martes, 10 de septiembre de 2013

Donay Alvarez La esfera común y el poder en la teoría política de Hannah Arendt Trabajo final



La esfera común y el poder en la teoría política de Hannah Arendt

La política es, en su aspecto fundamental, el estudio de lo colectivo. Ese mismo aspecto comunitario, donde se dilucida el interés común, tiene lugar el poder, la representación, la esfera política y, por consiguiente, la forma, mecanismo y tecnologías políticas sobre las cuales yace dicho poder. En este brevísimo ensayo abordaré someramente el concepto de poder político trabajado por Hannah Arendt buscando ubicarlo, delimitarlo y, por ende, clasificarlo dentro de los dos modelos gubernamentales que se proponen en el título.

                              Qué es el poder político para Hannah Arendt

Como ya hemos revisado en la obra Sobre la revolución la autora hace referencia al poder desde su aspecto originario, primigenio. No es papel de este ensayo volver a repetir lo que se expresa en referencia a la revolución francesa y americana, sin embargo, es menester rescatar algunos elementos para luego ligar dicho concepto al de esfera pública como configuración de lo público y por ende de lo político.

La violencia, en primera instancia, en sintonía con un contexto determinado y específico, genera poder como lo demostró en su momento la revolución francesa. Por otro lado, ciñéndonos  a la experiencia de la revolución americana, los espacios comunes que apuntalan hacia la construcción de acuerdos (que luego se vuelven leyes como la república, el Estado de derecho, etc.) sólidos también generan poder. El poder es una construcción social, colectiva, una voluntad humana que decide, debate, constituye su forma de organizarse y de entenderse, su marco de convivencia. 

La modernidad trajo consigo construcciones en el ámbito de la filosofía que luego no dejarían de sentirse en el marco de lo político. Por un lado se destaca el nacimiento de la razón, que vino a remplazar fenomenológicamente al Dios medieval; por el otro, el yo, ese nuevo sujeto que aparecería en la historia dotado de conocimiento sobre sí mismo, será la piedra angular de este nuevo cambio epocal: el yo como centro de la historia se convertirá en baluarte y narrador de la historia conocida y por conocer. 

Ahora bien, ese individuo conciente de su historia también, producto del mismo hecho fáctico racional, es conciente de sus limitaciones. El nuevo orden social que confeccionará el poder político es inentendible sin sus nociones subyacentes: lo público y la esfera común.

En aras de definir de una manera más clara y coherente la esfera común, esquematizaré brevísimamente los aspectos elementales que fundamentan, por decirlo de alguna manera, la noción de lo público.

1.    Representa, en sí misma, una realidad inmediata y primigenia, preexistente a la constitución de las instituciones políticas propiamente dichas.

2.    Ocurre de forma espontánea con dos o más hombres se reúnen para discutir sobre temas de índole general. Ocurre, de igual forma, una intensa pluralidad inherente al género humano que, a su vez, configura y construye lo político.

3.    Su sostenibilidad en el tiempo depende, exclusivamente, de la constitución de un espacio común que dote dicha comunión de organización, a saber, el hecho político como tal.


                                          La esfera común en Hannah Arendt

Lo público, como vimos en los párrafos anteriores, es condición básica para la configuración de la esfera común que, a posteriori, configurará el hecho político como organización de la voluntad humana con respecto a los intereses de carácter general. Sin embargo, la noción de lo público corresponde más bien a una diferenciación con respecto a lo privado, división primigenia de la modernidad como cambio de época.

La esfera común como producto institucionalizado de lo público, no es más que ese espacio que sintetiza, le da coherencia y praxis histórica a la libertad y la igualdad entre los ciudadanos circunscritos a un orden político-territorial específico y determinado. La libertad no es para la autora una práctica contemplativa, una garantía para la movilidad del cuerpo. 

