martes, 10 de septiembre de 2013

Capítulo VI

Larry Tadino
 Capítulo N° 6: La tradición revolucionaria y su tesoro perdido1
PARTE N° 1:
       Arendt señala que si hubo un único acontecimiento que rompió los lazos entre el Nuevo Mundo y los países del viejo continente, éste fue la Revolución francesa, la cual, a juicio de sus contemporáneos, no hubiera podido producirse nunca sin el ejemplo glorioso dado al otro lado del Atlántico (Revolución americana). En realidad, no fue la revolución en sí misma, sino su desastrosa historia y el colapso de la República francesa los que, en su día, condujeron a la ruptura de los fuertes vínculos espirituales y políticos que se habían establecido entre América y Europa a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
Se debe mencionar, que a partir de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores se han mostrado más inclinados que nunca, desde principios del siglo XIX, a considerar el mundo occidental como una totalidad.

 


1. ARENDT, Hannah (1988). Sobre la revolución. Madrid, España. Editorial Alianza.
       El Nuevo Mundo perdió significación política para los hombres de las clases dirigentes de Europa, América dejó de ser el país de la libertad para convertirse casi exclusivamente en la tierra prometida para los pobres. Sin duda, la actitud asumida por las clases superiores de Europa frente al supuesto materialismo y vulgaridad del Nuevo Mundo fue un producto automático del esnobismo social y cultural de las clases medias en ascenso y, en cuanto tal, no tuvo una importancia decisiva.
        Lo más importante fue que la tradición revolucionaria europea del siglo XIX no mostró más que un interés pasajero por la Revolución americana o por el progreso de la República americana. En contraste con el siglo XVIII, cuando, mucho antes de la Revolución americana, el pensamiento político de los philosophes se amoldaba a los acontecimientos e instituciones del Nuevo Mundo, el pensamiento político revolucionario de los siglos XIX y XX se ha comportado como si nunca se hubiera producido una revolución en el Nuevo Mundo, como si nunca hubieran existido ideas y experiencias americanas en la esfera constitucional y política sobre las que valiera la pena meditar.
       El hecho de no haber sabido incorporar la Revolución americana a la tradición revolucionaria se ha vuelto como un bumerán contra la política exterior de los Estados Unidos, que comienzan a pagar de este modo un precio exorbitante por la ignorancia de los demás y por su propio olvido. Este fenómeno adquiere tintes especialmente desagradables cuando hasta las revoluciones que se producen en el continente americano se expresan y actúan como si se supieran de memoria los textos revolucionarios de Francia, Rusia y China, pero no hubieran oído hablar nunca de la Revolución americana.
       Por no tener presente que fue una revolución  la que dio nacimiento a los Estados Unidos y que la república vino al mundo no en virtud de una necesidad histórica o de un desarrollo orgánico, sino como consecuencia de un acto deliberado: la fundación de la libertad. Esta falta de memoria es, en buena medida, la causa del extraordinario temor que suscita en Estados Unidos la revolución, y es precisamente este temor el que confirma al resto del mundo su justeza de miras al concebir la revolución exclusivamente por referencia a la francesa. El miedo a la revolución ha constituido el leitmotiv 1 oculto que ha guiado la política exterior americana después de la guerra en su intento desesperado por estabilizar el statu quo, con el resultado de que se usase y abusase del poder y del prestigio americanos para apoyar regímenes políticos anticuados y corrompidos, que se habían atraído, desde hacía mucho tiempo, el odio y el desprecio de sus propios ciudadanos. (pág. 298).
       Hemos afirmado que en  los Estados Unidos la riqueza y el bienestar económico son los frutos de la libertad, pese a que debiéramos haber sido los primeros en saber que este tipo de felicidad constituía la bendición de América con anterioridad a la Revolución y que su razón de ser era la abundancia natural bajo un gobierno moderado y no la libertad política ni la iniciativa privada, libre y sin freno, del capitalismo, el cual ha conducido en todos los países donde no existían riquezas naturales a la infelicidad y a la pobreza de las masas. En otras palabras, la libre empresa sólo ha sido una bendición para Estados Unidos y aun así no es la bendición mayor de que gozamos si se compara con las libertades verdaderamente políticas, tales como la libertad de palabra y de pensamiento, la libertad de reunión y de asociación. (pág. 299).
