CAPITULO VI
LA VITA ACTIVA Y LA ÉPOCA
MODERNA
En
este último capítulo Arendt afirma que en la época Moderna el homo faber se impuso como paradigma, y
que precisamente todos los logros de la ciencia y del pensamiento moderno se
debieron al triunfo de las características de la fabricación: la precedencia
del hacer sobre todo lo demás, las
nociones de proceso y desarrollo, la productividad, la creatividad, la confiabilidad y estabilidad del producto salido de las
manos del artesano. Igualmente el triunfo del individuo en la ciencia y la
filosofía modernas se debió a la imposición del paradigma de la fabricación, y
así el homo faber fue el punto de
referencia obligado durante el auge de la modernidad. Hacer y fabricar,
prerrogativas del homo faber fueron
las primeras actividades de la vita
activa que ascendieron al puesto anteriormente ocupado por la
contemplación.
Según
la autora, en la Época Moderna se produjo la inversión jerárquica entre vita contemplativa y vita activa en favor de la segunda, y en
el seno de ésta, entre el trabajo y la acción en favor del trabajo, la actividad
del homo faber, pues parecía ser éste
el más confiable y seguro paradigma de lo humano: precisamente aquí el hombre
aparece como creador y hacedor del artificio humano, que además puede, a su
gusto, destruir o transformar. Esta parecería incluso ser la esfera propia de
la libertad. A pesar de ello no reside
aquí para Arendt la auténtica libertad humana, que consiste más bien en la
posibilidad de construir la propia historia a través de la acción, de actos y
palabras que como ya hemos visto el homo
faber contribuye a plasmar y materializar para el recuerdo inmortal, y que
se asienta, por supuesto, en el mundo creado por el trabajo.
Pero
el gran problema de la Época Moderna, y más aún de nuestra contemporaneidad, no
reside sólo en el predominio de los modos y formas de vida del homo faber, sino en la superación y
asfixia de éstos por la labor, y en
el ascenso del animal laborans y el
consiguiente auge de los valores de la vida biológica. En efecto, la Modernidad
destacó entre todas las características del trabajo
muy particularmente la productividad,
conduciendo así a una carrera acelerada en pos de la acumulación de bienes,
carrera en la cual la confusión entre el trabajo
y la labor se hizo cada vez más
grande. La confusión entre trabajo y labor, que según Arendt nunca fueron
claramente distinguidos como tales en ningún período de la Historia, aunque de
hecho sí son dos actividades diferentes (como ella lo demuestra en sus
análisis), se hizo cada vez más grande en la Época Moderna, y se ha agravado en
nuestra contemporaneidad. Las características de labor y trabajo se han imbricado y confundido
hasta tal punto hoy en día en favor de la labor,
que prácticamente todo trabajo se realiza a la manera de la labor y para obtener el diario sustento,
la propia subsistencia, en lugar de tener como objeto el enriquecimiento del
mundo del artificio humano añadiéndole nuevos objetos duraderos.
Otra
explicación de esta derrota del homo
faber, la encuentra Arendt en la crítica al principio de causalidad y su
sustitución por el principio de evolución. Esto, que se relaciona lógicamente
con lo anterior, implica reemplazar la noción de causalidad, propia del homo faber, por la noción de evolución, lo
cual evidentemente es propio de la vida orgánica y nos ubica más fácilmente en
la esfera de la labor.
La razón última de la victoria del animal laborans que se impone entonces
sobre el homo faber y sobre el hombre de acción, la encuentra Arendt
finalmente en la sacralización de la vida propia de la sociedad cristiana,
parte también de la herencia hebrea. Es preciso señalar que para la autora esa
sobrevaloración de la vida acaba siendo un desastre para la dignidad y estima
de la política (esfera de la acción), y por supuesto, aunque en menor escala,
para la valoración del trabajo. La sacralización cristiana de la vida tendió a
nivelar entre sí la labor, el trabajo y la acción, considerándolos “como igualmente sujetos a la necesidad de la
vida presente”.
Por
su parte, la contemplación ha perdido su significado, ya que el pensamiento ha
devenido un simple “cálculo de las consecuencias” y la acción un hacer y
fabricar, mientras que el trabajo pasó a ser otra forma de laborar. Según
Arendt, la época moderna podría acabar “en la pasividad más
mortal y estéril de la historia.”
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