lunes, 19 de agosto de 2013

GENARO LOBO: Introducción y Capítulo I - “Sobre la Revolución” – Hannah Arendt.


  •    Introducción: Guerra y Revolución.

La literata y autora nos presenta un preludio cargado de sustancialidad en sus argumentos, pues bien; hace una primera referencia donde recalca que nuestro siglo pasado (S.XX) ha estado influenciado y caracterizado por la existencia de guerras y revoluciones, con trascendental importancia hasta tiempos modernos incluso sin sucumbir ni perecer ante las distintas justificaciones ideológicas de la historia misma. Denota además el olvido eximido de la propia idea y causa determinadora histórica, la de libertad; que le ha dado base a ciencias como la política, asunto tal que perduraría en la antigüedad, pues dicha idea libertaria quedaría sumida por una serie de años, ese abandono pudiera atribuirse a la contextualidad de aquel momento y las tradiciones presentes en revolucionarios y demás semejantes, cosa que no fue muy distinta en cuanto a propósitos mismos de las guerras, ya que tampoco estaba incluida la idea de libertad en sus fines.

Así bien, posteriormente se nos plantean ciertos elementos que aluden a la justificación de la guerra incluyendo la concepción de la violencia desligada de las relaciones políticas, tal desligamiento data de tiempos anteriores, de la época de los griegos; cuyas relaciones políticas siempre estuvieron a la orden de la disuasión y persuasión mismas. Aunque dice la autora que es en los romanos antiguos donde visualizaríamos la justificación de la guerra como tal (justa- injusta) donde tampoco se incluía el ideal de libertad, por lo que se le otorgaba una atribución de “justo” a lo “necesario”. Entonces bien, se nos hace entender que la libertad no fue correspondida y adoptada en tradición por el seno de la guerra sino hasta que entró en el plano la innovación del armamentismo nuclear, una vez que se dio por asumida dicha evolución técnica donde podría ausentarse la racionalidad de los usos de aquellos medios destructivos y bélicos. La libertad entró a considerarse como una suerte de mediador y justificador de lo que por la racionalidad no se podría.

H. Arendt hace mención de ciertos elementos (cuatro) que pudieren apuntalar a la eliminación de lo que ella concibe como “Aniquilación Total” o “Guerra Total”:
1.-  Dicha guerra emergería con la Primera Guerra Mundial, donde no se veló por diferenciar entre la esfera civil y la militar, por causa de las “nuevas” armas utilizadas.
2.- Se generaría la máxima; a posteriori de la Primera Guerra Mundial suscitada; de que nadie (entiéndase Estado, Nación, Forma de Gobierno) tendría la suficiente fortaleza para sobrevivir a una fracaso militar.
3.- Se toma en cuenta el elemento disuasivo ante lo militar como una estrategia que buscaría por medio de la coerción u amenaza que no se concretaría; evitar la acción armamentista.
4.- Según la autora es el hecho más relevante, el que sugiere la creciente interdependencia entre la guerra y la revolución que se habría venido dando, inclinando la balanza por la segunda; acota el ejemplo de la Revolución Americana en el caso antiguo de que las revoluciones vinieran antecedidas o en simultaneo con la revolución y ahí se muestra su reciprocidad.

De dicho modo, dice Arendt que años posteriores se volvería un común denominador el pensar a la revolución misma como la finalidad empírica de la guerra con el causal e ideal de libertad imbricado.  Nos asegura también que sin importar si las guerras son eliminadas, el siglo igual quedaría condicionado por las revoluciones. Más adelante describe el hecho común que ha caracterizado en la historia el devenir bélico y revolucionario; factor también de interdependencia, constatado en la violencia incluida en ambas, lo describe explícitamente con el término de “común denominador”, pero aclara que el factor violencia no es el determinante de las guerras mismas y las revoluciones; sino un promotor de ellas, cuando se margina y se silencia arbitrariamente al hombre, allí cuando la violencia es absoluta y única es que se le da una inclusión en el espectro político. Cuando exista una limitación política es que la revolución y la guerra podrán justificar el medio de la violencia, de lo contrario no se consideraría política.

