Universidad Central de
Venezuela
Facultad de Ciencias
Jurídicas y Políticas
Escuela de Estudios
Políticos y Administrativos
Seminario:
La Contemporaneidad del Pensamiento Político de Hannah Arendt
Prof. Edgar Pérez
Resumen:
Capítulo II “Sobre la Revolución” de Hannah Arendt
La cuestión social
Este
capítulo versa fundamentalmente sobre el hecho de la pobreza. Para el estudio
de la Revolución, que es lo que en el fondo pretende esta autora, es necesario
conceptualizarla y definirla como fuerza vida, como impulso vital del hecho
revolucionario como tal. Debido a este hecho (conceptualizado como el hecho de
la pobreza) Arendt gozará de insumos teoréticos y prácticos para ir a Marx una
y otra vez y, a su vez, diferenciar y trabajar con la Revolución Francesa diferenciándola
de la Americana en primera instancia. La cuestión social, en el proceso
revolucionario, se traduce como necesidad histórica: conjuntos de
condicionantes económicos, políticos y sociales que impelen a los sectores
marginados y excluidos a realizar transformaciones revolucionarias; es el
sustrato elemental, el fuego en el estómago, lo que impulsa la historia. Por
ende, tomando el ejemplo de la Revolución Francesa seguido de los aportes de
Marx, fue esta cuestión social la que
le dio importancia histórica, potencia política para lograr lo que logró, más
allá de los análisis del cómo terminó. La conclusión que a mi entender extrae
Arendt es la siguiente: todas las revoluciones se ven influenciadas por la
Revolución Francesa y la cuestión social;
y esa misma cuestión social al no
resolverse por medio de las revoluciones burguesas de corte liberal no
encuentran en sí mismas conseguir la libertad, por lo mismo, estará siempre
será incompatible con la pobreza como hecho histórico.
Marx,
quien en opinión de Arendt realiza valiosos aportes sobre la transformación de
la cuestión social, fue el más
avanzado al expresar que las revoluciones verdaderas tienen que resolver esta
relación de explotación. ¿Pero, resolver qué? Si la pobreza no es más que una
relación de explotación donde unos pocos, por medio del dominio de los medios
de producción de la existencia material, ejercen toda la violencia en aras de
mantener su esquema legítimo de explotación, entonces la revolución antes de
buscar fundar la libertad y liberar como tal o lo hombres, debe más bien
liberar las fuerzas productivas en un régimen social de producción que apunte a
acabar con la escasez y por ende con la desigualdad social. Y de aquí parte el
análisis de Arendt sobre la Revolución Americana, que al no tener una cuestión social tan aguda, fue un experimento que sirvió para
probar en la realidad fáctica formas de gobernar, más no de experimentar una
nueva organicidad social.
De
acá la autora genera otras conclusiones que tienen que ver con esto mismo, ya
que si las revoluciones fueron impulsadas por el odio a la tiranía, es pobreza,
oculta en la obscuridad, no significó a mi parecer más que objeto de compasión,
no como sujeto activo de las fuerzas vivas que impulsaron la Revolución
Francesa, ya que mientras se buscada la libertad se dejaba de lado la necesidad
de romper las cadenas vitales que sustentan la desigualdad. Por ende, esa
voluntad general reseñada por Rousseau no fue más que una disputa, desde mi
punto de vista, entre la nación y los gobernantes, ya que la unidad política
del cuerpo social sería garantizada por las instituciones que el pueblo tuviera
en común, aquí vale preguntarse, ¿voluntad general o voluntad del pueblo? Sin
duda alguna voluntad de aquellos que logran hegemonizar al Estado con todas sus
preocupaciones e intereses sobre las diversas formas de organizar el gobierno.
Los hombres que llevaron a cabo la
Revolución Francesa tenían la preocupación de liberarse de la tiranía (acá
actúa el terror como aceleración de la misma Revolución), darle nacimiento a
ese hombre fraterno e igualitario. Si el Antiguo Régimen les había quitado
estos derechos inherentes, era papel
de la Revolución restituirlos. Por ende, la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano funcionaban como mecanismo de funcionamiento del cuerpo
político. Sin embargo, como expresa Arendt, este proceso (ni ninguna revolución
en el mundo conocido) ha resuelto la cuestión
social, ya que no trastoco la relación entre gobernados y gobernantes; y la
fachada de la igualdad y la libertad simplemente sirvió para disminuir la
intensidad del conflicto de fondo: la lucha entre pobres y ricos. Bajo la
falsedad del status el pobre se dio una nueva identidad, la del ciudadano: ese
mismo que puede votar y elegir y supuestamente a partir de esto gobernará. El
nacimiento de un “nuevo hombre” (conducido por esa voluntad general) más que la
resolución de la cuestión social fue
lo que categorizó a la Revolución Francesa como hecho histórico.
