Introducción y capítulo I
En
la introducción a la Obra Sobre la
Revolución el autor expone como argumento inicial que el siglo XX ha estado
marcado por las guerras y las revoluciones, y en este sentido, como explicará más
adelante, por la violencia.
En
relación a esto se explica que ambos sucesos han olvidado el sustento
fundamental de la política, que según el autor, es la libertad. Admitiendo esta
falla, Arendt repasa rápidamente la justificación que se hizo en el mundo
antiguo sobre el uso de la violencia. En
la Grecia antigua la violencia era un elemento exclusivo de lo externo a la polis, pues a lo interno siempre
prevaleció lo político, entendiendo esto como la persuasión a través del
discurso. En Roma la guerra pasa a tener una doble percepción, en cuanto que
existían guerras justas e injustas, siendo aquellas las que se realizaban por
la necesidad de mantener lo establecido. En esta concepción se une la
justificación mental con el elemento fáctico, la violencia.
Seguidamente
el autor expone unas breves reflexiones específicas sobre la guerra. La primera
guerra mundial es la primera guerra total, en cuanto que es el primer
enfrentamiento bélico que involucra a todos los polos políticos del planeta y
además no hace distinciones entre objetivos militares y objetivos civiles. De
aquí entonces que se resalta el papel del ejército, y de los militares en
general, como protectores de la población civil.
También
resalta la idea de la evolución de la guerra y sus tecnologías hacia un espacio
de preparación que eventualmente promueva el fin de los enfrentamientos sin ni
siquiera haber comenzado. La evolución técnica de la guerra permite generar un
elemento disuasivo muy poderoso, lo que lleva al autor a pensar que la
preparación para la guerra puede ser incluso el verdadero escenario de combate
simbólico y psicológico.
De
esta idea Arendt salta a entender que existe una fuerte vinculación, al menos
durante el siglo XX, entre la guerra y la revolución, esto por su fuerza
violenta, que permite una articulación, sea una guerra hacia revolución o
viceversa. No obstante, Se deja muy en claro que la guerra está totalmente al
margen de la política, pues ésta última se fundamenta en la palabra (logos) mientras que la otra se sustenta
en la violencia.
La
violencia es incompatible con la política pues silencia a todos, cortando de
esta forma la concepción fundamental que el autor tiene sobre el ejercicio
político, el cual extrae del pensamiento aristotélico, es decir, que el hombre
es un animal político con capacidad de habla. La política para Arendt es logos, es decir, razonamiento hablado.
En
este sentido, la revolución, en la medida en que es violenta, se encuentra al
margen de la política. Para finalizar, Arendt deja abierta la idea de que los
orígenes del hombre tienen siempre una connotación violenta, o al menos así lo
deja ver la historia. Entendiendo orígenes como la conformación de algo nuevo,
origen como espacio pre político.
En
el capítulo I el autor comienza haciendo unas aclaraciones sobre la novedad de
las revoluciones. Explica que las revoluciones actuales no se agotan en la idea
de cambio político, pues ésta ya existía en la antigüedad y era comprendida a
cabalidad. Igualmente, el entender que la política estaba determinada por
intereses económicos también era una facultad que los antiguos poseían.
En
este sentido, el rasgo de la revolución como un elemento de reivindicación que
se determina por la cuestión social tiene su origen en la apreciación que se
hizo en Europa sobre las condiciones de vida que existían en los Estados
Unidos. En la antigüedad, la desigualdad era un rasgo que se comprendía como
natural e inevitable, y la igualdad era una institución política artificial
establecida por los hombres, que se ejercía a través de la práctica política.
En
la medida en que se constató la prosperidad de la sociedad americana, se cristalizó
la convicción de que la desigualdad no es un elemento natural e inmutable, sino
al contrario, ya que el giro que se expresa en la modernidad es que la igualdad
entre los hombres es natural, y la desigualdad la crean las condiciones
políticas y económicas establecidas por el hombre mismo. Una vez consolidada
esta convicción, la cuestión social pasó a jugar un papel determinante en las
revoluciones, incluso sobre la idea de libertad según Arendt.
En
este sentido el autor se pregunta brevemente si el descubrimiento del nuevo
mundo es un punto de inicio para el eventual desarrollo de las revoluciones
europeas, ya que no es la revolución americana la que inspira al resto de
revoluciones, sino el símbolo americano de una sociedad sin pobreza, elemento que
termina generando un gran impacto en Europa.
En
relación con lo anterior, Arendt pasa a analizar entonces el contenido de la
revolución en cuanto a la promoción de la libertad. El autor especifica que en
una revolución están contenidas las nociones de liberación y libertad. La
liberación es una condición de la
libertad, pero no es un conductor directo hacia ella.
