sábado, 17 de agosto de 2013

Donay Alvarez



Universidad Central de Venezuela
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
Escuela de Estudios Políticos y Administrativos
Seminario: La Contemporaneidad del Pensamiento Político de Hannah Arendt
Prof. Edgar Pérez

Resumen: Capítulo II “Sobre la Revolución” de  Hannah Arendt

La cuestión social
Este capítulo versa fundamentalmente sobre el hecho de la pobreza. Para el estudio de la Revolución, que es lo que en el fondo pretende esta autora, es necesario conceptualizarla y definirla como fuerza vida, como impulso vital del hecho revolucionario como tal. Debido a este hecho (conceptualizado como el hecho de la pobreza) Arendt gozará de insumos teoréticos y prácticos para ir a Marx una y otra vez y, a su vez, diferenciar y trabajar con la Revolución Francesa diferenciándola de la Americana en primera instancia. La cuestión social, en el proceso revolucionario, se traduce como necesidad histórica: conjuntos de condicionantes económicos, políticos y sociales que impelen a los sectores marginados y excluidos a realizar transformaciones revolucionarias; es el sustrato elemental, el fuego en el estómago, lo que impulsa la historia. Por ende, tomando el ejemplo de la Revolución Francesa seguido de los aportes de Marx, fue esta cuestión social la que le dio importancia histórica, potencia política para lograr lo que logró, más allá de los análisis del cómo terminó. La conclusión que a mi entender extrae Arendt es la siguiente: todas las revoluciones se ven influenciadas por la Revolución Francesa y la cuestión social; y esa misma cuestión social al no resolverse por medio de las revoluciones burguesas de corte liberal no encuentran en sí mismas conseguir la libertad, por lo mismo, estará siempre será incompatible con la pobreza como hecho histórico.
           
Marx, quien en opinión de Arendt realiza valiosos aportes sobre la transformación de la cuestión social, fue el más avanzado al expresar que las revoluciones verdaderas tienen que resolver esta relación de explotación. ¿Pero, resolver qué? Si la pobreza no es más que una relación de explotación donde unos pocos, por medio del dominio de los medios de producción de la existencia material, ejercen toda la violencia en aras de mantener su esquema legítimo de explotación, entonces la revolución antes de buscar fundar la libertad y liberar como tal o lo hombres, debe más bien liberar las fuerzas productivas en un régimen social de producción que apunte a acabar con la escasez y por ende con la desigualdad social. Y de aquí parte el análisis de Arendt sobre la Revolución Americana, que al no tener una cuestión social  tan aguda, fue un experimento que sirvió para probar en la realidad fáctica formas de gobernar, más no de experimentar una nueva organicidad social.
De acá la autora genera otras conclusiones que tienen que ver con esto mismo, ya que si las revoluciones fueron impulsadas por el odio a la tiranía, es pobreza, oculta en la obscuridad, no significó a mi parecer más que objeto de compasión, no como sujeto activo de las fuerzas vivas que impulsaron la Revolución Francesa, ya que mientras se buscada la libertad se dejaba de lado la necesidad de romper las cadenas vitales que sustentan la desigualdad. Por ende, esa voluntad general reseñada por Rousseau no fue más que una disputa, desde mi punto de vista, entre la nación y los gobernantes, ya que la unidad política del cuerpo social sería garantizada por las instituciones que el pueblo tuviera en común, aquí vale preguntarse, ¿voluntad general o voluntad del pueblo? Sin duda alguna voluntad de aquellos que logran hegemonizar al Estado con todas sus preocupaciones e intereses sobre las diversas formas de organizar el gobierno.
            Los hombres que llevaron a cabo la Revolución Francesa tenían la preocupación de liberarse de la tiranía (acá actúa el terror como aceleración de la misma Revolución), darle nacimiento a ese hombre fraterno e igualitario. Si el Antiguo Régimen les había quitado estos derechos inherentes, era papel de la Revolución restituirlos. Por ende, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano funcionaban como mecanismo de funcionamiento del cuerpo político. Sin embargo, como expresa Arendt, este proceso (ni ninguna revolución en el mundo conocido) ha resuelto la cuestión social, ya que no trastoco la relación entre gobernados y gobernantes; y la fachada de la igualdad y la libertad simplemente sirvió para disminuir la intensidad del conflicto de fondo: la lucha entre pobres y ricos. Bajo la falsedad del status el pobre se dio una nueva identidad, la del ciudadano: ese mismo que puede votar y elegir y supuestamente a partir de esto gobernará. El nacimiento de un “nuevo hombre” (conducido por esa voluntad general) más que la resolución de la cuestión social fue lo que categorizó a la Revolución Francesa como hecho histórico.