       Es totalmente cierto, aunque sea triste reconocerlo, que la mayor parte de las llamadas revoluciones, lejos de realizar la constitutio libertatis, no han sido ni siquiera capaces de crear garantías constitucionales para los derechos y libertades civiles, las bendiciones propias del gobierno limitado, y es indiscutible que en nuestras relaciones con las demás naciones y sus gobiernos deberemos recordar que la distancia existente entre tiranía y gobierno constitucional limitado es tan grande, cuando no más, como la que hay entre gobierno limitado y libertad.






1. La palabra leitmotiv es un germanismo, compuesta a partir del verbo “leiten”, que en Alemán significa dirigir, más el sustantivo “motiv”, motivo. Alexis Márquez Rodríguez. Martes, 19 de junio de 2007.
        Pero estas consideraciones, por importantes que puedan ser en la práctica, no deben significar que confundamos derechos civiles y libertad política, o que identifiquemos los postulados de todo gobierno civilizado con la sustancia misma de una república libre. En efecto,  o la libertad política, en su acepción más amplia, significa el derecho a participar en el gobierno, o no significa nada.
       Rasgo distintivo de la estructura mental americana: una tendencia general a no preocuparse por la filosofía y que la Revolución en particular no fue consecuencia de una educación libresca ni de la Ilustración, sino de las experiencias prácticas del período colonial, las cuales, por su propia virtud, dieron nacimiento a la república.
       Pág. 302: si es indiscutible que la erudición y un pensamiento conceptual de alto calibre fueron las bases sobre las que se construyó la República americana, no es menos cierto que este interés por la teoría y el pensamiento político desapareció casi inmediatamente después que la empresa había sido realizada. Esta es la razón principal de que la Revolución americana haya sido estéril para la política mundial.
       La falta de memoria americana puede remontarse hasta este error fatal del pensamiento posrrevolucionario. Si es cierto que todo pensamiento se inicia con el recuerdo, también es cierto que ningún recuerdo está seguro a menos que se condense y destile en un esquema conceptual del que depende para su actualización.
      Pág. 304:… es evidente que lo que se perdió, como consecuencia de esta incapacidad para el pensamiento y el recuerdo, fue el espíritu público.
       Lo que quedó de ellos en América, una vez que había sido olvidado el espíritu revolucionario, fueron las libertades civiles, el bienestar individual del mayor número y la opinión pública como la fuerza más importante que gobierna la sociedad democrática e igualitaria. Esta transformación se corresponde casi exactamente con la invasión de la esfera pública por la sociedad; es como si principios que fueron políticos en su origen se hubieran traducido a valores sociales. Esta transformación no fue posible en los países afectados por la Revolución francesa.
       Dado que, en toda revolución, el acontecimiento más importante es el acto de fundación, el espíritu revolucionario contiene dos elementos que nos parecen irreconciliables e incluso contradictorios. De un lado, el acto de fundar un nuevo cuerpo político, de proyectar la nueva forma de gobierno, conlleva una profunda preocupación por la estabilidad y durabilidad de la nueva estructura; la experiencia, por otro lado, con que deben contar quienes se comprometen en estos graves asuntos consiste en sentirse estimulados por la capacidad humana para todo origen, en poseer el elevado espíritu que siempre ha acompañado al nacimiento de algo nuevo sobre la tierra. El hecho de que estos dos elementos, la preocupación por la estabilidad y el espíritu de novedad hayan terminado por oponerse en la terminología y el pensamiento políticos-identificándose el primero con el conservadurismo, y habiendo sido monopolizado el segundo por el liberalismo progresista.
