La esfera común y el poder en la teoría política de Hannah Arendt
La
política es, en su aspecto fundamental, el estudio de lo colectivo. Ese mismo
aspecto comunitario, donde se dilucida el interés común, tiene lugar el poder,
la representación, la esfera política
y, por consiguiente, la forma, mecanismo y tecnologías políticas sobre las
cuales yace dicho poder. En este brevísimo ensayo abordaré someramente el
concepto de poder político trabajado por Hannah Arendt buscando ubicarlo,
delimitarlo y, por ende, clasificarlo dentro de los dos modelos gubernamentales
que se proponen en el título.
Qué es el poder
político para Hannah Arendt
Como
ya hemos revisado en la obra Sobre la
revolución la autora hace referencia al poder desde su aspecto originario,
primigenio. No es papel de este ensayo volver a repetir lo que se expresa en
referencia a la revolución francesa y americana, sin embargo, es menester
rescatar algunos elementos para luego ligar dicho concepto al de esfera pública
como configuración de lo público y por ende de lo político.
La
violencia, en primera instancia, en sintonía con un contexto determinado y
específico, genera poder como lo demostró en su momento la revolución francesa.
Por otro lado, ciñéndonos a la
experiencia de la revolución americana, los espacios
comunes que apuntalan hacia la construcción de acuerdos (que luego se
vuelven leyes como la república, el Estado de derecho, etc.) sólidos también
generan poder. El poder es una construcción social, colectiva, una voluntad
humana que decide, debate, constituye su forma de organizarse y de entenderse,
su marco de convivencia.
La
modernidad trajo consigo construcciones en el ámbito de la filosofía que luego
no dejarían de sentirse en el marco de lo político. Por un lado se destaca el
nacimiento de la razón, que vino a remplazar fenomenológicamente al Dios
medieval; por el otro, el yo, ese nuevo sujeto que aparecería en la historia
dotado de conocimiento sobre sí mismo, será la piedra angular de este nuevo
cambio epocal: el yo como centro de
la historia se convertirá en baluarte y narrador de la historia conocida y por
conocer.
Ahora
bien, ese individuo conciente de su historia también, producto del mismo hecho
fáctico racional, es conciente de sus limitaciones. El nuevo orden social que
confeccionará el poder político es inentendible sin sus nociones subyacentes: lo público y la esfera común.
En
aras de definir de una manera más clara y coherente la esfera común, esquematizaré brevísimamente los aspectos elementales
que fundamentan, por decirlo de alguna manera, la noción de lo público.
1. Representa,
en sí misma, una realidad inmediata y primigenia, preexistente a la
constitución de las instituciones políticas propiamente dichas.
2. Ocurre
de forma espontánea con dos o más hombres se reúnen para discutir sobre temas
de índole general. Ocurre, de igual forma, una intensa pluralidad inherente al
género humano que, a su vez, configura y construye lo político.
3. Su
sostenibilidad en el tiempo depende, exclusivamente, de la constitución de un
espacio común que dote dicha comunión de organización, a saber, el hecho
político como tal.
La esfera común en Hannah Arendt
Lo
público, como vimos en los párrafos anteriores, es condición básica para la
configuración de la esfera común que,
a posteriori, configurará el hecho
político como organización de la voluntad humana con respecto a los intereses
de carácter general. Sin embargo, la noción de lo público corresponde más bien a una diferenciación con respecto a
lo privado, división primigenia de la modernidad como cambio de época.
La esfera común como producto
institucionalizado de lo público, no
es más que ese espacio que sintetiza, le da coherencia y praxis histórica a la
libertad y la igualdad entre los ciudadanos circunscritos a un orden
político-territorial específico y determinado. La libertad no es para la autora
una práctica contemplativa, una garantía para la movilidad del cuerpo.
El
triunfo de la misma se he confundido con su objetivo fundamental: mientras las
revoluciones se ufanaban de haber consagrado la libertad, perdieron el
horizonte verdadero de la lucha, preservar la participación política como
piedra angular en la continua construcción de un Estado que se debe a la esfera común y no a letras muertas o
principios legales de índole moral.