Esta
diferenciación es fundamental en el pensamiento del autor. La liberación es la
promoción, consolidación y realización de las libertades negativas, de las
condiciones jurídico políticas del positivismo del siglo XIX, que se
cristalizaron como derechos civiles, y que se sustentan en las ideas base del
liberalismo político. Son fundamentalmente las libertades ante la coerción, la
tiranía, el libre movimiento en el territorio y la realización de todas las
actividades privadas que no tienen relación con la vida política.
Para
Arendt la verdadera libertad positiva es la que está asociada exclusivamente
con la participación política, y en este sentido retoma una concepción griega
que a la vez ya había sido trabajada en el renacimiento italiano. De aquí que
dos referentes indiscutibles en esta idea sean Aristóteles y Maquiavelo.
Es
así como la explicación del autor sobre la revolución va tomando forma. La
revolución es un fenómeno estrictamente moderno, que contiene las ideas de
liberación y libertad, aunque no muy bien delimitadas, y que además son
movimientos que instauran algo totalmente novedoso, es una transformación real
de las condiciones política pre existentes.
En
este sentido, la experiencia de la modernidad en relación al cambio político
pasa inevitablemente por las capacidades creadoras del hombre, en cuanto que
experimenta la sensación de un comienzo totalmente nuevo. La innovación, junto
con la liberación, al menos en su percepción, son fenómenos estrictamente
modernos.
Después
de esta aclaración política y filosófica, Arendt repasa rápidamente el origen
etimológico del término revolución. Comienza por asegurar que lingüísticamente
es un concepto moderno, ya que aunque existían distintas concepciones sobre el
cambio de autoridad o de orden, en la edad media no se concebía un cambio
radical ejercido desde el pueblo (demos).
En el renacimiento, frontera próxima con la modernidad, tampoco se concibió
revolución, y Machiavelli, Quien
pensó a profundidad las ideas de cambio y estabilidad política, estuvo siempre
influenciado por el contexto de la conflictividad en Italia y por la idea de
renovación. Arendt rescata en Machiavelli
su interés por establecer un poder político duradero, su manejo racional de la
violencia y el uso que da al término Estado (stato).
El
concepto de revolución viene de la astronomía, y hace referencia al giro o
rotación perfecta de los cuerpos celestes alrededor de una órbita en base a un
eje propio. El concepto político se utiliza por primera vez en Inglaterra, y de
allí pasa a los Estados Unidos, pero en ambos lugares se utiliza como metáfora,
es decir, como una idea de devolver el orden existente a uno anterior, y en
este sentido la idea de revolución es mas una idea de restauración. No obstante,
el autor explica que sí existe un giro interesante en esta idea, pues
precisamente esta restauración termina implicando un gran cambio que
eventualmente se adapta mas (al menos en términos reales, fácticos) al concepto
eventual de revolución política.
La
transformación concreta del concepto se da en la revolución francesa, y surge
de un comunicado entre Luis XVI y su mensajero, quien le aclara a aquel que no
se trata de una revuelta, sino de una revolución. En este momento toma fuerza
la idea de revolución como algo irresistible, incontenible, fusionándose así la
ley física con la fuerza del movimiento político de la época. Quedó desde este
momento establecido el concepto de revolución como lo conocemos en la
actualidad.
La
revolución toma el carácter de un gran torrente, una fuerza incontenible, una
corriente subterránea que estalla y que no se puede controlar. Unida a esta
analogía se desarrolla un nuevo aspecto en la filosofía, que trata de entender
y producir una verdad en base a los sucesos reales y concretos de los
acontecimientos humanos, generándose así una filosofía de la historia, que
tiene como precursor, según Arendt, a Hegel.
Esta
filosofía de la historia pretende generar una verdad en la medida en que toma
los acontecimientos como universales, es decir, entendiendo la historia como
universal que abarca a los hombres en cuanto que hombres,
como sujetos atemporales. De esta forma toma fuerza la noción de la necesidad
de la historia como fuerza fundamental en el desarrollo de las revoluciones.
Es
la historia como proceso, una concepción lineal, que marca en su desarrollo, en
su necesidad, los procesos políticos del hombre. Además, es la filosofía de la
historia en el puesto del espectador, más que en el del agente, ya que la
expectación permite una reflexión centrada, porque se logra captar el
desarrollo de los sucesos.
Para
este punto Arendt asegura que la necesidad histórica ha tomado una fuerza
central dentro de la reflexión política de la revolución, desplazando la idea
de libertad, reclamo que realiza el autor desde el comienzo.
El
capítulo cierra precisamente con una crítica a esta idea revolucionaria de la
necesidad histórica, con un reclamo a la ceguera que genera la entrega de un
proceso de gran envergadura política al desarrollo de una fuerza histórica
necesaria, que termina esclavizando a los agentes, o como lo expresa Arendt,
convirtiéndolos en bufones de la historia.
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