lunes, 9 de septiembre de 2013

María José Omaña, Resumen 6, Sobre la revolución. Hannah Arendt

María José Omaña C.I: 20.489.953
Seminario Hannah Arendt
Resumen N°6

La tradición revolucionaria y su tesoro perdido

En este último capítulo del libro, Hannah Arendt habla de cómo el colapso de la revolución francesa rompió lazos con el nuevo mundo, la cual produjo una gran ruptura de fuertes vínculos políticos y espirituales que existían ente América y Europa. En este sentido, la tradición revolucionaria europea pareció cambiar su interés que un principio apunto a la revolución americana a su pensamiento político y que para un siglo después se hizo la vista gorda e ignoro estas ideas y experiencia que una vez se llevaron a cabo en el nuevo mundo.
La mayoría de las llamadas revoluciones, no han sido capaces de llevar a cabo la fundación de la libertad, ni de crear garantías constitucionales para los derechos y libertades civiles. No obstante, no debemos confundir derechos civiles y libertad política, debido a que la libertad política por lo general significa el derecho a participar en el gobierno.
En américa luego de haberse  olvidado su espíritu revolucionario, lo que quedo fueron las libertades civiles, el bienestar individual de la mayoría y la opinión pública que son elementos de una sociedad igualitaria. Esto fue un cambio que corresponde a la invasión de la esfera pública por la sociedad, de acuerdo a esto, en Francia y los afectados por su revolución no presenciaron estos valores y principios de libertad.
Para una revolución lo más importante es la creación de una nuevo cuerpo político que esté basado en la fundación, este sea entendido en una nueva forma de gobierno que contenga como características la estabilidad y la durabilidad, y es aquí donde es considerada la república como mejor forma de gobierno por los pensadores políticos pre-revolucionarios por su carácter de durabilidad.
Por otro lado, la autora hace referencia a distintos elementos como  la democracia del siglo XVII  que se identificaba con inestabilidad y por la disposición natural a gobernarse por la opinión pública y el sentimiento de las masas. Pues está aún era una forma de gobierno y no una ideología.
La opinión pública como poder arrollador de la mayoría, la opinión pública, debido a que su unanimidad, provoca una oposición unánime y, por tanto, elimina toda opinión verdadera que aparezca.
El  senado fue la institución concebida originariamente para salvaguardarse del gobierno de la opinión pública o democracia. A diferencia del control judicial, que se presenta corrientemente como la única contribución de América a la ciencia constitucional, la novedad y singularidad que representa el Senado americano no ha sido entendida en sus justos términos, en parte debido a que nadie se dio cuenta de que el antiguo nombre era inapropiado y, en parte, porque automáticamente se tendió a identificar una cámara alta con la Cámara de los Lores de Inglaterra. La institución del Senado iguala en novedad y originalidad al descubrimiento del control judicial según aparece configurado en la institución.
Y por último interés y opinión, desde el punto de vista político, los intereses importan siempre y cuando sean intereses de grupo y las opiniones por el contrario nunca son de grupos sino de individuos. La opinión  fue descubierta por la revolución francesa y americana, sin embargo sólo la última supo construir una institución perdurable para la formación de las ideas públicas dentro de la propia estructura de la república.
Lo que hizo posible que los padres fundadores trascendieran el marco estrecho y tradicional de sus sistema de conceptos generales fue el deseo apremiante de asegurar la estabilidad a nueva criatura y de estabilizar todos los factores de la vida política en una institución perdurable.
No obstante otro tema fundamental que sale a la luz es el de la representación política,  esta parte del origen de las revoluciones, esta como sustitución de la acción directa del pueblo. El problema de la representación fue uno de los temas más fundamentales de la política moderna, debido si a dicótoma de los representantes fieles a la voluntad de sus señores, donde la administración se ve degenerado y los representantes fieles a la voluntad general.
Si ha de ser el escenario del primer caso no existiría la esfera pública; pues los asuntos públicos son aquellos que dicta la necesidad y deben ser decididos por expertos y  de esta forma la distinción secular entre gobernante y gobernado que la revolución se había propuesto abolir por medio de la república se afirma de nuevo, una vez más el pueblo no es admitido a la esfera pública.
Por otro lado, de acuerdo a la distinción de organización pre revolucionaria entre los americanos y franceses, la experiencia americana dio lugar la organización en municipios, en cambio para Francia fue el resultado inesperado de la propia revolución, clubs y sociedades donde la libertad podía ser manifestada y ejercitada por los ciudadanos. Estos primeros órganos de una república que nunca llegó a existir, tuvieron un triste final. Fueron aplastados por el gobierno central y centralizado, no porque supusiesen una amenaza real para él, sino porque su sola existencia significaba una competencia para el poder público. 
Según Jefferson, el principio mismo del gobierno republicano exigía la subdivisión de los condados en distritos, lo que él llamó el “sistema de distritos”, la creación de pequeñas repúblicas gracias a las cuales todo hombre de estado pudiese llegar a ser un miembro activo del gobierno. Estas pequeñas repúblicas constituirían el núcleo de la gran república. De otra forma, no podría realizarse el principio de gobierno republicano, al que Arendt adhiere. La propuesta de Jefferson significaba más una nueva forma de gobierno que una simple reforma.
En este sentido, el fin de la revolución era constitución de un espacio publico donde pudiera manifestarse la libertad, lugares tangibles donde cada uno podía ser libre, esto constituía realmente el fin de la gran república, cuyo principal objetivo debiera ser poner a disposición del pueblo tales lugares de libertad y protegerlos. 

