesos naturales más lentos, como en el caso del
hierro, la piedra o el mármol arrancados del seno de la tierra. Por eso es éste, el homo faber, el que actúa
como si fuese el amo y señor de la Tierra y en ésta todo estuviese a su
servicio, mientras que el animal laborans, el laborante, sometido a los ciclos
de la vida biológica, sigue siendo el siervo de la naturaleza y de la Tierra.
La experiencia de esta violencia es la más elemental de la fuerza humana y, al
mismo tiempo, la opuesta del esfuerzo agotador y doloroso, experimentado en la
pura labor.
A
diferencia de la actividad de la labor, donde la labor y el consumo son sólo
dos etapas de un idéntico proceso, la fabricación y el uso son dos procesos
enteramente distintos. El fin del proceso de fabricación se da cuando la cosa
está terminada, y este proceso no necesita ser repetido. El impulso hacia la
repetición procede de la necesidad del artesano de ganarse su medio de
subsistencia, esto es, del elemento de la labor inherente a su trabajo, o puede
también provenir de la demanda de multiplicación en el mercado. En ambos casos,
el proceso es repetido por razones externas a sí mismo, a diferencia de la
compulsiva repetición inherente a la labor, en que uno debe comer para poder
laborar y debe laborar para poder comer. Esta diferente relación se debe al
hecho de que “lo que guía al trabajo de fabricación está al margen del
fabricante”, indicando con esto que, mientras que son nuestras propias y
subjetivas sensaciones las que nos inducen a laborar, la idea o modelo a partir
del cual el homo faber fabrica algo, es exterior a él, y no queda destruida o
agotada en el proceso mismo, como sí desaparecen los apremios vitales que
motivan el laborar, una vez que han sido satisfechos.
Según
lo explicado por Arendt, se puede afirmar entonces que, en el trabajo, el homo
faber goza de una independencia que el
laborante no conoce. En efecto, podríamos vivir sin trabajar, pero no sin el
esfuerzo cotidiano de la labor. Es por ello que el trabajo es el primer impulso
del ser humano en cuanto tal, es decir, la primera actividad propiamente
humana. Una vez satisfechas las necesidades vitales con el laborar, el ser
humano podría detenerse y descansar. Por el contrario, es entonces cuando
empieza a añadir cosas, objetos, mediante la fabricación, y por ello a
construir su mundo, el del artificio humano como bien lo señala Arendt.
Todo
esto nos lleva a la consideración del carácter instrumental de las cosas
mundanas. Al respecto, Arendt afirma que la experiencia más fundamental que
tenemos de la instrumentalidad surge del proceso de fabricación. Y aquí sí que
es cierto que el fin justifica los medios, más aún, los produce y los organiza.
El fin justifica la violencia ejercida sobre la naturaleza para obtener el
material, tal como la madera justifica que matemos el árbol, y la mesa
justifica la destrucción de la madera. La esencia de la instrumentalidad queda
entonces perfectamente expresada por la categoría medios/fin, que es la que nos
permite entender la utilidad del útil en términos del medio apropiado para
obtener el fin que se busca, es decir el objeto, el producto. El homo faber
vive pues en un mundo básicamente instrumental, en el cual, partiendo de sus
propios modelos, crea en primer lugar útiles e instrumentos/medios, para
alcanzar luego como fines, nuevos productos.
WILBER ROSAL
C.I: 20093548
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