Universidad Central de Venezuela
Facultad de Ciencias Jurídicas y
Políticas
Escuela de Estudios Políticos y
Administrativos
Seminario: Hannah Arendt
Dos visiones de libertad: Hannah
Arendt y Michel Foucault
Alumno: Andrés González
Profesor: Edgar Pérez
Dos
visiones de Libertad: Arendt y Foucault
La
Libertad sin dudas es un valor que ha sido objeto de reflexión durante muchos
siglos, y que ha sido conceptualizado o definido de distintas formas, esto en
la medida en que la percepción del hombre respecto a su propia existencia ha
variado a lo largo de toda la historia.
La
libertad en el pensamiento de Hannah Arendt ocupa un puesto central, y en
varias de sus obras es uno de los puntos de pivote desde donde se traslada a
distintas ópticas sobre la política y lo político, figuras que enmarcan las
distintas esferas de la vida humana.
Para
Hannah Arendt es fundamental tener claro que la única noción que es certera es
definir el concepto de libertad desde un ángulo político. La libertad es la
capacidad que tiene cada ser humano en participar en el orden político, la
posibilidad de intervenir en las decisiones de carácter político.
Esta
idea implica varias posturas. La libertad es entonces un valor o una idea
estrictamente política, y en este sentido es social, se realiza en el marco de
las relaciones humanas que se desarrollan en el ejercicio del poder. La libertad
en Arendt tiene que ver sin dudas con la deliberación, la práctica de las
facultades personales en relación con otros individuos, de manera que se pueda
influir en el resultado de la acción política. Aquí el concepto de libertad es
inversamente proporcional a la idea del desarrollo de las libertades individuales
o personales, así como también a la idea de libertad negativa.
La
libertad no tiene que ver con la realización de la voluntad individual, con la
autodeterminación personal en la acción ni con la condición de no ser
coaccionado en ninguna esfera que no se contemple en el marco normativo. La
libertad es la participación política libre, valga la redundancia, de toda
limitación, solo regulada por los mecanismos normales de carácter técnico que
se generan en las sociedades para limitar la dinámica de las interacciones.
En este
sentido, Arendt se encarga en señalar de manera reiterativa durante toda su
propuesta teórica y filosófica que la libertad es el concepto contrario a
necesidad. La necesidad, tanto material como física, es una circunstancia que
destruye la condición de libertad del hombre, elemento que es el núcleo de la
propia condición humana. Ahora bien, la necesidad como limitación física es
algo inevitable debido a nuestra realidad como seres biológicos, pero esta no
es la apreciación que Arendt está señalando, sino más bien una necesidad física
que se separa de ese metabolismo natural que se compone cuando el hombre
despliega su propia situación como animal inserto en un entorno natural. Es la
necesidad física vinculada a la existencia material lo que contrapone Arendt a
la libertad.
El
hombre, en la medida en que es esclavo de condiciones materiales (que a la vez
están sujetas al esfuerzo y dolores físicos) no puede ser libre, porque no
puede vivir de forma plena, y mucho menos puede participar dentro del espacio
político. La libertad entonces se configura, en el pensamiento de Hannah
Arendt, como una facultad estrictamente política, y por lo tanto se pliega en
totalidad a la noción aristotélica de hombre político, que se manifiesta a
través de la palabra, y que encuentra en el foro político su espacio para una
realización plena de su identidad, esto en su relación con los demás hombres en
el orden social.
Cuando
Arendt vincula sus apreciaciones filosóficas con esta idea de libertad, marca
todo su pensamiento con una patente política. Además, es una visión que rescata
un perfil claramente inspirado en la antigüedad griega, siendo esto de
relevancia por el contexto en el que propone sus ideas, una segunda mitad del
siglo XX marcada por el pesimismo de la posguerra y la confusión respecto a las
necesidades verdaderas del hombre dentro la naciente globalización tecnológica.
En
Foucault en cambio no encontramos un trabajo que se esfuerce por definir de
manera explícita el concepto de libertad. La idea también es importante en la
obra de Foucault, pero no es un punto referencial para entender al hombre.
El
pensamiento de este autor es realmente novedoso, pues se encarga de tratar
áreas fronterizas para la filosofía hasta ese momento, como lo son el castigo,
el control, la disciplina, la locura, entre otros.
