lunes, 9 de septiembre de 2013

WILBER ROSAL, Capitulo VI



CAPITULO VI

LA VITA ACTIVA Y LA ÉPOCA MODERNA

En este último capítulo Arendt afirma que en la época Moderna el homo faber se impuso como paradigma, y que precisamente todos los logros de la ciencia y del pensamiento moderno se debieron al triunfo de las características de la fabricación: la precedencia del hacer sobre todo lo demás, las nociones de proceso y desarrollo, la  productividad, la creatividad, la confiabilidad y  estabilidad del producto salido de las manos del artesano. Igualmente el triunfo del individuo en la ciencia y la filosofía modernas se debió a la imposición del paradigma de la fabricación, y así el homo faber fue el punto de referencia obligado durante el auge de la modernidad. Hacer y fabricar, prerrogativas del homo faber fueron las primeras actividades de la vita activa que ascendieron al puesto anteriormente ocupado por la contemplación.

Según la autora, en la Época Moderna se produjo la inversión jerárquica entre vita contemplativa y vita activa en favor de la segunda, y en el seno de ésta, entre el trabajo y la acción en favor del trabajo, la actividad del homo faber, pues parecía ser éste el más confiable y seguro paradigma de lo humano: precisamente aquí el hombre aparece como creador y hacedor del artificio humano, que además puede, a su gusto, destruir o transformar. Esta parecería incluso ser la esfera propia de la libertad.  A pesar de ello no reside aquí para Arendt la auténtica libertad humana, que consiste más bien en la posibilidad de construir la propia historia a través de la acción, de actos y palabras que como ya hemos visto el homo faber contribuye a plasmar y materializar para el recuerdo inmortal, y que se asienta, por supuesto, en el mundo creado por el trabajo.

Pero el gran problema de la Época Moderna, y más aún de nuestra contemporaneidad, no reside sólo en el predominio de los modos y formas de vida del homo faber, sino en la superación y asfixia de éstos por la labor, y en el ascenso del animal laborans y el consiguiente auge de los valores de la vida biológica. En efecto, la Modernidad destacó entre todas las características del trabajo muy particularmente la productividad, conduciendo así a una carrera acelerada en pos de la acumulación de bienes, carrera en la cual la confusión entre el trabajo y la labor se hizo cada vez más grande. La confusión entre trabajo y labor, que según Arendt nunca fueron claramente distinguidos como tales en ningún período de la Historia, aunque de hecho sí son dos actividades diferentes (como ella lo demuestra en sus análisis), se hizo cada vez más grande en la Época Moderna, y se ha agravado en nuestra contemporaneidad. Las características de labor y  trabajo se han imbricado y confundido hasta tal punto hoy en día en favor de la labor, que prácticamente todo trabajo  se realiza a la manera de la labor y para obtener el diario sustento, la propia subsistencia, en lugar de tener como objeto el enriquecimiento del mundo del artificio humano añadiéndole nuevos objetos duraderos.

Otra explicación de esta derrota del homo faber, la encuentra Arendt en la crítica al principio de causalidad y su sustitución por el principio de evolución. Esto, que se relaciona lógicamente con lo anterior, implica reemplazar la noción de causalidad, propia del homo faber, por la noción de evolución, lo cual evidentemente es propio de la vida orgánica y nos ubica más fácilmente en la esfera de la labor.

La  razón última de la victoria del animal laborans que se impone entonces sobre el homo faber y sobre el hombre de acción, la encuentra Arendt finalmente en la sacralización de la vida propia de la sociedad cristiana, parte también de la herencia hebrea. Es preciso señalar que para la autora esa sobrevaloración de la vida acaba siendo un desastre para la dignidad y estima de la política (esfera de la acción), y por supuesto, aunque en menor escala, para la valoración del trabajo. La sacralización cristiana de la vida tendió a nivelar entre sí la labor, el trabajo y la acción, considerándolos  “como igualmente sujetos a la necesidad de la vida presente”. 

Por su parte, la contemplación ha perdido su significado, ya que el pensamiento ha devenido un simple “cálculo de las consecuencias” y la acción un hacer y fabricar, mientras que el trabajo pasó a ser otra forma de laborar. Según Arendt, la época  moderna podría acabar “en la pasividad más mortal y estéril de la historia.”


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