Universidad
Central de Venezuela
Facultad
de Ciencias Jurídicas y Políticas
Escuela
de Ciencias Políticas y Administrativas
Seminario
“Contemporaneidad del pensamiento político de Hannah Arendt”
Profesor:
Edgar Pérez
Resumen
1:
Capítulo
1 de “La Condición Humana”
Alumno: Díaz, Cesar
Caracas,
agosto de 2013
En
la introducción, realizada por Manuel Cruz, se trata de dar una explicación o
una visión del perfil de pensamiento de Hannah Arendt. En la misma se observan
muchas de las cosas que ya hemos conversado en clases, así que realmente dicha
introducción fue como un repaso de lo visto en las clases anteriormente,
iniciando con el concepto de “paria” que es considerado como alguien mucho mas allá
de un apátrida o un desarraigado, el lo llama un “outsider”, una figura
completamente opuesta al arribista, al parvenu, quien a su vez nos e limita a
ser un mero escalador social, sino que es alguien con una pulsión tan enfermiza
por asimilarse al mundo que está dispuesto a negarse a sí mismo con tal de no
sentirse separado de él. También habla de que la función teórica de la
categoría de paria deviene en otro que se le atribuye tareas a la figura, que
se le asigne la labor de estar alerta ante lo inesperado, la de observar como
ocurren cosas y sucesos sin apriorismos sobre el curso y la estructura de la
historia.
Luego se habla de algunos elementos
que Arendt señala sobre el totalitarismo como su especificidad, la cual viene
dada por el protagonismo de masas, el cual, a su vez, tiene su raíz en una
determinada experiencia, característica del mundo contemporáneo. A su vez dice
que uno de los rasgos del totalitarismo es justamente que en él todo se
presenta como político: lo jurídico, lo económico, lo científico, lo
pedagógico. El totalitarismo aparece como un régimen donde todas las cosas se
tornan públicas, la experiencia en la que se basa el totalitarismo es la
soledad, este se aplicará sistemáticamente a la destrucción de la vida privada,
al desarraigo del hombre respecto al mundo, a la anulación de su sentido de
pertenencia al mundo, a la profundización en la experiencia en la soledad. La
soledad que hace referencia a la vida humana en conjunto, encuentra en la vida
política totalitaria su complemento obligado en el aislamiento. Se habla
también de las masas, donde estas están definidas precisamente en ser puro
numero, mera agregación de personas incapaces de integrarse en ninguna
organización basada en el interés común, las masas carecen de esa clase
especifica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y
obtenibles. Al analizar el totalitarismo o mejor dicho los instrumentos
fundamentales de los que se sirve el poder totalitario, se destaca entonces el
terror, la mentira, la identificación de control con seguridad y con falta de
novedad. La conclusión de Arendt ya no es un juicio de intenciones: “el
totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre los hombres sino un
sistema en el que los hombres sean superfluos”
Según Arendt, el fenómeno
fundamental del poder no es la instrumentalización de una voluntad ajena para
los propios fines, sino la formación de una voluntad común en una comunicación
orientada al entendimiento. El poder se deriva básicamente de la capacidad de
actuar en común. También dice “la esfera pública estaba reservada a la
individualidad, se trataba del único lugar donde los hombres podían mostrar
real e invariablemente quienes eran”,
entiende la política en tanto que la disciplina que tiene como su telos un fin práctico; la conducción de
una vida buena y justa en la polis.
El capítulo I nos habla de la
condición humana, inicia hablando de la vita
activa la cual designa en tres actividades fundamentales; labor, trabajo y
acción. Son fundamentales porque cada uno corresponde a una de las condiciones
básicas bajo las que se ha dado al hombre la vida en la tierra, donde la labor
es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo
espontaneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las
necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la
vida, la condición humana de la labor es la misma vida. El trabajo es la
actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre, que no está
inmerso en el constantemente repetido ciclo vital de la especie, ni cuya
mortalidad queda compensada por dicho ciclo, la condición humana del trabajo es
la mundanidad. La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la
mediación de cosas o materias, correspondiente a la condición humana de la
pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la Tierra y
habiten en el mundo, esta pluralidad es específicamente la condición humana.
Esta pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos somos lo
mismo, es decir, humanos, y por lo tanto nadie es igual a cualquier otro que
haya vivido, viva o vivirá. La labor no solo asegura la supervivencia
individual, sino también la vida de la especie, el trabajo y su producto
artificial hecho por el hombre, concede una medida de permanencia y durabilidad
a la futilidad de la vida mortal y al efímero carácter del tiempo humano, la
acción, hasta donde se compromete en establecer y preservar los cuerpos
políticos, crea la condición para el recuerdo, esto es, para la historia. Sin
embargo, de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la
condición humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al nacimiento se
deja sentir en el mundo solo porque el recién llegado posee la capacidad de
empezar algo nuevo, es decir, de actuar. Todo lo que entra en el mundo humano
por su propio acuerdo o se ve arrastrado a él por el esfuerzo del hombre pasa a
ser parte de la condición humana. La condición humana no es lo mismo que
naturaleza humana.