El triunfo de la misma se he confundido con su objetivo fundamental: mientras las revoluciones se ufanaban de haber consagrado la libertad, perdieron el horizonte verdadero de la lucha, preservar la participación política como piedra angular en la continua construcción de un Estado que se debe a la esfera común y no a letras muertas o principios legales de índole moral.

Por tal motivo, la libertad política como coadyuvante e impulsor de la igualdad ciudadana tiene como centro la participación en los asuntos públicos. Es, en sí misma, la esfera común donde todos los ciudadanos, concientes y participantes de la historia que ha de construirse, ejercitan la libertad política en función de construir y desarrollar, no de preservar ideales decimonónicos que en su momento refrendaron las expectativas de cambio social.

Antes de ver cómo actúa el poder político ante esta esfera común, esquematizaré los elementos más importantes de este concepto previamente trabajado en los párrafos anteriores.

1.    La esfera común le da coherencia y practicidad a esa división inicial realizada por el proyecto moderno: ya discriminado lo público de lo privado la ciudadanía obtiene vigor y objetivo histórico que justifica su existencia como cuerpo político.

2.    En la esfera común se da la libertad política y la igualdad en su sentido más plural y diverso: allí el ciudadano converge ante su responsabilidad con respecto al interés general y responde a su estatus de igualdad en función de un objetivo común que es previamente acordado por la ciudadanía.

3.    La esfera común es la dimensión extraestatal que construye y modifica el aparato gubernamental: se configura así como el espacio base del entendimiento ciudadano donde se hallan los acuerdos sobre la vida pública, es tarea del Estado institucionalizar dicha comunicación política, es decir, darle fuerza a los fines de que se cumpla la voluntad colectiva.

                                      Poder, republicanismo y la democracia

En función de los conceptos políticos trabajados anteriormente, el poder, con arreglo a la esfera común detallada en el párrafo anterior tiene la potestad de organizar, configurar y preservar la esfera pública. Por tal motivo, el poder, como concepción política, dotará de significado y coherencia histórica la voluntad expresada en esa esfera común. De esta forma se cumple la famosa frase de que sin pueblo no hay poder.

  Sin embargo, la libertad no puede quedar excluida del concepto de poder. En la tradición del humanismo cívico la libertad juega un papel fundamental: cuando los ciudadanos, haciendo uso de la libertad política, logran acuerdos en función del bienestar general, dicha acción de transforma eminentemente en poder, por ende, la mencionada noción no estará por fuera ni de la esfera común y mucho menos de la libertad política.

       Por otro lado, el poder, también tiene una definición en el plano fenoménico: será así definible como la capacidad de decidir sobre lo público, facultad que dirige y orienta las apreciaciones sobre lo general que tiene como fundamento la voluntad como elemento intrínseco del mismo hecho colectivo.

La visión republicana y democrática de la política se articula siempre entorno al poder. En la tradición republicana el poder no se presenta como la voluntad por sobre los otros, sino, más bien, como la voluntad de actuar concertadamente sobre la base de una comunidad de ciudadanos que ejercitan en igualdad sus derechos políticos. Aquí juega un papel fundamental el lenguaje, como potencia significadora de símbolos políticos que integran una comunidad política.

Por otro lado, la tradición democrática, supone un dominio de la voluntad de las mayorías por las minorías, como referente de apoyo popular a un aparato gubernamental que, al hacerse con el monopolio de la violencia legítima, intenta por medio de las tecnologías de poder previstas en el marco constitucional, llevar a cabo dicha voluntad en el plano político.

A mi entender, Arendt está más apegada al proyecto republicano en tanto y en cuanto rescata la esfera común como sustrato fundamental del hecho político, conjugándose así el estatus ciudadano con el ejercicio práctico de la libertad política como garantía participativa en la construcción constante de la República. La democracia, que tiene como aspecto elemental la voluntad restrictiva, será rescatada por Arendt desde el punto de vista de la institucionalización de dicha voluntad que siempre, por decirlo de alguna manera, debe someterse a esa esfera común como espacio fundamental (extraestatal) que constituye la fuerza motriz de la política.

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