Dentro
del pensamiento foucaultiano existe una línea más o menos definida que funciona
como columna de sus aportes filosóficos. La sociedad moderna desarrolló un
conjunto de saberes específicos sobre el hombre en sus aspectos personales,
mentales y motores, que terminaron como poderes específicos que permitieron
desarrollar unos mecanismos de castigo y vigilancia fortísimos y de altísima
especificidad: tecnologías de poder.
Estas
tecnologías tienen un desarrollo histórico que se ubica al final del
renacimiento, cuando el Estado, luego de la gran laicización post reforma,
adquiere capacidades de poder y control sobre los individuos en circunstancias
y esferas que antes habían estado marcadas estrictamente por la escatología
cristiana y las formas estamentales de la sociedad europea.
Obtenidas
estas capacidades, se desarrolló una comprensión sobre el control del hombre en
el aspecto de su personalidad como sujeto y en el aspecto de su mecanicidad
como organismo vivo. Estos controles, que se volvieron totales, permitieron
construir lo que Foucault llama sociedad de la vigilancia, que no es más que la
existencia del hombre en sociedad marcado por un conjunto de tecnologías de
corrección y control que moldean la existencia del hombre en sus aspectos más
fundamentales.
La
sociedad de la vigilancia y disciplina, con estos mecanismos de control,
perfeccionó una normalización de los individuos para adaptarlos a los esquemas
sociales convenientes que se acoplan dentro de esta visión de dominio sobre el
hombre. En este sentido el ser humano, desde su nacimiento, es manipulado y trasformado
en figuras estandarizadas que responden a intrincadas redes de poder que
generan un orden reticular de dominación. Esta es una de las visiones más
novedosas de Foucault: la idea de que el poder no es un objeto que se posee, el
poder una relación que se ejerce, que no es vertical ni horizontal de forma
exclusiva, que no tiene que ver con niveles socioeconómicos o políticos, sino
con la simple interrelación de los hombres en su vida normal, los cuales
conforman una red compleja de relaciones de poder que teje las relaciones
humanas en su totalidad.
Resulta
interesantísimo ver estas dos visiones sobre la libertad, dado que ambos
autores escriben en un mismo momento histórico, aunque en contextos distintos.
Arendt viene escapando del nazismo alemán, con una herencia judía, mientras que
Foucault vive la discriminación sexual en carne propia y los sucesos del mayo francés.
Es evidente que el contexto que vive cada autor marca en parte su forma de
pensar, aunque no se puede descreditar la originalidad en el pensamiento de
ambos.
En
un primer momento se puede decir que ambas posturas sobre la libertad son
evidentemente distintas. Arendt apuesta por una retoma de ciertos ideales
griegos y siempre por escribir en clave política, es decir, en el campo de la
participación en el ejercicio del gobierno, del poder. Foucault por otro lado
explora esos micro niveles de dominación que configuran la realidad del hombre
y que nos permiten ver la complejidad de las relaciones de poder, que se
transfieren y soportan en todos los niveles.
Arendt,
al no pensar en las libertades personales o negativas (lo que ella llama liberación) no se preocupa por las limitantes
que componen la realidad humana básica, tangible, que no necesariamente
responden a la necesidad, sino a la cotidianidad del ser humano. Arendt se
preocupa por la libertad política, tiene una visión enfocada en la necesidad de
establecer consensos a través de la participación para así poder darle forma al
ejercicio del poder, entendiendo esto último como el control del gobierno para
organizar la sociedad.
La
visión de Arendt es estrictamente relacional, de vinculación con el hombre político,
con esa diatriba que preocupa a los hombres desde hace siglos: ponerse de
acuerdo. Arendt busca en su indagación filosófica dar con ideas que permitan
esclarecer la dirección que debe tomar el hombre para vivir correctamente en
sociedad.
Foucault
piensa en cambio en esos estadios de individualidad y de cómo se vinculan
inevitablemente con esquemas perfeccionados de control que delimitan la
sociedad en todos sus aspectos. El autor está trabajando esos rincones poco
explorados de la realidad humana, esos espacios de soledad que de alguna forma
están signados por un saber que ha perfeccionado las pautas de exigencia con
respecto a la vida. La visión foucaultiana tiene un aire de pesimismo
filosófico.
