La tradición revolucionaria y su tesoro perdido
En
este capítulo Arendt evalúa la tradición revolucionaria y su papel en la
memoria para el reconocimiento de los procesos políticos que se vivieron en los
Estados Unidos, así como las consecuencias que ha tenido pertenecer a dicha
tradición conjuntamente con la realización de la libertad como máximo objetivo
de la revolución unida a las formas de gobierno que se dieron a partir de esa
transformación social.
La
autora comienza revelando que desde la tradición europea dela filosofía
política no se tuvo un interés demasiado grande por la Revolución Americana,
desdeñando de una vez por todas cualquier experiencia en el ámbito de lo
público con respecto a cambios y transformaciones sociales. Sin embargo,
asumirse también dentro de la tradición revolucionaria, ha actuado, casi
siempre, como arma de doble filo para la política exterior norteamericana:
asumirse como producto de una revolución social le quita, en el campo
discursivo, importancia vital a la libertad como sustrato fundamental de la
constitución americana. Asimismo, el nacimiento de los Estados Unidos queda
desligado de la necesidad histórica como impulso del desarrollo de las fuerzas
vivas que impulsan cambios y transformaciones de la vida pública, más bien, son
el producto de un acto deliberado: la instauración/constitución de la libertad.
En tal sentido, ¿cuáles son los frutos de la Revolución Americana siguiendo
este argumento? ¿El desarrollo desmesurado y pujante de la propiedad privada? A
esto Arendt responderá que aunque se desarrolló la felicidad privada en
términos económicos, la libertad de asociación, expresión y política quedan de
lado ante un proceso sin freno que despega cada vez más a los individuos de la sociedad civil. La libertad política,
incluso aquí podría pecar en su acepción más omniabarcante, es participar en el
gobierno; si no existe tal participación entonces no hay libertad política
alguna, aunque si bien podría haber libertad de movimiento y de consumir esta marca
o esta otra, pero tiene una limitación obviamente en la esfera pública.
De
esta forma, siguiendo con hilaridad los argumentos expresados por la autora,
estamos ante la puesta en escena de varios rasgos distintivos del
norteamericano con respecto a la identidad de su pasado: no somos producto de
una reproducción argumental y político-conceptual de la ilustración, sino, más
bien, como la organización que existió ya en tiempos coloniales que al
despojarnos de su dominio facilitó la creación de nuestra República. Capaz por
esta razón puede entenderse la imposibilidad de ejercer una función ecuménica
como revolución ante el mundo. El aspecto público de la Revolución Americana se
perdió conjuntamente con la memoria de su nacimiento.
Pero,
desde el punto de vista de la tradición revolucionaria, ¿qué les quedó a los
americanos luego de su proceso revolucionario? Bienestar individual, garantía
de las libertades civiles y la opinión pública como fuerza discursiva
aparentemente colectiva que gobierna directamente la democracia norteamericana.
Sin embargo, como toda revolución, lo fundamental es el acto de constitución. Allí se desarrollan los principios políticos,
se proyectan los mecanismos para organizar la dirección que tomará la sociedad,
y más tarde, como las posturas políticas que en el acto de constitución se muestran como no excluyentes se cristalizan
en ideologías y, producto de la hegemonía de la opinión pública, ofrecen bienes
de consumo político, no posibilidad de seguir desarrollando, extendiendo y
ampliando el proyecto republicano.
Hay
varios conceptos a los cuales Arendt hace referencia desde la tradición
revolucionario. Es perentorio revisarlos para desde ahí entender la
integralidad de su pensamiento.
La Democracia
hasta el siglo XVIII fue concebida y pensada como una forma de gobierno y no
todavía como una ideología que colocaba a los individuos/ciudadanos ante una
postura que se asemeja a una preferencia. Si todas las opiniones son iguales en
una sociedad, qué sentido tiene la libertad de expresión; si la democracia es
expresión total de la unanimidad de la ciudadanía la opinión pública, ansiosa
de debatientes para su mercado, la utiliza y la desdeña a su vez.
Por
otro lado, la Opinión Pública tiene
un efecto que a su vez atenta contra la libertad de expresión. Al generar tal
unanimidad en el pensamiento y apreciación colectiva, opaca, le quita fuerza y
derecho a cualquier otra opinión, por más verdadera que sea. Podría llamarse
como el velo de la tiranía democrática de la mano de la opinión pública.
Asimismo, el interés y la opinión, en tanto que son fenómenos políticos se
diferencian por las esferas que representan; la primera importa en tanto y en
cuanto es un fenómeno colectivo que en
términos político-económico puede jugar un papel importante en el desarrollo
del juego político; por otro lado, la opinión es una fenómeno individual
articulado, obviamente, por todos los mecanismos políticos que transmiten el
saber política e integran formas de ver, puntos de vista y orientaciones
específicas sobre la vida colectiva.
Para
Arendt el pensamiento pos revolucionario fracasó en no entender conceptualmente
el mismo hecho revolucionario: si lo más importante es el acto de fundación
como tal, se supone que la República sería el prisma política por el cual el
espíritu de la revolución se mantendría vivo, continuando y reavivando el
proyecto por medio de una aplicación efectiva de la libertad política. De igual
forma, distinguir entre República y Democracia y, por ende, discutir el tema de
la representación también resquebraja teórica y conceptualmente el sustrato
institucional que debe mantener con estabilidad plena la vida colectiva.
Hannah
Arendt también se preocupa por el papel de los profesionales en la revolución,
por lo cual, derrumba su papel en el movimiento de masas al recurrir a la
Revolución Rusa de 1905 destacándola como un proceso de alta factura
espontánea. Sin embargo, le da un papel de consecución y la responsabilidad de
tomar el poder en el momento pico del movimiento revolucionario. Por tal motivo
Arendt recurre de igual forma a los
consejos que se suscitaron mencionando la disputa de los partidos por
apoderarse de ellos desde adentro y dándole la categoría de espacios de
libertad en tanto y en cuanto no pertenecían a espacios de representación
política (sindicatos, partidos, etc.), sino que, más bien, eran organismos para
la acción y la lucha, donde el hombre despartidizado encontraba el arma con la
cual lucharía por su liberación definitiva.
La conclusión que
extraigo para este resumen que realiza Arendt sobre la élite es que, desde siempre, el espacio político (de decisión
política real) siempre ha sido de unos pocos, y la mayoría, relegada a vivir en
el ostracismo (capaz no físico pero sí en términos políticos) haciendo uso de
una libertad falsa cuando van a comprar algo pero en manos de otros siempre la
decisión real sobre su destino, que no es más, que la historia colectiva de la
que todos somos responsables.
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