Resumen:
Capítulo III “Sobre la Revolución” de Hannah Arendt
La
búsqueda de la felicidad
Antes
de adentrarse en el tema de la felicidad, Arendt expone dos categorías
fundamentales que son necesidad y violencia para entender como tal el
concepto de revolución. Esta necesidad, como vimos en el capítulo anterior,
está fundamentada en ese hecho vital, humano, concreto y físico que hace que el
hombre se problematice e interrogue sobre su realidad, su posición ante el
hecho político y económico y hasta qué punto los conceptos lo incluyen a él
(ese nosotros colectivo marginado) en busca de un bienestar colectivo tal cual
promete la libertad y sus apologistas de esta época moderna. Otro concepto, el
de violencia, es el que sirve, para decirlo de alguna forma, como medidor entre
el movimiento revolucionario y los objetivos que se plantea, no es casualidad
que Arendt exprese que hay más libertad política en los países donde fue
derrotada la revolución que donde triunfó: cierta afirmación muestra la
contradicción misma de este concepto.
¿Quién inicia o hace
la revolución? Esta es la pregunta que, en primera
instancia, intenta resolver Hannah Arendt en esta parte de su obra. En su
opinión, el objetivo fundamental de la revolución (salvando ya el registro
histórico-analítico realizado previamente sobre los ejemplos de revolución que
toca la autora) es cambiar el estado actual de las cosas, que no es más que el
régimen sobre el cual se mueven los hombres: su liberación, y a veces, su
libertad. Sin embargo, esto no se da o no se ha dado hasta los momentos como un
hecho espontáneo de las masas, sin embargo, esa misma masa es el sustrato
elemental, la fuerza vital que justifica este proyecto de cambiar las cosas. A
pesar de esto, es fundamental que haya voluntad
de poder. Esta voluntad no está circunscrita simplemente a un hecho
voluntarista, no es más que esa conciencia que al no tenerla el conjunto más
amplio de la masa, pasa a ser insumo para la toma del poder de esa vanguardia
que interioriza y al hacerlo lucha
por la toma del poder.
Podría
pensarse que sólo en climas de inestabilidad política se producen las
revoluciones, sin embargo, no solamente un gobierno o sistema débil puede verse
inmerso en un cambio revolucionario. Por tal motivo, esa vanguardia que interioriza el sentimiento de los
oprimidos deben desdoblarse en dos actitudes que pueden garantizarle la
victoria: tener la voluntad de poder
que es lo que le dará fuerza al torbellino revolucionario y además de eso
prever y prepararse para la situación institucional que han de enfrentar; su
pericia e inteligencia en este punto es fundamental para concretar los
objetivos que se plantea dicha revolución.
Encaminados
hacia la diferenciación y posterior comparación entre la Revolución Francesa y
Americana, es fundamental denotar un punto fundamental: ambas revoluciones,
separadas como vimos en el anterior capítulo por la cuestión social, encontraron punto de encuentro en buscar con
ímpetu la libertad pública; la misma, más allá de presentarse como garantía
abstracta de nuestra Modernidad, es un anhelo donde el hombre encuentra su
felicidad en tanto y en cuanto es parte de su historia, como construcción
colectiva de la realidad política a la cual pertenece. Sin embargo, la felicidad pública de los
Americanos fue la traducción de lo que llamaron los franceses libertad pública.
Esta configuración política tiene precedentes en las corporaciones como espacio
público para la discusión y organización de los negocios.
Desde
el punto de los intelectuales americanos pueden verse ciertas características,
algunos elementos, que dan cuenta del significado de la felicidad pública. En primer término es un espacio construido por
el hombre, donde la liberación y el libre arbitrio es la misma realidad a la
cual se congrega el común. Esta misma realidad también condiciona algunos
elementos de eminente carácter político: dado que es un espacio común (esfera
pública) lo público no se delega en el otro superior, por ende, es el ejercicio
de una constitución libre, entre menos reglamentación normativa mayor ejercicio
práctico, real y físico de la libertad; el derecho inalienable del hombre se
garantiza en tanto y en cuanto la esfera pública integra también la vida
privada del individuo, es una extensión, en este sentido, de él (el Yo moderno)
mismo.
Sin
embargo, vemos que Arendt no deja de lado tampoco el concepto de felicidad
privada, teniendo este concepto una relación bastante sólida con la acepción de
un gobierno legítimo y la libertad como tal. Veamos. Fundamentalmente la
libertad privada garantiza el disfrute de los placeres del mundo, a saber, los
placeres que son ulteriores al desarrollo de la propiedad privada, esa misma
que, al ser respetada, exonera al gobierno de cualquier otra responsabilidad
para con la sociedad civil. Este
disfrute, más allá de ser la realización material del sueño, significa la vida
como tal, el estado de bienestar de las cosas. Esa felicidad pública, que sería
en síntesis, la suma de todas las felicidades privadas desemboca en la libertad
plena que, en términos políticos, sería la única razón de legitimidad del
gobierno, colocándola, claro está, en contra de la tiranía.
Así
pues, tanto en la Revolución Francesa como en la Americana se buscó la
abundancia y las libertades públicas como fines máximos del proceso de
transformación social. Esta búsqueda quedó por debajo ya que, en el caso de la
Revolución Americana se privilegió enriquecer a las familias (en esa misma
búsqueda de la felicidad privada), dejando por fuera o en un segundo plano la
libertad pública como concepto del cuerpo político colectivo. He aquí el
enfrentamiento o la confrontación entre intereses particulares y colectivos y,
en relación a esto, a quién le pertenece la nación y si verdaderamente,
haciendo uso de la libertad política, las decisiones fundamentales son
realmente objeto del pensamiento colectivo y de quienes detentan la propiedad
privada.
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