       En otras palabras, en la medida en que nuestra terminología política es moderna, tiene un origen revolucionario. La característica principal de este vocabulario moderno y revolucionario es, según parece, que se presenta siempre en pares de conceptos opuestos: derecha e izquierda, reaccionario y progresista, conservadurismo y liberalismo… lo que importa es que en el acto de fundación no se concibieron como términos excluyentes, sino como dos aspectos del mismo acontecimiento; sólo después de que las revoluciones tocaron a su fin, victoriosas o derrotadas, dichos términos se separaron, cristalizaron en ideologías y comenzaron a oponerse. Desde un punto de vista filológico, el esfuerzo que se realiza para reconquistar el espíritu perdido de la revolución debe consistir, en buena parte, en repensar y combinar de modo significativo lo que nuestro vocabulario político nos ofrece en términos de oposición y contradicción. A tal fin, quizá resulte útil que dirijamos de nuevo nuestra atención al espíritu público que, como ya vimos, fue anterior a las revoluciones y tuvo su primera expresión teórica más en James Harrington y Montesquieu que en Locke y Rousseau.
       La Democracia: para el siglo XVIII era todavía una forma de gobierno y no una ideología ni un indicio de las preferencias de clase, fue aborrecida debido a que pretendía que prevaleciera la opinión pública sobre el espíritu público, siendo expresión de esta perversión la unanimidad de la ciudadanía. La incompatibilidad total que se fa entre el gobierno de una opinión pública unánime y la libertad de opinión, pues lo cierto es que resulta prácticamente imposible la formación de opinión cuando todas las opiniones han llegado a ser idénticas. Puesto que nadie es capaz de formar su propia opinión sin contrastarla con las opiniones de los demás, el gobierno de la opinión pública pone incluso en peligro la opinión de aquellos pocos hombres que se sienten con fuerzas para no compartirla.
       Opinión pública: El poder arrollador de la mayoría no es la única razón, ni siquiera la fundamental, en virtud de la cual la opinión de los poco pierde pujanza y plausibilidad en tales circunstancias; la opinión pública, debido a que su unanimidad, provoca una oposición unánime y, por tanto, elimina toda opinión verdadera que aparezca. Ésta es la razón por la cual los Padres Fundadores se inclinaron a identificar el gobierno basado en la opinión pública con la tiranía; en este sentido, la democracia fue para ellos una nueva forma de despotismo.
       Senado: fue la institución concebida originariamente para salvaguardarse del gobierno de la opinión pública o democracia. A diferencia del control judicial, que se presenta corrientemente como la única contribución de América a la ciencia constitucional, la novedad y singularidad que representa el Senado americano no ha sido entendida en sus justos términos, en parte debido a que nadie se dio cuenta de que el antiguo nombre era inapropiado y, en parte, porque automáticamente se tendió a identificar una cámara alta con la Cámara de los Lores de Inglaterra. La institución del Senado iguala en novedad y originalidad al descubrimiento del control judicial según aparece configurado en la institución
       Interés y opinión: son dos fenómenos políticos completamente diferentes. Desde un punto de vista político, los intereses sólo importan en cuanto son intereses de grupo; para la purificación de tales intereses basta con que estén representados de tal forma que quede a salvo su particularidad en todas las circunstancias, incluso en el supuesto de que el interés de un grupo resulte ser el de la mayoría. Las opiniones, por el contrario, nunca son de grupos, sino de individuos, que ejercen su razón serena y libremente, pues ninguna multitud, ya sea la multitud de una parte de la sociedad o de toda ella, será nunca capaz de configurar una opinión. Habrá opiniones donde quiera que los hombres se comuniquen libremente entre sí y tengan derecho a hacer públicas sus ideas. Desde un punto de vista histórico, la importancia de la opinión para la política en general y, en particular, su papel en el gobierno, fueron descubiertos como consecuencia de la revolución y con ocasión de ésta… La opinión fue descubierta por las Revoluciones francesa y americana, pero sólo la última-lo que viene a probar una vez más su alto nivel de genio político creador-supo construir una institución perdurable para la formación de las ideas públicas dentro de la propia estructura de la república.
       Tres conceptos sobre los que se había basado el pensamiento prerrevolucionario: eran el poder, la pasión y la razón; se suponía que el poder del gobierno controlaba la pasión de los intereses sociales y era controlado, a su vez, por la razón individual.
