Larry Tadino
Capítulo N° 6: La tradición revolucionaria y su tesoro perdido1
PARTE N° 1:
Arendt
señala que si hubo un único acontecimiento que rompió los lazos entre el Nuevo
Mundo y los países del viejo continente, éste fue la Revolución francesa, la
cual, a juicio de sus contemporáneos, no hubiera podido producirse nunca sin el
ejemplo glorioso dado al otro lado del Atlántico (Revolución americana). En realidad,
no fue la revolución en sí misma, sino su desastrosa historia y el colapso de
la República francesa los que, en su día, condujeron a la ruptura de los
fuertes vínculos espirituales y políticos que se habían establecido entre
América y Europa a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
Se
debe mencionar, que a partir de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores se
han mostrado más inclinados que nunca, desde principios del siglo XIX, a
considerar el mundo occidental como una totalidad.
1. ARENDT, Hannah (1988).
Sobre la revolución. Madrid, España. Editorial Alianza.
El Nuevo Mundo perdió significación
política para los hombres de las clases dirigentes de Europa, América dejó de
ser el país de la libertad para convertirse casi exclusivamente en la tierra
prometida para los pobres. Sin duda, la actitud asumida por las clases
superiores de Europa frente al supuesto materialismo y vulgaridad del Nuevo
Mundo fue un producto automático del esnobismo social y cultural de las clases
medias en ascenso y, en cuanto tal, no tuvo una importancia decisiva.
Lo más importante fue que la tradición
revolucionaria europea del siglo XIX no mostró más que un interés pasajero por
la Revolución americana o por el progreso de la República americana. En
contraste con el siglo XVIII, cuando, mucho antes de la Revolución americana,
el pensamiento político de los philosophes se amoldaba a los
acontecimientos e instituciones del Nuevo Mundo, el pensamiento político
revolucionario de los siglos XIX y XX se ha comportado como si nunca se hubiera
producido una revolución en el Nuevo Mundo, como si nunca hubieran existido
ideas y experiencias americanas en la esfera constitucional y política sobre
las que valiera la pena meditar.
El hecho de no haber sabido incorporar
la Revolución americana a la tradición revolucionaria se ha vuelto como un
bumerán contra la política exterior de los Estados Unidos, que comienzan a
pagar de este modo un precio exorbitante por la ignorancia de los demás y por
su propio olvido. Este fenómeno adquiere tintes especialmente desagradables
cuando hasta las revoluciones que se producen en el continente americano se
expresan y actúan como si se supieran de memoria los textos revolucionarios de
Francia, Rusia y China, pero no hubieran oído hablar nunca de la Revolución
americana.
Por no tener presente que fue una
revolución la que dio nacimiento a los
Estados Unidos y que la república vino al mundo no en virtud de una necesidad
histórica o de un desarrollo orgánico, sino como consecuencia de un acto
deliberado: la fundación de la libertad. Esta falta de memoria es, en buena
medida, la causa del extraordinario temor que suscita en Estados Unidos la
revolución, y es precisamente este temor el que confirma al resto del mundo su
justeza de miras al concebir la revolución exclusivamente por referencia a la
francesa. El miedo a la revolución ha constituido el leitmotiv 1
oculto que ha guiado la política exterior americana después de la guerra en su
intento desesperado por estabilizar el statu quo, con el resultado de que se
usase y abusase del poder y del prestigio americanos para apoyar regímenes
políticos anticuados y corrompidos, que se habían atraído, desde hacía mucho
tiempo, el odio y el desprecio de sus propios ciudadanos. (pág. 298).
Hemos afirmado que en los Estados Unidos la riqueza y el bienestar
económico son los frutos de la libertad, pese a que debiéramos haber sido los
primeros en saber que este tipo de felicidad constituía la bendición de América
con anterioridad a la Revolución y que su razón de ser era la abundancia
natural bajo un gobierno moderado y no la libertad política ni la iniciativa
privada, libre y sin freno, del capitalismo, el cual ha conducido en todos los
países donde no existían riquezas naturales a la infelicidad y a la pobreza de
las masas. En otras palabras, la libre empresa sólo ha sido una bendición para
Estados Unidos y aun así no es la bendición mayor de que gozamos si se compara
con las libertades verdaderamente políticas, tales como la libertad de palabra
y de pensamiento, la libertad de reunión y de asociación. (pág. 299).
