Ya hemos visto a profundidad uno de
los elementos de la Vida activa, ahora toca desarrollar el que sigue. Comprendido el peso que juega la labor y como
el transcurrir de la historia y los avances tecnológicos afectaron sobremanera
la concepción de la labor, haciendo de esta no un elemento más de la vida
activa y algo propio de la esfera privada, sino un tópico que cruza
transversalmente nuestra sociedad haciendo de ella un sociedad de laborantes.
El trabajo como parte de la vida activa tendrá un
suerte similar, pero desde otra perspectiva. Primero hay que decir que la
autora ve al trabajo como un rasgo de la vida activa que tiene como finalidad
proporcionar las herramientas y elementos claves para que el hombre construya
su mundo. Realidad que a su vez le condicionara y proporcionara los elementos
claves para su permanencia en el mundo, pero a diferencia de la labor, cuyo
resultado se consume a sí mismo y que tiene como fin último la perpetuidad de
la vida, el trabajo tiene como rasgo principal que sus obras debe pervivir a
través del tiempo. Es la permanencia el rasgo principal que distingue al trabajo
y su resultado de la labor.
Otro rasgo característico y
distintivo del trabajo es el hecho de la violencia tras este. La labor convive
en cierta armonía con la naturaleza, pero el trabajo no respeta a la naturaleza
pues extrae de ella, a la fuerza, lo que necesita para crear su mundo, el cual será
ajeno y artificial, y tratará, por sobre todas las cosas, de mantener a raya a
la naturaleza. Por lo tanto el Animal Laboran es un mero reproductor, mientras
que el Homo faber es un creador, un domador de lo salvaje.
Pero
aquí no termina la relación entre el trabajo-Homo faber-naturaleza, pues tal
como la autora nos dice, con el trabajo y su producto surge una nueva idea que
es la de la reificación. ¿Qué se entiendo por esto? Sencillo, la reificación consiste
en que algo, generalmente creado por el hombre (ya sea una idea o cosa material)
se erija por encima de este y le doble. Tenga un valor superior a su creador condicionándole
en gran medida.
De
este concepto surgen dos conceptos y hasta unas cuantas interrogantes. El primero
de ellos es el valor. Categoría que no está presente en la consideración de la
labor porque entendemos cual es el fin de esta última, pero que sin duda le da
sentido al trabajo. La otra cuestión que se nos presenta es la de la utilidad y
la instrumentalidad. El gran dilema que nos plantea en este punto Arendt es que
el hombre ha creado instrumentos para facilitar su existencia en el mundo,
instrumentos que a su vez facilitan la labor del animal laboran, quien a su vez
no se ve como instrumento pero que al
final del día lo es.
Durante la antigüedad esto estaba claro cuando
se observaba la realidad de los esclavos, pero con la Edad Media y la Edad
Moderna, sobre todo, esta percepción se hizo realmente difícil de captar. Y, será
en esa época, donde el trabajo y la instrumentalidad variaran cuando surja el
trabajo industrializado y las maquinas, que como creación del hombre
condicionaran su labor y a la larga (con la cadena de montaje) condicionaran la
existencia misma y pondrán en duda la idea, que hasta el momento, tenía el Homo
Faber de que todo estaba hecho de acuerdo a sus ideas. Pues Arendt planteara la
interrogante de ¿Los diseños están hechos en función a las ideas del Homo
Faber, o las ideas del homo Faber están hechas en función a la maquina? La respuesta
es sencilla: en lo que podríamos llamar un drama dialectico hombre y maquina se
han condicionado de tal manera que el resultado ha sido que el hombre se
encuentra ajustado por la maquina y por su parte el animal laboran se ha vuelto
parte de la maquina. Todo esto ha dado como resultado algo llamado la automatización,
la cual ha deformado el sentido último del trabajo, acercando o igualando, este
aspecto de la vida activa con la labor.