PARTE N° 2:
       El fracaso del pensamiento pos revolucionario  para conservar el recuerdo del espíritu revolucionario y para comprenderlo conceptualmente fue precedido por el fracaso de la misma revolución para dotarla de una institución perdurable. La revolución, que no tuvo como fin desastroso el terror, había concluido con el establecimiento de una república, la cual era, según los hombres de las revoluciones, la única forma de gobierno que no se encuentra eternamente en guerra abierta u oculta con los derechos de la humanidad.  
       Si la fundación era el propósito y el fin de la revolución, entonces el espíritu revolucionario no era simplemente el espíritu de dar origen a algo nuevo, sino de poner en marcha algo permanente y duradero; una institución perdurable que incorporara este espíritu y lo impulsase a nuevas empresas sería contraproducente. De lo cual, desgraciadamente, parece deducirse que no hay nada que amenace de modo más peligroso e intenso las adquisiciones de la revolución que el espíritu que les ha dado vida.
       Oscurecimiento de todo el problema de la acción en el pensamiento de los hombres de la revolución: debido a la naturaleza de sus experiencias, vieron el fenómeno de la acción exclusivamente desde una perspectiva de destrucción y construcción.
       El problema de la representación: les absorbía esta cuestión que llegaron a definir la república como forma distinta de la democracia, por referencia al gobierno representativo. El principio de la representación  fue discutido todavía en estos términos en Filadelfia; se entendía por representación un mero sustituto de la acción política directa del pueblo y se suponía que los representantes elegidos por el pueblo actuaban de acuerdo a las instrucciones recibidas por sus electores, sin que pudiesen resolver los asuntos de acuerdo con sus propias opiniones, según se configurasen éstas a lo largo del proceso.
       Espíritu revolucionario: parece extraño que de todos los hombres de la Revolución americana, solo Jefferson se plantease el problema obvio de cómo preservar el espíritu revolucionario una vez que la Revolución había concluido.
PARTE N°3:
        Jefferson: “repúblicas elementales” donde la opinión de todo el pueblo se expresase, discutiese y decidiese libre, completa y pacíficamente por la razón común de todos los ciudadanos. En función del papel que jugó en los asuntos de su patria y del resultado de la Revolución, la idea del sistema de distritos fue, sin duda, tardía; en relación con su propia biografía, su machacona insistencia en el carácter pacífico de los distritos demuestra que tal sistema constituía para él la única alternativa no violenta posible a su idea anterior sobre la deseabilidad de una revolución recurrente. Jefferson sabía muy bien que lo que proponía como salvación de la república significaba en realidad la salvación del espíritu revolucionario de la república. (pág. 349. Justificación de los distritos).
PARTE N° 4:
       El papel que los revolucionarios profesionales desempeñaron en todas las revoluciones modernas es importante y muy significativo, pero desde luego no consistió en la preparación de las mismas. Los revolucionarios contemplaban y analizaban la desintegración progresiva del Estado y de la sociedad, pero era poco lo que hacían, o lo que podían hacer, para precipitarla y dirigirla. Incluso la ola de huelgas que barrió Rusia en 1905 y terminó por desencadenar la primera Revolución, fue completamente espontanea, sin que contara con el apoyo de ninguna organización política o sindical, las cuales, por el contrario, sólo se hicieron presentes durante el curso de la Revolución.
       El papel de los revolucionarios profesionales normalmente no consiste en hacer una revolución, sino en llegar al poder una vez que aquella se ha producido, y la gran ventaja con que cuentan en esta lucha por el poder depende menos de sus teorías o preparación intelectual y de su organización que del simple hecho de que sus nombres son los únicos que se conocen públicamente. (pág. 360).