Es totalmente cierto, aunque sea triste
reconocerlo, que la mayor parte de las llamadas revoluciones, lejos de realizar
la constitutio
libertatis, no han sido ni siquiera capaces de crear garantías
constitucionales para los derechos y libertades civiles, las bendiciones
propias del gobierno limitado, y es indiscutible que en nuestras relaciones con
las demás naciones y sus gobiernos deberemos recordar que la distancia
existente entre tiranía y gobierno constitucional limitado es tan grande,
cuando no más, como la que hay entre gobierno limitado y libertad.
1. La palabra leitmotiv es un
germanismo, compuesta a partir del verbo “leiten”, que en Alemán significa
dirigir, más el sustantivo “motiv”, motivo. Alexis Márquez Rodríguez. Martes, 19 de junio de 2007.
Pero estas consideraciones, por
importantes que puedan ser en la práctica, no deben significar que confundamos
derechos civiles y libertad política, o que identifiquemos los postulados de
todo gobierno civilizado con la sustancia misma de una república libre. En
efecto, o la libertad política, en su
acepción más amplia, significa el derecho a participar en el gobierno, o no
significa nada.
Rasgo distintivo de la estructura mental
americana: una tendencia general a no preocuparse por la filosofía y que la
Revolución en particular no fue consecuencia de una educación libresca ni de la
Ilustración, sino de las experiencias prácticas del período colonial, las
cuales, por su propia virtud, dieron nacimiento a la república.
Pág. 302: si es indiscutible que la
erudición y un pensamiento conceptual de alto calibre fueron las bases sobre
las que se construyó la República americana, no es menos cierto que este
interés por la teoría y el pensamiento político desapareció casi inmediatamente
después que la empresa había sido realizada. Esta es la razón principal de que
la Revolución americana haya sido estéril para la política mundial.
La falta de memoria americana puede
remontarse hasta este error fatal del pensamiento posrrevolucionario. Si es
cierto que todo pensamiento se inicia con el recuerdo, también es cierto que
ningún recuerdo está seguro a menos que se condense y destile en un esquema
conceptual del que depende para su actualización.
Pág. 304:… es evidente que lo que se
perdió, como consecuencia de esta incapacidad para el pensamiento y el
recuerdo, fue el espíritu público.
Lo que quedó de ellos en América, una
vez que había sido olvidado el espíritu revolucionario, fueron las libertades
civiles, el bienestar individual del mayor número y la opinión pública como la
fuerza más importante que gobierna la sociedad democrática e igualitaria. Esta
transformación se corresponde casi exactamente con la invasión de la esfera
pública por la sociedad; es como si principios que fueron políticos en su
origen se hubieran traducido a valores sociales. Esta transformación no fue
posible en los países afectados por la Revolución francesa.
Dado que, en toda revolución, el acontecimiento
más importante es el acto de fundación, el espíritu revolucionario contiene dos
elementos que nos parecen irreconciliables e incluso contradictorios. De un
lado, el acto de fundar un nuevo cuerpo
político, de proyectar la nueva forma de gobierno, conlleva una profunda
preocupación por la estabilidad y durabilidad de la nueva estructura; la experiencia, por otro lado, con que
deben contar quienes se comprometen en estos graves asuntos consiste en
sentirse estimulados por la capacidad humana para todo origen, en poseer el
elevado espíritu que siempre ha acompañado al nacimiento de algo nuevo sobre la
tierra. El hecho de que estos dos elementos, la preocupación por la estabilidad
y el espíritu de novedad hayan terminado por oponerse en la terminología y el
pensamiento políticos-identificándose el primero con el conservadurismo, y
habiendo sido monopolizado el segundo por el liberalismo progresista.
