- Introducción: Guerra y Revolución.
La
literata y autora nos presenta un preludio cargado de sustancialidad en sus
argumentos, pues bien; hace una primera referencia donde recalca que nuestro
siglo pasado (S.XX) ha estado influenciado y caracterizado por la existencia de
guerras y revoluciones, con trascendental importancia hasta tiempos modernos
incluso sin sucumbir ni perecer ante las distintas justificaciones ideológicas
de la historia misma. Denota además el olvido eximido de la propia idea y causa
determinadora histórica, la de libertad; que le ha dado base a ciencias como la
política, asunto tal que perduraría en la antigüedad, pues dicha idea
libertaria quedaría sumida por una serie de años, ese abandono pudiera
atribuirse a la contextualidad de aquel momento y las tradiciones presentes en revolucionarios y demás semejantes, cosa que no fue muy distinta
en cuanto a propósitos mismos de las guerras, ya que tampoco estaba incluida la
idea de libertad en sus fines.
Así
bien, posteriormente se nos plantean ciertos elementos que aluden a la
justificación de la guerra incluyendo la concepción de la violencia desligada
de las relaciones políticas, tal desligamiento data de tiempos anteriores, de
la época de los griegos; cuyas relaciones políticas siempre estuvieron a la orden
de la disuasión y persuasión mismas. Aunque dice la autora que es en los
romanos antiguos donde visualizaríamos la justificación de la guerra como tal
(justa- injusta) donde tampoco se incluía el ideal de libertad, por lo que se
le otorgaba una atribución de “justo” a lo “necesario”. Entonces bien, se nos
hace entender que la libertad no fue correspondida y adoptada en tradición por
el seno de la guerra sino hasta que entró en el plano la innovación del
armamentismo nuclear, una vez que se dio por asumida dicha evolución técnica
donde podría ausentarse la racionalidad de los usos de aquellos medios
destructivos y bélicos. La libertad entró a considerarse como una suerte de
mediador y justificador de lo que por la racionalidad no se podría.
H.
Arendt hace mención de ciertos elementos (cuatro) que pudieren apuntalar a la
eliminación de lo que ella concibe como “Aniquilación Total” o “Guerra Total”:
1.- Dicha guerra emergería con la Primera Guerra
Mundial, donde no se veló por diferenciar entre la esfera civil y la militar,
por causa de las “nuevas” armas utilizadas.
2.- Se generaría la máxima;
a posteriori de la Primera Guerra Mundial suscitada; de que nadie (entiéndase
Estado, Nación, Forma de Gobierno) tendría la suficiente fortaleza para
sobrevivir a una fracaso militar.
3.- Se toma en cuenta el
elemento disuasivo ante lo militar como una estrategia que buscaría por medio
de la coerción u amenaza que no se concretaría; evitar la acción armamentista.
4.- Según la autora es el
hecho más relevante, el que sugiere la creciente interdependencia entre la
guerra y la revolución que se habría venido dando, inclinando la balanza por la
segunda; acota el ejemplo de la Revolución Americana en el caso antiguo de que
las revoluciones vinieran antecedidas o en simultaneo con la revolución y ahí
se muestra su reciprocidad.
De
dicho modo, dice Arendt que años posteriores se volvería un común denominador
el pensar a la revolución misma como la finalidad empírica de la guerra con el
causal e ideal de libertad imbricado. Nos asegura también que sin importar si las
guerras son eliminadas, el siglo igual quedaría condicionado por las
revoluciones. Más adelante describe el hecho común que ha caracterizado en la
historia el devenir bélico y revolucionario; factor también de
interdependencia, constatado en la violencia incluida en ambas, lo describe
explícitamente con el término de “común denominador”, pero aclara que el factor
violencia no es el determinante de las guerras mismas y las revoluciones; sino
un promotor de ellas, cuando se margina y se silencia arbitrariamente al
hombre, allí cuando la violencia es absoluta y única es que se le da una
inclusión en el espectro político. Cuando exista una limitación política es que
la revolución y la guerra podrán justificar el medio de la violencia, de lo
contrario no se consideraría política.