La expresión vita activa está cargada de tradición, es tan antigua como nuestra
tradición de pensamiento político, su significado original: vida dedicada a los
asuntos públicos-políticos. Aristóteles distingue tres modos de vida (bioi) con plena independencia de las
necesidades de la vida y de las relaciones que originaban. En resumen, excluía
a todos los que involuntariamente, de manera temporal o permanente, habían
perdido la libre disposición de sus movimientos y actividades. La vida del disfrute de los placeres
corporales en la que se consumen lo hermoso; la vida dedicada a los asuntos de la polis, en la que la excelencia produce bellas hazañas y, por último,
la vida del filosofo dedicada a
inquirir y contemplar las cosas eternas, cuya eterna belleza no puede
realizarse mediante la interferencia productora del hombre, ni cambiarse por el
consumo de ellas.
La principal diferencia entre el
empleo de la expresión en Aristóteles y en el Medioevo radica en que el bios politikos denotaba de manera
explícita sólo el reino de los asuntos humanos, acentuando la acción, praxis, necesaria para establecerlo y
mantenerlo. Ni la labor ni el trabajo se consideraba que poseyera suficiente
dignidad para construir un bios, una
autónoma y auténticamente humana de vida; puesto que servían y producían lo
necesario y útil, no podían ser libres, independientes de las necesidades y
exigencias humanas.
Con la desaparición de la antigua
ciudad-estado, la expresión vita activa
perdió su especifico significado político y denoto toda clase de activo
compromiso con las cosas de este mundo. A la acción se la considero también
entre las necesidades de la vida terrena, y la contemplación se dejo como único
modo de la vida verdaderamente libre, la expresión vita activa, comprensiva de todas las actividades humanas y definidas
desde el punto de vista de la absoluta quietud contemplativa, se halla más
próxima a la askholia (inquietud)
griega, con la que Aristóteles designaba a toda actividad que al bios politikos griego. Tradicionalmente
y hasta el comienzo de la Edad Moderna, la expresión vita activa jamás perdió su connotación negativa de “inquietud”, nec-otium, a-skholia. La superioridad de la contemplación sobre la actividad
reside en la convicción de que ningún trabajo del hombre puede igualar en
belleza y verdad al kosmos físico.
Tradicionalmente, por lo tanto, la expresión vita activa toma su significado de la vita contemplativa; su muy limitada dignidad se le concede debido a
que sirve las necesidades y exigencias de la contemplación en un cuerpo vivo.
Luego se habla de la Eternidad e
Inmortalidad, donde la inmortalidad significa duración en el tiempo, vida sin
muerte en esta Tierra y en este mundo tal como se concedió, según el
pensamiento griego, a la naturaleza y a los dioses del Olimpo.
Los hombres son “los mortales”, las
únicas cosas mortales con existencia, ya que a diferencia de los animales no
existen solo como miembros de una especia cuya vida inmortal está garantizada
por la procreación, la mortalidad del hombre radica en el hecho de que la vida
individual surge de la biología, esta vida individual se distingue de todas las
demás cosas por el curso rectilíneo de su movimiento, que, por decirlo así,
corta el movimiento circular de la vida biológica. La mortalidad es, pues,
seguir una línea rectilínea en un universo donde todo lo que se mueve lo hace
en orden cíclico. Por su capacidad en realizar actos inmortales, por su
habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad
individual, alcanzan su propia inmortalidad y demuestran ser de naturaleza
“divina”. Solamente en Platón la preocupación por lo eterno y la vida del filósofo
se ven como inherentemente contradictorias y en conflicto con la pugna por la
inmortalidad, la forma de vida del ciudadano, el bios politikos.
Políticamente hablando, si morir es
lo mismo que “dejar de estar entre los hombres”, la experiencia de lo eterno es
una especie de muerte, y la única cosa que la separa de la muerte verdadera es
que no es final, ya que ninguna criatura viva puede sufrirla durante ningún
espacio de tiempo. Y esto es precisamente lo que separa a la vita contemplativa de la vita activa en el pensamiento medieval. Theoria o “contemplación” es la palabra
dada a la experiencia de lo eterno. La caída del Imperio Romano demostró
visiblemente que ninguna obra salida de las manos mortales puede ser inmortal,
y dicha caída fue acompañada del crecimiento del evangelio cristiano, que
predicaba una vida individual imperecedera y que paso a ocupar el puesto de
religión exclusiva de la humanidad occidental. Ambos hicieron fútil e
innecesaria toda lucha por una inmortalidad terrena. Y lograron tan eficazmente
convertirla en vita activa y al bios politikos en asistentes de la
contemplación, que ni siquiera el surgimiento de lo secular en la Edad Moderna
y la concomitante inversión de la jerarquía tradicional entre acción y
contemplación basto para salvar del olvido la lucha por la inmortalidad, que
originalmente había sudo fuerte y centro de la vita activa.
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