En otras palabras, en la medida en que
nuestra terminología política es moderna, tiene un origen revolucionario. La
característica principal de este vocabulario moderno y revolucionario es, según
parece, que se presenta siempre en pares de conceptos opuestos: derecha e
izquierda, reaccionario y progresista, conservadurismo y liberalismo… lo que
importa es que en el acto de fundación no se concibieron como términos
excluyentes, sino como dos aspectos del mismo acontecimiento; sólo después de
que las revoluciones tocaron a su fin, victoriosas o derrotadas, dichos
términos se separaron, cristalizaron en ideologías y comenzaron a oponerse.
Desde un punto de vista filológico, el esfuerzo que se realiza para
reconquistar el espíritu perdido de la revolución debe consistir, en buena
parte, en repensar y combinar de modo significativo lo que nuestro vocabulario
político nos ofrece en términos de oposición y contradicción. A tal fin, quizá
resulte útil que dirijamos de nuevo nuestra atención al espíritu público que,
como ya vimos, fue anterior a las revoluciones y tuvo su primera expresión
teórica más en James Harrington y Montesquieu que en Locke y Rousseau.
La Democracia: para el siglo XVIII era
todavía una forma de gobierno y no una ideología ni un indicio de las
preferencias de clase, fue aborrecida debido a que pretendía que prevaleciera
la opinión pública sobre el espíritu público, siendo expresión de esta
perversión la unanimidad de la ciudadanía. La incompatibilidad total que se fa
entre el gobierno de una opinión pública unánime y la libertad de opinión, pues
lo cierto es que resulta prácticamente imposible la formación de opinión cuando
todas las opiniones han llegado a ser idénticas. Puesto que nadie es capaz de
formar su propia opinión sin contrastarla con las opiniones de los demás, el
gobierno de la opinión pública pone incluso en peligro la opinión de aquellos
pocos hombres que se sienten con fuerzas para no compartirla.
Opinión
pública: El poder arrollador de la mayoría no es la única razón, ni
siquiera la fundamental, en virtud de la cual la opinión de los poco pierde
pujanza y plausibilidad en tales circunstancias; la opinión pública, debido a
que su unanimidad, provoca una oposición unánime y, por tanto, elimina toda
opinión verdadera que aparezca. Ésta es la razón por la cual los Padres
Fundadores se inclinaron a identificar el gobierno basado en la opinión pública
con la tiranía; en este sentido, la democracia fue para ellos una nueva forma
de despotismo.
Senado:
fue la institución concebida originariamente para salvaguardarse del gobierno
de la opinión pública o democracia. A diferencia del control judicial, que se
presenta corrientemente como la única contribución de América a la ciencia
constitucional, la novedad y singularidad que representa el Senado americano no
ha sido entendida en sus justos términos, en parte debido a que nadie se dio
cuenta de que el antiguo nombre era inapropiado y, en parte, porque
automáticamente se tendió a identificar una cámara alta con la Cámara de los
Lores de Inglaterra. La institución del Senado iguala en novedad y originalidad
al descubrimiento del control judicial según aparece configurado en la
institución
Interés
y opinión: son dos fenómenos políticos completamente diferentes. Desde
un punto de vista político, los intereses sólo importan en cuanto son intereses
de grupo; para la purificación de tales intereses basta con que estén
representados de tal forma que quede a salvo su particularidad en todas las
circunstancias, incluso en el supuesto de que el interés de un grupo resulte
ser el de la mayoría. Las opiniones, por el contrario, nunca son de grupos,
sino de individuos, que ejercen su razón serena y libremente, pues ninguna
multitud, ya sea la multitud de una parte de la sociedad o de toda ella, será
nunca capaz de configurar una opinión. Habrá opiniones donde quiera que los
hombres se comuniquen libremente entre sí y tengan derecho a hacer públicas sus
ideas. Desde un punto de vista histórico, la importancia de la opinión para la
política en general y, en particular, su papel en el gobierno, fueron
descubiertos como consecuencia de la revolución y con ocasión de ésta… La
opinión fue descubierta por las Revoluciones francesa y americana, pero sólo la
última-lo que viene a probar una vez más su alto nivel de genio político
creador-supo construir una institución perdurable para la formación de las
ideas públicas dentro de la propia estructura de la república.
Tres conceptos sobre los que se había
basado el pensamiento prerrevolucionario: eran el poder, la pasión y la razón;
se suponía que el poder del gobierno controlaba la pasión de los intereses
sociales y era controlado, a su vez, por la razón individual.
