jueves, 15 de agosto de 2013

Andrés González - Resumen I

Introducción y capítulo I
En la introducción a la Obra Sobre la Revolución el autor expone como argumento inicial que el siglo XX ha estado marcado por las guerras y las revoluciones, y en este sentido, como explicará más adelante, por la violencia.
En relación a esto se explica que ambos sucesos han olvidado el sustento fundamental de la política, que según el autor, es la libertad. Admitiendo esta falla, Arendt repasa rápidamente la justificación que se hizo en el mundo antiguo sobre el uso  de la violencia. En la Grecia antigua la violencia era un elemento exclusivo de lo externo a la polis, pues a lo interno siempre prevaleció lo político, entendiendo esto como la persuasión a través del discurso. En Roma la guerra pasa a tener una doble percepción, en cuanto que existían guerras justas e injustas, siendo aquellas las que se realizaban por la necesidad de mantener lo establecido. En esta concepción se une la justificación mental con el elemento fáctico, la violencia.
Seguidamente el autor expone unas breves reflexiones específicas sobre la guerra. La primera guerra mundial es la primera guerra total, en cuanto que es el primer enfrentamiento bélico que involucra a todos los polos políticos del planeta y además no hace distinciones entre objetivos militares y objetivos civiles. De aquí entonces que se resalta el papel del ejército, y de los militares en general, como protectores de la población civil.
También resalta la idea de la evolución de la guerra y sus tecnologías hacia un espacio de preparación que eventualmente promueva el fin de los enfrentamientos sin ni siquiera haber comenzado. La evolución técnica de la guerra permite generar un elemento disuasivo muy poderoso, lo que lleva al autor a pensar que la preparación para la guerra puede ser incluso el verdadero escenario de combate simbólico y psicológico.
De esta idea Arendt salta a entender que existe una fuerte vinculación, al menos durante el siglo XX, entre la guerra y la revolución, esto por su fuerza violenta, que permite una articulación, sea una guerra hacia revolución o viceversa. No obstante, Se deja muy en claro que la guerra está totalmente al margen de la política, pues ésta última se fundamenta en la palabra (logos) mientras que la otra se sustenta en la violencia.
La violencia es incompatible con la política pues silencia a todos, cortando de esta forma la concepción fundamental que el autor tiene sobre el ejercicio político, el cual extrae del pensamiento aristotélico, es decir, que el hombre es un animal político con capacidad de habla. La política para Arendt es logos, es decir, razonamiento hablado.
En este sentido, la revolución, en la medida en que es violenta, se encuentra al margen de la política. Para finalizar, Arendt deja abierta la idea de que los orígenes del hombre tienen siempre una connotación violenta, o al menos así lo deja ver la historia. Entendiendo orígenes como la conformación de algo nuevo, origen como espacio pre político.