        Los consejos: su espontaneidad de su nacimiento y constitución. Siempre fueron tanto órganos de orden como de acción, y fue de aspiración fundar el nuevo orden la que les enfrentó a los grupos de revolucionarios profesionales, quienes pretendían rebajarlos al nivel de simples órganos ejecutivos de la actividad revolucionaria. Lo verdaderamente notable de los consejos no fue sólo que borrasen las líneas divisorias entre los partidos, que los miembros de los diversos grupos se sentasen juntos en los consejos, sino que, en su seno, la existencia de los partidos perdiese toda significación. Los consejos fueron en realidad los únicos órganos donde tenían asiento los hombres que no pertenecían a ningún partido. Debido a ello, entraron inevitablemente en conflicto todas las asambleas, tanto con los antiguos parlamentos como con las nuevas asambleas constituyentes, por la sencilla razón de que éstas, incluso en sus alas más extremas, eran aún criaturas del sistema de partidos. Los consejos eran espacios de libertad. En cuanto tales, se opusieron sistemáticamente a presentarse como órganos provisionales de la Revolución y, por el contrario, hicieron cuanto pudieron para constituirse como órganos permanentes de gobierno. (pág. 375. Explicación de los consejos y partidos).
        El conflicto entre estos dos sistemas, el de partidos y el de consejos, ocupó un lugar privilegiado en todas las revoluciones del siglo XX. Lo que se ponía en juego era el problema de la representación frente a la acción y la participación. Los consejos eran órganos de acción, los partidos revolucionarios eran órganos de representación y, aunque los partidos revolucionarios reconocieron sin entusiasmo a los consejos como instrumentos de la lucha revolucionaria, intentaron en plena revolución apoderarse de ellos desde dentro; sabían muy bien que ningún partido, por revolucionario que fuese, sería capaz de sobrevivir a la transformación del gobierno en una verdadera república soviética. Desde el punto de vista de los partidos, la necesidad de acción era transitoria y estaban seguros de que, tras la victoria de la Revolución, toda acción ulterior seria innecesaria o subversiva.
        El término élite: término que le incomoda a Arendt, no a causa de que dude que el modo de vida política haya sido nunca ni llegue a ser nunca el modo de vida de la mayoría, y ello pese a que la actividad política atañe por definición a algo más que a la mayoría, es decir, en sentido estricto, a la suma total de los ciudadanos.  Lo que le disgusta del término elite es que supone una forma oligárquica de gobierno, el dominio de la mayoría por unos pocos. A partir de aquí se puede afirmar – y así lo ha hecho todo el pensamiento político – que la esencia de la política es el poder y que la pasión política predominante es la pasión de poder y de gobierno. Todo esto, según creo, es profundamente falso. El hecho de que las elites políticas hayan determinado siempre el destino político de la mayoría y hayan ejercido, en muchos casos, un dominio sobre ella, indica, de un lado, la cruel necesidad en que se encuentre los pocos de protegerse contra la mayoría o, para ser más exactos, de proteger la isla de libertad en que habitan contra el mar de necesidad que les rodea; también indica, de otro lado, la responsabilidad que recae automáticamente sobre quienes se interesan por el destino ajeno.
        La relación entre una elite gobernante y el pueblo, entre los pocos que constituyen entre si un espacio público, y la mayoría cuyas vidas transcurren al margen y en la oscuridad, sigue siendo la misma de siempre. Desde el punto de vista de la revolución y de la supervivencia del espíritu revolucionario, la dificultad no estriba en la aparición de una nueva elite; no es el espíritu revolucionario, sino la mentalidad democrática de una sociedad igualitaria la que tiende a negar la incapacidad evidente y la notoria falta de interés de grandes sectores de la población para los asuntos políticos en cuanto tales. La dificultad consiste en la falta de espacios públicos a los que pudiera tener acceso el pueblo y en los cuales pudiera seleccionarse a sí misma. En otras palabras, la dificultad reside en que la política se ha convertido en una profesión y en una carrera y que, por tanto, la elite es elegida de acuerdo con normas y criterios que son no políticos por naturaleza. Es inherente al sistema de partidos que los auténticos talentos políticos se revelan en rarísimas ocasiones, y aún es más raro que las cualidades específicamente políticas sobrevivan a las maniobras mezquinas de la política de partido con sus exigencias de autenticas técnicas comerciales.


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