Finalizando, se hace alusión al antiguo “estado de naturaleza” ahistórico según la autora, donde se dé la implicación y existencia de un “origen” aislado de todo proceso ulterior. Y es entonces donde cobra vida la hipótesis del origen histórico de la revolución en la violencia con ejemplificaciones bíblicas y seculares. Pues asegura Arendt que: “…la violencia fue el origen y, por la misma razón, ningún origen puede realizarse sin apelar a la violencia, sin la usurpación” (Pág. 23).

  •     Capítulo I: El significado de la Revolución.

Una vez siendo introducidas y expuestas las ideas de Arendt, donde se nos adentró en nociones empíricas tales como “revolución” y “guerra”, la misma autora pretende ahora enfocarse específicamente en cuanto a la terminología de revolución, pretendiendo generar una concepción del término en sentido y dentro de la esfera política aislada del carácter histórico que pudiere atribuírsele.

No podemos dejar pasar por alto una idea central a la que nos hace referencia y alude la autora desde un primer momento, y es el hecho de que: “Las revoluciones cualquiera que sea el modo en que las definamos, no son simples cambios” (Pág. 25). Teniendo dicha premisa presente; se entenderá entonces que pese a que se le atribuye a la noción de “revolución” un cambio, no todo cambio es revolución; ya que no todo cambio puede considerarse como una mera transformación.

No obstante, la noción de revolución no podría estar desligada y ser inherente en su base y sentido según la postura arendtiana a que dentro de su seno exista lo que en terminología griega se conoce como el vocablo “Phatos” que sugiere y apunta hacia la “Novedad” y que más allá de ello apuntalará a la idea de existencia de un “Nuevo Origen”, el resurgir de una realidad incipiente completamente nueva. Se asume que la época de la Antigüedad si bien estuvo altamente condicionada por insurrecciones históricas y procesos efervescentes, ninguno de los suscitados contuvo las características para engendrar una nueva realidad, un nuevo comienzo.

Con el transcurrir de la lectura podemos evidenciar un antecedente característico a las revoluciones modernas, y es la “cuestión social” y su influencia en las distintas revoluciones dadas a lo largo de la historia, y es que bien, dicho factor verdaderamente tuvo carácter revolucionario solo en la época de la modernidad en la que se estableció como inherente a la pobreza del hombre con su misma condición humana condenados a estar sujetos a la eterna dualidad “pocos-muchos”, se dice que se habría superado la pobreza del continente americano incluso antes de la Edad Moderna, pero la cuestión social tomaría su verdadero argumento revolucionario junto a la rebelión de los pobres (oprimidos por las consecuencias de un desarrollo impar) una vez la Europa conociese dicha situación, ya que fueron las condiciones preponderantes en América (no la Revolución Americana propiamente dicha) lo que verdaderamente motivó un espíritu revolucionario en el continente europeo.

Así mismo, también se trastoca el tema de la religiosidad; y es que se les atribuyó a las revoluciones modernas un origen cristiano; proveniente de la esencia de rebeldía que poseían las antiguas sectas de cristiandad, traspasando dicho carácter a las revoluciones. Es cuando entra en la esfera el tema de la secularización (separación de la religión del plano político); muy propiamente dicho influyente y que permite comprender el fenómeno revolucionario como tal, ya que la secularización misma pudiere sugerir el origen de la revolución. Hay que denotar que durante una línea temporal prolongada las vicisitudes y cuestiones humanas siempre estuvieron en constante devenir y cambio; pero no daban como producto el nacimiento de algo distinto.

