domingo, 8 de septiembre de 2013

Donay Alvarez Resumen: Capítulo VI “Sobre la Revolución” de Hannah Arendt




La tradición revolucionaria y su tesoro perdido

En este capítulo Arendt evalúa la tradición revolucionaria y su papel en la memoria para el reconocimiento de los procesos políticos que se vivieron en los Estados Unidos, así como las consecuencias que ha tenido pertenecer a dicha tradición conjuntamente con la realización de la libertad como máximo objetivo de la revolución unida a las formas de gobierno que se dieron a partir de esa transformación social.

La autora comienza revelando que desde la tradición europea dela filosofía política no se tuvo un interés demasiado grande por la Revolución Americana, desdeñando de una vez por todas cualquier experiencia en el ámbito de lo público con respecto a cambios y transformaciones sociales. Sin embargo, asumirse también dentro de la tradición revolucionaria, ha actuado, casi siempre, como arma de doble filo para la política exterior norteamericana: asumirse como producto de una revolución social le quita, en el campo discursivo, importancia vital a la libertad como sustrato fundamental de la constitución americana. Asimismo, el nacimiento de los Estados Unidos queda desligado de la necesidad histórica como impulso del desarrollo de las fuerzas vivas que impulsan cambios y transformaciones de la vida pública, más bien, son el producto de un acto deliberado: la instauración/constitución de la libertad. En tal sentido, ¿cuáles son los frutos de la Revolución Americana siguiendo este argumento? ¿El desarrollo desmesurado y pujante de la propiedad privada? A esto Arendt responderá que aunque se desarrolló la felicidad privada en términos económicos, la libertad de asociación, expresión y política quedan de lado ante un proceso sin freno que despega cada vez más a los individuos de la sociedad civil. La libertad política, incluso aquí podría pecar en su acepción más omniabarcante, es participar en el gobierno; si no existe tal participación entonces no hay libertad política alguna, aunque si bien podría haber libertad de movimiento y de consumir esta marca o esta otra, pero tiene una limitación obviamente en la esfera pública.

De esta forma, siguiendo con hilaridad los argumentos expresados por la autora, estamos ante la puesta en escena de varios rasgos distintivos del norteamericano con respecto a la identidad de su pasado: no somos producto de una reproducción argumental y político-conceptual de la ilustración, sino, más bien, como la organización que existió ya en tiempos coloniales que al despojarnos de su dominio facilitó la creación de nuestra República. Capaz por esta razón puede entenderse la imposibilidad de ejercer una función ecuménica como revolución ante el mundo. El aspecto público de la Revolución Americana se perdió conjuntamente con la memoria de su nacimiento.
Pero, desde el punto de vista de la tradición revolucionaria, ¿qué les quedó a los americanos luego de su proceso revolucionario? Bienestar individual, garantía de las libertades civiles y la opinión pública como fuerza discursiva aparentemente colectiva que gobierna directamente la democracia norteamericana. Sin embargo, como toda revolución, lo fundamental es el acto de constitución. Allí se desarrollan los principios políticos, se proyectan los mecanismos para organizar la dirección que tomará la sociedad, y más tarde, como las posturas políticas que en el acto de constitución se muestran como no excluyentes se cristalizan en ideologías y, producto de la hegemonía de la opinión pública, ofrecen bienes de consumo político, no posibilidad de seguir desarrollando, extendiendo y ampliando el proyecto republicano.

Hay varios conceptos a los cuales Arendt hace referencia desde la tradición revolucionario. Es perentorio revisarlos para desde ahí entender la integralidad de su pensamiento.

 La Democracia hasta el siglo XVIII fue concebida y pensada como una forma de gobierno y no todavía como una ideología que colocaba a los individuos/ciudadanos ante una postura que se asemeja a una preferencia. Si todas las opiniones son iguales en una sociedad, qué sentido tiene la libertad de expresión; si la democracia es expresión total de la unanimidad de la ciudadanía la opinión pública, ansiosa de debatientes para su mercado, la utiliza y la desdeña a su vez.
 
Por otro lado, la Opinión Pública tiene un efecto que a su vez atenta contra la libertad de expresión. Al generar tal unanimidad en el pensamiento y apreciación colectiva, opaca, le quita fuerza y derecho a cualquier otra opinión, por más verdadera que sea. Podría llamarse como el velo de la tiranía democrática de la mano de la opinión pública. Asimismo, el interés y la opinión, en tanto que son fenómenos políticos se diferencian por las esferas que representan; la primera importa en tanto y en cuanto  es un fenómeno colectivo que en términos político-económico puede jugar un papel importante en el desarrollo del juego político; por otro lado, la opinión es una fenómeno individual articulado, obviamente, por todos los mecanismos políticos que transmiten el saber política e integran formas de ver, puntos de vista y orientaciones específicas sobre la vida colectiva.
Para Arendt el pensamiento pos revolucionario fracasó en no entender conceptualmente el mismo hecho revolucionario: si lo más importante es el acto de fundación como tal, se supone que la República sería el prisma política por el cual el espíritu de la revolución se mantendría vivo, continuando y reavivando el proyecto por medio de una aplicación efectiva de la libertad política. De igual forma, distinguir entre República y Democracia y, por ende, discutir el tema de la representación también resquebraja teórica y conceptualmente el sustrato institucional que debe mantener con estabilidad plena la vida colectiva.

Hannah Arendt también se preocupa por el papel de los profesionales en la revolución, por lo cual, derrumba su papel en el movimiento de masas al recurrir a la Revolución Rusa de 1905 destacándola como un proceso de alta factura espontánea. Sin embargo, le da un papel de consecución y la responsabilidad de tomar el poder en el momento pico del movimiento revolucionario. Por tal motivo Arendt recurre de igual forma a los consejos que se suscitaron mencionando la disputa de los partidos por apoderarse de ellos desde adentro y dándole la categoría de espacios de libertad en tanto y en cuanto no pertenecían a espacios de representación política (sindicatos, partidos, etc.), sino que, más bien, eran organismos para la acción y la lucha, donde el hombre despartidizado encontraba el arma con la cual lucharía por su liberación definitiva. 

La conclusión que extraigo para este resumen que realiza Arendt sobre la élite es que, desde siempre, el espacio político (de decisión política real) siempre ha sido de unos pocos, y la mayoría, relegada a vivir en el ostracismo (capaz no físico pero sí en términos políticos) haciendo uso de una libertad falsa cuando van a comprar algo pero en manos de otros siempre la decisión real sobre su destino, que no es más, que la historia colectiva de la que todos somos responsables.

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