PARTE N° 2:
El fracaso del pensamiento pos
revolucionario para conservar el
recuerdo del espíritu revolucionario y para comprenderlo conceptualmente fue
precedido por el fracaso de la misma revolución para dotarla de una institución
perdurable. La revolución, que no tuvo como fin desastroso el terror, había
concluido con el establecimiento de una república, la cual era, según los
hombres de las revoluciones, la única forma de gobierno que no se encuentra
eternamente en guerra abierta u oculta con los derechos de la humanidad.
Si la fundación era el propósito y el
fin de la revolución, entonces el espíritu revolucionario no era simplemente el
espíritu de dar origen a algo nuevo, sino de poner en marcha algo permanente y
duradero; una institución perdurable que incorporara este espíritu y lo
impulsase a nuevas empresas sería contraproducente. De lo cual,
desgraciadamente, parece deducirse que no hay nada que amenace de modo más
peligroso e intenso las adquisiciones de la revolución que el espíritu que les
ha dado vida.
Oscurecimiento de todo el problema de la
acción en el pensamiento de los hombres de la revolución: debido a la
naturaleza de sus experiencias, vieron el fenómeno de la acción exclusivamente
desde una perspectiva de destrucción y construcción.
El problema de la representación: les
absorbía esta cuestión que llegaron a definir la república como forma distinta
de la democracia, por referencia al gobierno representativo. El principio de la
representación fue discutido todavía en
estos términos en Filadelfia; se entendía por representación un mero sustituto
de la acción política directa del pueblo y se suponía que los representantes
elegidos por el pueblo actuaban de acuerdo a las instrucciones recibidas por
sus electores, sin que pudiesen resolver los asuntos de acuerdo con sus propias
opiniones, según se configurasen éstas a lo largo del proceso.
Espíritu
revolucionario: parece extraño que de todos los hombres de la Revolución
americana, solo Jefferson se plantease el problema obvio de cómo preservar el
espíritu revolucionario una vez que la Revolución había concluido.
PARTE
N°3:
Jefferson: “repúblicas elementales” donde la opinión de todo el pueblo se
expresase, discutiese y decidiese libre, completa y pacíficamente por la razón
común de todos los ciudadanos. En función del papel que jugó en los asuntos de
su patria y del resultado de la Revolución, la idea del sistema de distritos
fue, sin duda, tardía; en relación con su propia biografía, su machacona
insistencia en el carácter pacífico de los distritos demuestra que tal sistema
constituía para él la única alternativa no violenta posible a su idea anterior
sobre la deseabilidad de una revolución recurrente. Jefferson sabía muy bien
que lo que proponía como salvación de la república significaba en realidad la
salvación del espíritu revolucionario de la república. (pág. 349. Justificación
de los distritos).
PARTE
N° 4:
El papel que los revolucionarios
profesionales desempeñaron en todas las revoluciones modernas es importante y
muy significativo, pero desde luego no consistió en la preparación de las
mismas. Los revolucionarios contemplaban y analizaban la desintegración
progresiva del Estado y de la sociedad, pero era poco lo que hacían, o lo que
podían hacer, para precipitarla y dirigirla. Incluso la ola de huelgas que
barrió Rusia en 1905 y terminó por desencadenar la primera Revolución, fue
completamente espontanea, sin que contara con el apoyo de ninguna organización
política o sindical, las cuales, por el contrario, sólo se hicieron presentes
durante el curso de la Revolución.
El papel de los revolucionarios
profesionales normalmente no consiste en hacer una revolución, sino en llegar
al poder una vez que aquella se ha producido, y la gran ventaja con que cuentan
en esta lucha por el poder depende menos de sus teorías o preparación
intelectual y de su organización que del simple hecho de que sus nombres son
los únicos que se conocen públicamente. (pág. 360).