En el capítulo I el autor comienza haciendo unas aclaraciones sobre la novedad de las revoluciones. Explica que las revoluciones actuales no se agotan en la idea de cambio político, pues ésta ya existía en la antigüedad y era comprendida a cabalidad. Igualmente, el entender que la política estaba determinada por intereses económicos también era una facultad que los antiguos poseían.
En este sentido, el rasgo de la revolución como un elemento de reivindicación que se determina por la cuestión social tiene su origen en la apreciación que se hizo en Europa sobre las condiciones de vida que existían en los Estados Unidos. En la antigüedad, la desigualdad era un rasgo que se comprendía como natural e inevitable, y la igualdad era una institución política artificial establecida por los hombres, que se ejercía a través de la práctica política.
En la medida en que se constató la prosperidad de la sociedad americana, se cristalizó la convicción de que la desigualdad no es un elemento natural e inmutable, sino al contrario, ya que el giro que se expresa en la modernidad es que la igualdad entre los hombres es natural, y la desigualdad la crean las condiciones políticas y económicas establecidas por el hombre mismo. Una vez consolidada esta convicción, la cuestión social pasó a jugar un papel determinante en las revoluciones, incluso sobre la idea de libertad según Arendt.
En este sentido el autor se pregunta brevemente si el descubrimiento del nuevo mundo es un punto de inicio para el eventual desarrollo de las revoluciones europeas, ya que no es la revolución americana la que inspira al resto de revoluciones, sino el símbolo americano de una sociedad sin pobreza, elemento que termina generando un gran impacto en Europa.
En relación con lo anterior, Arendt pasa a analizar entonces el contenido de la revolución en cuanto a la promoción de la libertad. El autor especifica que en una revolución están contenidas las nociones de liberación y libertad. La liberación  es una condición de la libertad, pero no es un conductor directo hacia ella.
Esta diferenciación es fundamental en el pensamiento del autor. La liberación es la promoción, consolidación y realización de las libertades negativas, de las condiciones jurídico políticas del positivismo del siglo XIX, que se cristalizaron como derechos civiles, y que se sustentan en las ideas base del liberalismo político. Son fundamentalmente las libertades ante la coerción, la tiranía, el libre movimiento en el territorio y la realización de todas las actividades privadas que no tienen relación con la vida política.
Para Arendt la verdadera libertad positiva es la que está asociada exclusivamente con la participación política, y en este sentido retoma una concepción griega que a la vez ya había sido trabajada en el renacimiento italiano. De aquí que dos referentes indiscutibles en esta idea sean Aristóteles y Maquiavelo.
Es así como la explicación del autor sobre la revolución va tomando forma. La revolución es un fenómeno estrictamente moderno, que contiene las ideas de liberación y libertad, aunque no muy bien delimitadas, y que además son movimientos que instauran algo totalmente novedoso, es una transformación real de las condiciones política pre existentes.
En este sentido, la experiencia de la modernidad en relación al cambio político pasa inevitablemente por las capacidades creadoras del hombre, en cuanto que experimenta la sensación de un comienzo totalmente nuevo. La innovación, junto con la liberación, al menos en su percepción, son fenómenos estrictamente modernos.
Después de esta aclaración política y filosófica, Arendt repasa rápidamente el origen etimológico del término revolución. Comienza por asegurar que lingüísticamente es un concepto moderno, ya que aunque existían distintas concepciones sobre el cambio de autoridad o de orden, en la edad media no se concebía un cambio radical ejercido desde el pueblo (demos). En el renacimiento, frontera próxima con la modernidad, tampoco se concibió revolución, y Machiavelli, Quien pensó a profundidad las ideas de cambio y estabilidad política, estuvo siempre influenciado por el contexto de la conflictividad en Italia y por la idea de renovación. Arendt rescata en Machiavelli su interés por establecer un poder político duradero, su manejo racional de la violencia y el uso que da al término Estado (stato).
El concepto de revolución viene de la astronomía, y hace referencia al giro o rotación perfecta de los cuerpos celestes alrededor de una órbita en base a un eje propio. El concepto político se utiliza por primera vez en Inglaterra, y de allí pasa a los Estados Unidos, pero en ambos lugares se utiliza como metáfora, es decir, como una idea de devolver el orden existente a uno anterior, y en este sentido la idea de revolución es mas una idea de restauración. No obstante, el autor explica que sí existe un giro interesante en esta idea, pues precisamente esta restauración termina implicando un gran cambio que eventualmente se adapta mas (al menos en términos reales, fácticos) al concepto eventual de revolución política.
La transformación concreta del concepto se da en la revolución francesa, y surge de un comunicado entre Luis XVI y su mensajero, quien le aclara a aquel que no se trata de una revuelta, sino de una revolución. En este momento toma fuerza la idea de revolución como algo irresistible, incontenible, fusionándose así la ley física con la fuerza del movimiento político de la época. Quedó desde este momento establecido el concepto de revolución como lo conocemos en la actualidad.
La revolución toma el carácter de un gran torrente, una fuerza incontenible, una corriente subterránea que estalla y que no se puede controlar. Unida a esta analogía se desarrolla un nuevo aspecto en la filosofía, que trata de entender y producir una verdad en base a los sucesos reales y concretos de los acontecimientos humanos, generándose así una filosofía de la historia, que tiene como precursor, según Arendt, a Hegel.
Esta filosofía de la historia pretende generar una verdad en la medida en que toma los acontecimientos como universales, es decir, entendiendo la historia como universal que abarca a los hombres en cuanto que hombres, como sujetos atemporales. De esta forma toma fuerza la noción de la necesidad de la historia como fuerza fundamental en el desarrollo de las revoluciones.
Es la historia como proceso, una concepción lineal, que marca en su desarrollo, en su necesidad, los procesos políticos del hombre. Además, es la filosofía de la historia en el puesto del espectador, más que en el del agente, ya que la expectación permite una reflexión centrada, porque se logra captar el desarrollo de los sucesos.
Para este punto Arendt asegura que la necesidad histórica ha tomado una fuerza central dentro de la reflexión política de la revolución, desplazando la idea de libertad, reclamo que realiza el autor desde el comienzo.
El capítulo cierra precisamente con una crítica a esta idea revolucionaria de la necesidad histórica, con un reclamo a la ceguera que genera la entrega de un proceso de gran envergadura política al desarrollo de una fuerza histórica necesaria, que termina esclavizando a los agentes, o como lo expresa Arendt, convirtiéndolos en bufones de la historia.







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