Pero
la instrumentalidad no solo se refiere a la relación hombre maquina y a al uso
que este, que es creador de los instrumentos, le da al animal laborans,
sino que tiene que ver con las
consideraciones que hace el homo faber de su trabajo, el cual vez en una relación
medios-fines. Relación que la autora descubre que es tautológica, pues cuando
un fin es alcanzado a través de un medio, se descubre a su vez que existe un
nuevo fin o necesidad y aquel que se consideraba la meta se vuelve a plantear
en términos de un medio. Por lo tanto la instrumentalización y el utilitarismo
son procesos permanentes y que no acaban nunca, porque las relación medio-fin
es perpetua.
De
esta idea medio-fin viene la concepción del valor, el cual cobra sentido en
función de que los objetos se puedan usar. Para los autores modernos, sobre
todo Marx, el valor es de uso y de cambio, mientras que el valor intrínseco al
objeto carece de sentido. El último por cierto la autora lo ha relacionado con
la labor y las esferas. Por lo tanto entendemos que el valor de uso y cambio
son propio de las esferas públicas, mientras que el último debería pertenecer
solo a la esfera privada pero que al final se encuentra libre de las mismas.
Dado
que la realidad, gracias al avance de la historia, ha alterado los parámetros y
las esferas, este concepto de valor ha sido trastocado. El valor solo existe en
presencia de lo público y de los otros, pero a pesar de ello la esfera que le
corresponde es la privada, donde el hombre busca a comercial y resolver sus asuntos.
No hay nada más privado que los negocios. Por su parte el valor intrínseco tendría
una dualidad sin igual, seria tanto privado como carente de esfera al ser un
objeto natural que se usa como materia prima. Lo cierto es que el valor tienes esta condición a merced
de que lo social invadió lo público.
Ahora bien, ya comprendido esto nos
preguntamos: ¿Si una de las características del trabajo es que su razón de ser
es la creación del mundo donde el hombre existe, por lo tanto es fuertemente
mundano y por ley debe permanecer en la tierra sin estar afectado por el
desgate, como le afecta a este las dinámicas productivas producto de la
revolución industrial y la producción en masa? La producción en masa creó una
sociedad de laborantes, que a su vez tienen necesidades cada vez crecientes,
las cuales no van bien con la mundanidad inherente al producto del trabajo. Debido
a esto, la concepción del trabajo y el valor de los mismos han sido trastocados,
de tal forma que este se ha acercado considerablemente a lo que es la labor. Al
desdibujarse la frontera queda una duda ¿Existe el trabajo? ¿Hay algo que en
esta sociedad tenga valor per se o carezca del mismo y a su vez sea capaz de
trascender el tiempo? Arendt responde que sí; este elemento capaz de trascender
al tiempo y nuestras concepciones es el Arte.
El
arte, como manifestación del hombre y su espíritu, es algo que solo tiene valor
para quien lo ha creado y para que quien ha decidido apreciarlo. Pero este
valor es arbitrario e intrínseco pero no se encuentra ajustado a las tres
concepciones del valor y a las esferas. Pero desde una perspectiva política cabe
preguntarse ¿Cómo queda nuestro mundo y lo político cuando labor y trabajo están
totalmente desfasado y cada uno ve al mundo desde una perspectiva diferente?
¿Qué papel juega el hombre allí? La respuesta
Arendt es sencilla: la desviación de la labor y el trabajo ha hecho que
las esferas, los espacios y las condiciones idóneas para la acción se vuelvan inútiles,
y que a su vez la formas de medir la
vida y la realidad queden fuertemente trastocada, de tal manera que el hombre
tiene la necesidad de medir la vida o desde la frenética necesidad de perpetuar
la vida biológica de la labor o desde la relación utilitaristas del
instrumentalismo del trabajo. Frente a este dicotomía la autora dice que es una
locura optar por los extremos; y para quien escribe solo queda clara una
cuestión: hay que romper la dinámica impuestas por la modernidad y replantear
estos fenómenos de la vida en términos nuevos que sean, cuando menos, eclécticos.

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