Finalizando,
se hace alusión al antiguo “estado de naturaleza” ahistórico según la autora,
donde se dé la implicación y existencia de un “origen” aislado de todo proceso
ulterior. Y es entonces donde cobra vida la hipótesis del origen histórico de
la revolución en la violencia con ejemplificaciones bíblicas y seculares. Pues asegura
Arendt que: “…la violencia fue el origen
y, por la misma razón, ningún origen puede realizarse sin apelar a la
violencia, sin la usurpación” (Pág. 23).
- Capítulo I: El significado de la Revolución.
Una
vez siendo introducidas y expuestas las ideas de Arendt, donde se nos adentró
en nociones empíricas tales como “revolución” y “guerra”, la misma autora
pretende ahora enfocarse específicamente en cuanto a la terminología de
revolución, pretendiendo generar una concepción del término en sentido y dentro
de la esfera política aislada del carácter histórico que pudiere atribuírsele.
No
podemos dejar pasar por alto una idea central a la que nos hace referencia y
alude la autora desde un primer momento, y es el hecho de que: “Las revoluciones cualquiera que sea el modo
en que las definamos, no son simples cambios” (Pág. 25). Teniendo dicha premisa presente; se entenderá entonces
que pese a que se le atribuye a la noción de “revolución” un cambio, no todo
cambio es revolución; ya que no todo cambio puede considerarse como una mera
transformación.
No
obstante, la noción de revolución no podría estar desligada y ser inherente en
su base y sentido según la postura arendtiana a que dentro de su seno exista lo
que en terminología griega se conoce como el vocablo “Phatos” que sugiere y apunta
hacia la “Novedad” y que más allá de ello apuntalará a la idea de existencia de
un “Nuevo Origen”, el resurgir de una realidad incipiente completamente nueva.
Se asume que la época de la Antigüedad si bien estuvo altamente condicionada
por insurrecciones históricas y procesos efervescentes, ninguno de los
suscitados contuvo las características para engendrar una nueva realidad, un
nuevo comienzo.
Con
el transcurrir de la lectura podemos evidenciar un antecedente característico a
las revoluciones modernas, y es la “cuestión social” y su influencia en las
distintas revoluciones dadas a lo largo de la historia, y es que bien, dicho
factor verdaderamente tuvo carácter revolucionario solo en la época de la
modernidad en la que se estableció como inherente a la pobreza del hombre con
su misma condición humana condenados a estar sujetos a la eterna dualidad
“pocos-muchos”, se dice que se habría superado la pobreza del continente
americano incluso antes de la Edad Moderna, pero la cuestión social tomaría su verdadero
argumento revolucionario junto a la rebelión de los pobres (oprimidos por las
consecuencias de un desarrollo impar) una vez la Europa conociese dicha
situación, ya que fueron las condiciones preponderantes en América (no la
Revolución Americana propiamente dicha) lo que verdaderamente motivó un
espíritu revolucionario en el continente europeo.
Así
mismo, también se trastoca el tema de la religiosidad; y es que se les atribuyó
a las revoluciones modernas un origen cristiano; proveniente de la esencia de
rebeldía que poseían las antiguas sectas de cristiandad, traspasando dicho
carácter a las revoluciones. Es cuando entra en la esfera el tema de la
secularización (separación de la religión del plano político); muy propiamente
dicho influyente y que permite comprender el fenómeno revolucionario como tal,
ya que la secularización misma pudiere sugerir el origen de la revolución. Hay
que denotar que durante una línea temporal prolongada las vicisitudes y
cuestiones humanas siempre estuvieron en constante devenir y cambio; pero no
daban como producto el nacimiento de algo distinto.