Por otra parte, en la revolución francesa se dio una especie de forma parecida al sistema de distritos de Jefferson, en este sentido, la revolución francesa dio entrada en la escena de la política a un personaje nuevo, el revolucionario profesional, cuya vida estaba dedicada no a la agitación revolucionaria, sino al estudio y a la reflexión. Sin embargo, el papel de los revolucionarios profesionales no consiste en hacer una revolución, sino en llegar al poder una vez que aquella se ha producido. Como su tarea consiste en asegurar la continuidad de la revolución, tenderán a apoyarse en el precedente histórico. Por lo tanto, no se puede acudir a ninguna tradición revolucionaria para explicar la aparición y la reaparición del sistema de consejos a partir de la revolución francesa.
Los consejos eran de carácter espontáneo en su nacimiento y constitución. Los consejos, siempre fueron tanto órganos de orden como de acción y fue su aspiración a fundar el nuevo orden la que los enfrentó a los grupos de revolucionarios profesionales, quienes pretendían rebajarlos al nivel de simples órganos ejecutivos de la actividad revolucionaria.
Desde el punto de vista histórico, los sistemas de partidos y consejos son casi contemporáneos, ambos son consecuencia del dogma moderno y revolucionario de que todos los habitantes de un territorio tienen derecho a ser admitidos en la esfera pública y política. Los consejos, a diferencia de los partidos, han surgido siempre del seno de la revolución. El partido ha constituido una institución destinada a suministrar al gobierno parlamentario la necesaria sustentación popular.
El conflicto entre estos dos sistemas, el de partidos y el de consejos, ocupó un lugar privilegiado en las revoluciones del siglo XX. Lo que se ponía en juego era el problema de la representación frente a la acción y la participación. Los consejos eran órganos de acción, los partidos revolucionarios eran órganos de representación. Para los partidos, la acción debía ser transitoria y estaban seguros de que, tras la victoria de la revolución, toda acción posterior sería innecesaria o subversiva. Creían que el objetivo del gobierno era el bienestar del pueblo y que la esencia de la política no era la acción, sino la administración.
Siguiendo lo anterior, Arednt también hace referencia al concepto de Élites  vista como la mayoría suprimida por una minoría cualificada, donde los representantes y actores políticos ahora son seleccionados por su especialización profesional. El punto de este capítulo radica en la supervivencia del espíritu revolucionario que demanda espacios públicos donde los ciudadanos puedan participar en los asuntos políticos, este siendo el propósito de la revolución. No obstante, en la actualidad este espíritu ha sido opacado por la falta de interés de los ciudadanos en suprimir su capacidad y su derecho de interacción y participación en una sociedad más igualitaria. 

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