Arendt,
sosteniéndose en la visión aristotélica, retoma con inteligencia la necesidad
de delimitar y fortalecer los espacios políticos, de manera que el hombre pueda
configurar, mediante la organización, el poder político. Por esto es que ignora
dentro del campo de la libertad toda la esfera de lo privado, porque en lo
privado no se puede trabajar por lo político, es incompatible. Arendt está
dispuesta a reformar las visiones sobre lo político con el fin de buscar nuevos
senderos hacia la transformación de la vida en sociedad. Aquí encontramos la más
resaltante diferencia con Foucault, porque desde el mismo origen de la
participación política, el francés ve una dificultad originada en los espacios
de disciplina y normalización que predisponen al hombre para actuar en
sociedad, mientras que Arendt, de forma curiosa, contempla una libertad del
hombre cuando actúa en lo político, pero no considera las libertades personales
e íntimas necesarias en el carácter del hombre para poder participar en la esfera
política.
En
todo caso, para Hannah Arendt la libertad del hombre en su personalidad no está
cuestionada, lo que entra en la discusión es si se utiliza esa capacidad
decisoria para actuar en la esfera pública de lo político o si se desarrolla en
los espacios privados. De aquí se considera al hombre como autónomo, y que solo
puede ser esclavo cuando está sujeto a la necesidad, pero no por la atmósfera
social que cuenta con sus propios esquemas. La necesidad material que se genera
por las desigualdades o los atropellos puede ser una opción, aunque esto sería más
bien una idea marxista que Hannah Arendt se limita en señalar. Arendt nunca se
concentra en profundizar sobre las peculiaridades del hombre en su absoluta
individualidad, porque le interesa precisamente la vida de actividad, la cual
está vinculada inevitablemente con otros hombres.
En
los trabajos de Foucault parece quedar en el aire la idea cruda de que la libertad
simplemente no existe. Aunque la libertad en Foucault desde la perspectiva
arendtiana si existe, siempre que el individuo participe en el orden político,
aunque esto entonces sencillamente se limitaría a la existencia de un país
donde la participación sea propositiva y de gran amplitud. Sin embargo, sea
cual sea el tipo de participación, para Foucault la libertad siempre va a estar
limitada por las condiciones sociales que normalizan al individuo y lo hacen
actuar y pensar de una determinada manera, así que realmente no existiría un
libre albedrío, y por lo tanto la participación política (sea cual sea) estará
signada por los patrones ya acomodados de disciplina y control que están
consolidados en cualquier conglomerado humano moderno.
Aquí
está el punto fundamental a señalar en la comparación de estos dos grandes
pensadores: En Arendt la libertad, específicamente su concepción política, es
posible, es una capacidad realizable por el hombre y que se enmarca en ciertos
parámetros, es algo realizable. En Foucault esto parece que está puesto en
duda, porque la conformación personal está vinculada, desde el nacimiento, a
las tecnologías de poder establecidas en la sociedad, que son tan amplías y
sutiles a la vez, que nos permiten afirmar que el individuo nunc toma realmente
una decisión sin estar influenciado (casi siempre en gran medida) por estos modelos
de control.
Podríamos
decir que para Arendt esto no es realmente un problema, pues está consciente de
que los esquemas sociales existen y son limitantes normales que se generan
siempre que se dan marcos de convivencia, pero aquí Foucault es claro en
replicar que estas limitantes son más que una ordenación social, son saberes
que se han especificado hasta tal punto que han definido la existencia del
hombre en sociedad bajo parámetros regulares de disciplina y vigilancia que no
permiten el pleno desarrollo de su vida.
Ambas
son posturas novedosas, y podríamos concluir que en cierto sentido son
opuestas, porque buscan desarrollos distintos. Arendt en su preocupación por la
organización política, con una propuesta específica, y Foucault más como un
señalador de esa realidad que la filosofía había ignorado, y que termina
surgiendo a la luz para hacernos dar cuenta de cómo la sociedad ha degenerado
en su propia realidad hasta convertirse en un elemento autoflagelante.
Bibliografía
Arendt, H. (1963). Sobre
la revolución. Múnich.
Arendt, H. (1958). La
condición humana. Chicago.
Foucault, M. (1975). Vigilar
y Castigar, el nacimiento de la prisión. Paris: Gallimard.
Foucault, M. (1961). Historia de
la locura en la época clásica. París.
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