Así
bien; entra en el contexto de la explicación la llamada “Libertad”; que funge
como un elemento relevante en el entendimiento del fenómeno revolucionario en
sí; y es que indefectiblemente según H. Arendt dicha condición deberá “…coincidir con la experiencia de un nuevo
origen” (Pág. 37). De este modo la autora nos hace una breve distinción
entre “Libertad” y “Liberación”, exponiendo que factiblemente la liberación
responda a ser una condición de la libertad; pero sin necesariamente conllevar
a la misma, por lo tanto las pretensiones de liberar no congenian precisamente
con la aspiración de la libertad. Pasamos ahora a acuñar en la reseña el
aspecto de fenómeno político con el cual se consideró a la idea de libertad que
tiene sus orígenes en la antigua Grecia. Ya que anteriormente los conciudadanos
de estas latitudes vivían sin una clara distinción entre los que gobiernan y
los que son gobernados, viendo esto expresado con el término “isonomía”
(ausencia de poder), y argumentándonos que la igualdad y la libertad en sus
orígenes eran muy similares, la isonomía era un garante de la igualdad; y esta
última existía única y estrictamente en la esfera de lo público; permitiendo a los hombres
reunirse como ciudadanos y no como privados. Por lo tanto se concluye a la
isonomía como un atributo de la antigua polis griega, ya que la libertad del
hombre era; en cuanto a la presencia de otros, se necesitaba un espacio de
reunión, un área política apropiada para su desarrollo. Es aquí donde toma
relevancia y congruencia entonces la acción y la palabra; a través de la esfera
pública. La revolución incluye con simultaneidad tanto a la libertad como a la
liberación, pero la autora deja bien en claro que “no son la misma cosa”.
Otro
aspecto importante a destacar es que Arendt afirma que “ni la violencia ni el cambio pueden servir para describir el fenómeno
de la revolución” (Pág. 45). Si bien la violencia ha sido
característica primigenia de los fenómenos históricos revolucionarios, solo se
podrá otorgar la catalogación de “revolución” cuando la violencia sea utilizada
en virtud de la creación de un nuevo orden o cuerpo político, una nueva forma
de gobierno.
Arendt;
pone especial atención en Nicolás Maquiavelo a quien le merece una consideración
particular: “padre espiritual de la
revolución”, por ser un precursor del fenómeno de la revolución al separar
los asuntos religiosos de los políticos; creando una esfera secular, por ende
novedosa, nueva y revolucionaria.
En
cuanto a la terminología de “revolución” hay que acotar que no sería sino la
misma línea del tiempo la que iría moldeando su significado, nutriéndola de
nuevas concepciones y caracterizaciones y haciéndola maleable ante el “novus
ordo saeclorum”, ya que paulatinamente iría adquiriendo su significación
particular. Han sido múltiples los significados otorgados al vocablo, entre
ellos el astronómico.
La
autora destaco que para realmente conocer el qué es una revolución en cuanto
las implicaciones y significaciones políticas sería necesario evocar a procesos
históricos únicos y característicos como lo fueron la Revolución Americana y la
Francesa. Hay que comentar que los espíritus revolucionarios de sus
protagonistas estaban viciados de un ideal de restauración consecuencia de las
circunstancias de ese momento. Por otro lado ese “phatos” que incluía lo
novedoso tardaría casi 200 años en alcanzar la esfera política, pero una vez
alcanzada todos los asuntos girarían en torno a la constitución de un fenómeno
político con particularidad arraigada, creando una nueva historia en el haber
revolucionario. Asume que si bien la Revolución Francesa tenía como objetivo
primordial en un primer momento a la “libertad”, esta desviaría su esencia para
cubrir las necesidades de pobreza de la Europa del momento; condenándola al
fracaso rotundo, sin embargo argumenta Arendt que el curso de dicha Revolución
es el que le daría la connotación al uso
actual de la palabra “revolución”; esto sin excluir enteramente a los Estados
Unidos; ya que según la misma autora la Revolución Americana es considerada como
la única y verdadera por incluir en su seno los elementos necesarios para
considerarla (nuevo origen, novedad, cambio, espíritu revolucionario, violencia
e irresistibilidad).
Para
finalizar el capítulo hace una explicación de la problemática que significaban
los hombres que asistían a las escuelas de la revolución, ya dichas personas
podían con antelación y gracias al aprendizaje obtenido saber y dilucidar cual
dirección tomaría la misma enmarcados en el curso mismo de los acontecimientos
en suceso.
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