Los
consejos: su espontaneidad de su nacimiento y constitución. Siempre
fueron tanto órganos de orden como de acción, y fue de aspiración fundar el
nuevo orden la que les enfrentó a los grupos de revolucionarios profesionales,
quienes pretendían rebajarlos al nivel de simples órganos ejecutivos de la
actividad revolucionaria. Lo verdaderamente notable de los consejos no fue sólo
que borrasen las líneas divisorias entre los partidos, que los miembros de los
diversos grupos se sentasen juntos en los consejos, sino que, en su seno, la
existencia de los partidos perdiese toda significación. Los consejos fueron en
realidad los únicos órganos donde tenían asiento los hombres que no pertenecían
a ningún partido. Debido a ello, entraron inevitablemente en conflicto todas
las asambleas, tanto con los antiguos parlamentos como con las nuevas asambleas
constituyentes, por la sencilla razón de que éstas, incluso en sus alas más
extremas, eran aún criaturas del sistema de partidos. Los consejos eran
espacios de libertad. En cuanto tales, se opusieron sistemáticamente a
presentarse como órganos provisionales de la Revolución y, por el contrario,
hicieron cuanto pudieron para constituirse como órganos permanentes de
gobierno. (pág. 375. Explicación de los consejos y partidos).
El conflicto entre estos dos sistemas,
el de partidos y el de consejos, ocupó un lugar privilegiado en todas las
revoluciones del siglo XX. Lo que se ponía en juego era el problema de la
representación frente a la acción y la participación. Los consejos eran órganos
de acción, los partidos revolucionarios eran órganos de representación y,
aunque los partidos revolucionarios reconocieron sin entusiasmo a los consejos
como instrumentos de la lucha revolucionaria, intentaron en plena revolución
apoderarse de ellos desde dentro; sabían muy bien que ningún partido, por
revolucionario que fuese, sería capaz de sobrevivir a la transformación del
gobierno en una verdadera república soviética. Desde el punto de vista de los
partidos, la necesidad de acción era transitoria y estaban seguros de que, tras
la victoria de la Revolución, toda acción ulterior seria innecesaria o
subversiva.
El
término élite: término que le incomoda a Arendt, no a causa de que dude
que el modo de vida política haya sido nunca ni llegue a ser nunca el modo de
vida de la mayoría, y ello pese a que la actividad política atañe por
definición a algo más que a la mayoría, es decir, en sentido estricto, a la
suma total de los ciudadanos. Lo que le
disgusta del término elite es que supone una forma oligárquica de gobierno, el
dominio de la mayoría por unos pocos. A partir de aquí se puede afirmar – y así
lo ha hecho todo el pensamiento político – que la esencia de la política es el poder
y que la pasión política predominante es la pasión de poder y de gobierno. Todo
esto, según creo, es profundamente falso. El hecho de que las elites políticas
hayan determinado siempre el destino político de la mayoría y hayan ejercido,
en muchos casos, un dominio sobre ella, indica, de un lado, la cruel necesidad
en que se encuentre los pocos de protegerse contra la mayoría o, para ser más
exactos, de proteger la isla de libertad en que habitan contra el mar de
necesidad que les rodea; también indica, de otro lado, la responsabilidad que
recae automáticamente sobre quienes se interesan por el destino ajeno.
La relación entre una elite gobernante
y el pueblo, entre los pocos que constituyen entre si un espacio público, y la
mayoría cuyas vidas transcurren al margen y en la oscuridad, sigue siendo la
misma de siempre. Desde el punto de vista de la revolución y de la
supervivencia del espíritu revolucionario, la dificultad no estriba en la
aparición de una nueva elite; no es el espíritu revolucionario, sino la
mentalidad democrática de una sociedad igualitaria la que tiende a negar la
incapacidad evidente y la notoria falta de interés de grandes sectores de la
población para los asuntos políticos en cuanto tales. La dificultad consiste en
la falta de espacios públicos a los que pudiera tener acceso el pueblo y en los
cuales pudiera seleccionarse a sí misma. En otras palabras, la dificultad
reside en que la política se ha convertido en una profesión y en una carrera y
que, por tanto, la elite es elegida de acuerdo con normas y criterios que son
no políticos por naturaleza. Es inherente al sistema de partidos que los
auténticos talentos políticos se revelan en rarísimas ocasiones, y aún es más
raro que las cualidades específicamente políticas sobrevivan a las maniobras
mezquinas de la política de partido con sus exigencias de autenticas técnicas
comerciales.
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