Resumen: Capítulo III “Sobre la Revolución” de  Hannah Arendt

            La búsqueda de la felicidad
Antes de adentrarse en el tema de la felicidad, Arendt expone dos categorías fundamentales que son necesidad y violencia para entender como tal el concepto de revolución. Esta necesidad, como vimos en el capítulo anterior, está fundamentada en ese hecho vital, humano, concreto y físico que hace que el hombre se problematice e interrogue sobre su realidad, su posición ante el hecho político y económico y hasta qué punto los conceptos lo incluyen a él (ese nosotros colectivo marginado) en busca de un bienestar colectivo tal cual promete la libertad y sus apologistas de esta época moderna. Otro concepto, el de violencia, es el que sirve, para decirlo de alguna forma, como medidor entre el movimiento revolucionario y los objetivos que se plantea, no es casualidad que Arendt exprese que hay más libertad política en los países donde fue derrotada la revolución que donde triunfó: cierta afirmación muestra la contradicción misma de este concepto.
¿Quién inicia o hace la revolución? Esta es la pregunta que, en primera instancia, intenta resolver Hannah Arendt en esta parte de su obra. En su opinión, el objetivo fundamental de la revolución (salvando ya el registro histórico-analítico realizado previamente sobre los ejemplos de revolución que toca la autora) es cambiar el estado actual de las cosas, que no es más que el régimen sobre el cual se mueven los hombres: su liberación, y a veces, su libertad. Sin embargo, esto no se da o no se ha dado hasta los momentos como un hecho espontáneo de las masas, sin embargo, esa misma masa es el sustrato elemental, la fuerza vital que justifica este proyecto de cambiar las cosas. A pesar de esto, es fundamental que haya voluntad de poder. Esta voluntad no está circunscrita simplemente a un hecho voluntarista, no es más que esa conciencia que al no tenerla el conjunto más amplio de la masa, pasa a ser insumo para la toma del poder de esa vanguardia que interioriza y al hacerlo lucha por la toma del poder.
Podría pensarse que sólo en climas de inestabilidad política se producen las revoluciones, sin embargo, no solamente un gobierno o sistema débil puede verse inmerso en un cambio revolucionario. Por tal motivo, esa vanguardia que interioriza el sentimiento de los oprimidos deben desdoblarse en dos actitudes que pueden garantizarle la victoria: tener la voluntad de poder que es lo que le dará fuerza al torbellino revolucionario y además de eso prever y prepararse para la situación institucional que han de enfrentar; su pericia e inteligencia en este punto es fundamental para concretar los objetivos que se plantea dicha revolución.
Encaminados hacia la diferenciación y posterior comparación entre la Revolución Francesa y Americana, es fundamental denotar un punto fundamental: ambas revoluciones, separadas como vimos en el anterior capítulo por la cuestión social, encontraron punto de encuentro en buscar con ímpetu la libertad pública; la misma, más allá de presentarse como garantía abstracta de nuestra Modernidad, es un anhelo donde el hombre encuentra su felicidad en tanto y en cuanto es parte de su historia, como construcción colectiva de la realidad política a la cual pertenece.  Sin embargo, la felicidad pública de los Americanos fue la traducción de lo que llamaron los franceses libertad pública. Esta configuración política tiene precedentes en las corporaciones como espacio público para la discusión y organización de los negocios.
Desde el punto de los intelectuales americanos pueden verse ciertas características, algunos elementos, que dan cuenta del significado de la felicidad pública. En primer término es un espacio construido por el hombre, donde la liberación y el libre arbitrio es la misma realidad a la cual se congrega el común. Esta misma realidad también condiciona algunos elementos de eminente carácter político: dado que es un espacio común (esfera pública) lo público no se delega en el otro superior, por ende, es el ejercicio de una constitución libre, entre menos reglamentación normativa mayor ejercicio práctico, real y físico de la libertad; el derecho inalienable del hombre se garantiza en tanto y en cuanto la esfera pública integra también la vida privada del individuo, es una extensión, en este sentido, de él (el Yo moderno) mismo.
Sin embargo, vemos que Arendt no deja de lado tampoco el concepto de felicidad privada, teniendo este concepto una relación bastante sólida con la acepción de un gobierno legítimo y la libertad como tal. Veamos. Fundamentalmente la libertad privada garantiza el disfrute de los placeres del mundo, a saber, los placeres que son ulteriores al desarrollo de la propiedad privada, esa misma que, al ser respetada, exonera al gobierno de cualquier otra responsabilidad para con la sociedad civil. Este disfrute, más allá de ser la realización material del sueño, significa la vida como tal, el estado de bienestar de las cosas. Esa felicidad pública, que sería en síntesis, la suma de todas las felicidades privadas desemboca en la libertad plena que, en términos políticos, sería la única razón de legitimidad del gobierno, colocándola, claro está, en contra de la tiranía.
Así pues, tanto en la Revolución Francesa como en la Americana se buscó la abundancia y las libertades públicas como fines máximos del proceso de transformación social. Esta búsqueda quedó por debajo ya que, en el caso de la Revolución Americana se privilegió enriquecer a las familias (en esa misma búsqueda de la felicidad privada), dejando por fuera o en un segundo plano la libertad pública como concepto del cuerpo político colectivo. He aquí el enfrentamiento o la confrontación entre intereses particulares y colectivos y, en relación a esto, a quién le pertenece la nación y si verdaderamente, haciendo uso de la libertad política, las decisiones fundamentales son realmente objeto del pensamiento colectivo y de quienes detentan la propiedad privada.

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