Así bien; entra en el contexto de la explicación la llamada “Libertad”; que funge como un elemento relevante en el entendimiento del fenómeno revolucionario en sí; y es que indefectiblemente según H. Arendt dicha condición deberá “…coincidir con la experiencia de un nuevo origen” (Pág. 37). De este modo la autora nos hace una breve distinción entre “Libertad” y “Liberación”, exponiendo que factiblemente la liberación responda a ser una condición de la libertad; pero sin necesariamente conllevar a la misma, por lo tanto las pretensiones de liberar no congenian precisamente con la aspiración de la libertad. Pasamos ahora a acuñar en la reseña el aspecto de fenómeno político con el cual se consideró a la idea de libertad que tiene sus orígenes en la antigua Grecia. Ya que anteriormente los conciudadanos de estas latitudes vivían sin una clara distinción entre los que gobiernan y los que son gobernados, viendo esto expresado con el término “isonomía” (ausencia de poder), y argumentándonos que la igualdad y la libertad en sus orígenes eran muy similares, la isonomía era un garante de la igualdad; y esta última existía única y estrictamente en la esfera de  lo público; permitiendo a los hombres reunirse como ciudadanos y no como privados. Por lo tanto se concluye a la isonomía como un atributo de la antigua polis griega, ya que la libertad del hombre era; en cuanto a la presencia de otros, se necesitaba un espacio de reunión, un área política apropiada para su desarrollo. Es aquí donde toma relevancia y congruencia entonces la acción y la palabra; a través de la esfera pública. La revolución incluye con simultaneidad tanto a la libertad como a la liberación, pero la autora deja bien en claro que “no son la misma cosa”.

Otro aspecto importante a destacar es que Arendt afirma que “ni la violencia ni el cambio pueden servir para describir el fenómeno de la revolución”  (Pág. 45). Si bien la violencia ha sido característica primigenia de los fenómenos históricos revolucionarios, solo se podrá otorgar la catalogación de “revolución” cuando la violencia sea utilizada en virtud de la creación de un nuevo orden o cuerpo político, una nueva forma de gobierno.

Arendt; pone especial atención en Nicolás Maquiavelo a quien le merece una consideración particular: “padre espiritual de la revolución”, por ser un precursor del fenómeno de la revolución al separar los asuntos religiosos de los políticos; creando una esfera secular, por ende novedosa, nueva y revolucionaria.

En cuanto a la terminología de “revolución” hay que acotar que no sería sino la misma línea del tiempo la que iría moldeando su significado, nutriéndola de nuevas concepciones y caracterizaciones y haciéndola maleable ante el “novus ordo saeclorum”, ya que paulatinamente iría adquiriendo su significación particular. Han sido múltiples los significados otorgados al vocablo, entre ellos el astronómico.

La autora destaco que para realmente conocer el qué es una revolución en cuanto las implicaciones y significaciones políticas sería necesario evocar a procesos históricos únicos y característicos como lo fueron la Revolución Americana y la Francesa. Hay que comentar que los espíritus revolucionarios de sus protagonistas estaban viciados de un ideal de restauración consecuencia de las circunstancias de ese momento. Por otro lado ese “phatos” que incluía lo novedoso tardaría casi 200 años en alcanzar la esfera política, pero una vez alcanzada todos los asuntos girarían en torno a la constitución de un fenómeno político con particularidad arraigada, creando una nueva historia en el haber revolucionario. Asume que si bien la Revolución Francesa tenía como objetivo primordial en un primer momento a la “libertad”, esta desviaría su esencia para cubrir las necesidades de pobreza de la Europa del momento; condenándola al fracaso rotundo, sin embargo argumenta Arendt que el curso de dicha Revolución es el que le daría la  connotación al uso actual de la palabra “revolución”; esto sin excluir enteramente a los Estados Unidos; ya que según la misma autora la Revolución Americana es considerada como la única y verdadera por incluir en su seno los elementos necesarios para considerarla (nuevo origen, novedad, cambio, espíritu revolucionario, violencia e irresistibilidad).


Para finalizar el capítulo hace una explicación de la problemática que significaban los hombres que asistían a las escuelas de la revolución, ya dichas personas podían con antelación y gracias al aprendizaje obtenido saber y dilucidar cual dirección tomaría la misma enmarcados en el curso mismo de los acontecimientos en suceso.

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