Por
tal motivo, la libertad política como coadyuvante e impulsor de la igualdad
ciudadana tiene como centro la participación en los asuntos públicos. Es, en sí
misma, la esfera común donde todos
los ciudadanos, concientes y participantes de la historia que ha de construirse,
ejercitan la libertad política en función de construir y desarrollar, no de
preservar ideales decimonónicos que en su momento refrendaron las expectativas
de cambio social.
Antes
de ver cómo actúa el poder político ante esta esfera común, esquematizaré los
elementos más importantes de este concepto previamente trabajado en los
párrafos anteriores.
1. La
esfera común le da coherencia y
practicidad a esa división inicial realizada por el proyecto moderno: ya
discriminado lo público de lo privado
la ciudadanía obtiene vigor y objetivo histórico que justifica su existencia
como cuerpo político.
2. En
la esfera común se da la libertad
política y la igualdad en su sentido más plural y diverso: allí el ciudadano
converge ante su responsabilidad con respecto al interés general y responde a
su estatus de igualdad en función de un objetivo común que es previamente
acordado por la ciudadanía.
3. La
esfera común es la dimensión
extraestatal que construye y modifica el aparato gubernamental: se configura
así como el espacio base del entendimiento ciudadano donde se hallan los
acuerdos sobre la vida pública, es tarea del Estado institucionalizar dicha
comunicación política, es decir, darle fuerza a los fines de que se cumpla la
voluntad colectiva.
Poder, republicanismo y la democracia
En
función de los conceptos políticos trabajados anteriormente, el poder, con
arreglo a la esfera común detallada
en el párrafo anterior tiene la potestad de organizar, configurar y preservar
la esfera pública. Por tal motivo, el
poder, como concepción política, dotará de significado y coherencia histórica
la voluntad expresada en esa esfera común.
De esta forma se cumple la famosa frase de que sin pueblo no hay poder.
Sin
embargo, la libertad no puede quedar excluida del concepto de poder. En la
tradición del humanismo cívico la libertad juega un papel fundamental: cuando
los ciudadanos, haciendo uso de la libertad política, logran acuerdos en
función del bienestar general, dicha acción de transforma eminentemente en
poder, por ende, la mencionada noción no estará por fuera ni de la esfera común y mucho menos de la
libertad política.
Por otro lado, el poder,
también tiene una definición en el plano fenoménico: será así definible como la
capacidad de decidir sobre lo público, facultad que dirige y orienta las
apreciaciones sobre lo general que tiene como fundamento la voluntad como
elemento intrínseco del mismo hecho colectivo.
La
visión republicana y democrática de la política se articula siempre entorno al
poder. En la tradición republicana el poder no se presenta como la voluntad por
sobre los otros, sino, más bien, como
la voluntad de actuar concertadamente sobre la base de una comunidad de
ciudadanos que ejercitan en igualdad sus derechos políticos. Aquí juega un
papel fundamental el lenguaje, como potencia significadora de símbolos
políticos que integran una comunidad política.
Por
otro lado, la tradición democrática, supone un dominio de la voluntad de las
mayorías por las minorías, como referente de apoyo popular a un aparato gubernamental
que, al hacerse con el monopolio de la violencia legítima, intenta por medio de
las tecnologías de poder previstas en el marco constitucional, llevar a cabo
dicha voluntad en el plano político.
A mi
entender, Arendt está más apegada al proyecto republicano en tanto y en cuanto
rescata la esfera común como sustrato
fundamental del hecho político, conjugándose así el estatus ciudadano con el
ejercicio práctico de la libertad política como garantía participativa en la
construcción constante de la República. La democracia, que tiene como aspecto
elemental la voluntad restrictiva, será rescatada por Arendt desde el punto de
vista de la institucionalización de dicha voluntad que siempre, por decirlo de
alguna manera, debe someterse a esa esfera
común como espacio fundamental (extraestatal) que constituye la fuerza
motriz de la política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario