miércoles, 4 de septiembre de 2013

WILBER ROSAL. Capitulo V






CAPITULO V
ACCION

En este capítulo dedicado a la acción, la autora plantea primeramente que todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de la pluralidad humana, por el hecho de que no es un hombre, sino los hombres en plural quienes habitan la tierra y de un modo u otro viven juntos. La pluralidad humana tiene carácter de igualdad y distinción.  Pero sólo la acción y el discurso están conectados específicamente con el hecho de que vivir siempre significa vivir entre los hombres, vivir entre los que son mis iguales. La acción y la palabra están tan estrechamente ligados debido a que el acto primordial y específicamente humano debe siempre contener, la respuesta a la pregunta planteada a todo recién llegado: ¿Quién eres tú?. La manifestación de “quién es alguien” se halla implícita en el hecho de que, en cierto modo, la acción muda no existe, o si existe es irrelevante. Sin palabra, la acción pierde el actor. Una vida sin acción y sin discurso no es una vida humana, porque la acción es como un segundo nacimiento por el cual el hombre se inserta en el mundo por medio del discurso y la acción.
 Arendt dice que lo nuevo siempre tiene forma de milagro y esto se relaciona con el hecho de que cada hombre es único y con cada nacimiento algo singularmente nuevo es introducido al mundo. “Si la acción como comienzo corresponde al hecho de nacer, si es la realización de la condición humana de la natalidad, entonces el discurso corresponde al hecho de la distinción y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales”. Pero la acción requiere del discurso y, además, requiere que el agente se revele en el acto para que la acción conserve su carácter.  En toda acción, lo que intenta principalmente el agente es manifestar su propia imagen.
 El “quien” es alguien y el “que” es alguien son cosas distintas y no deben confundirse. Esta revelación del “quién”, al contrario de lo “que” alguien es o hace (sus talentos o habilidades, sus triunfos o fracasos, que exhibe u oculta) no puede ser conseguida voluntariamente. Al contrario, es más que verosímil que el “quién” permanezca siempre oculto para la propia persona. Con todo, a pesar de ser desconocida para la persona, la acción es intensamente personal. La acción sin un nombre, un “quién” ligado a ella, carece de significado, mientras que una obra de arte retiene su relevancia conozcamos o no el nombre del artista.
 Para Arendt, la historia como narración es resultado de la acción. A la historia no la hace nadie, el único “alguien” que ella revela es su héroe. Cabe señalar que el héroe no requiere cualidades heroicas en la antigüedad, su valor está en la voluntad de actuar y hablar. “Aunque las historias son los resultados inevitables de la acción, no es el actor, sino el narrador quien capta y hace la historia”. Dondequiera que los hombres viven juntos, existe una trama de relaciones humanas que está, por así decirlo, urdida por los actos y las palabras de innumerables personas, tanto vivas como muertas. Toda nueva acción y todo nuevo comienzo cae en una trama ya existente, donde, sin embargo, empieza en cierto modo un nuevo proceso que afectará a muchos, incluso más allá de aquellos con los que el agente entra en un contacto directo. Debido a esta trama ya existente de relaciones humanas, con sus conflictos de intenciones y voluntades, la acción casi nunca logra su propósito. Y es también debido a este medio y a la consiguiente cualidad de imprevisibilidad que la acción siempre produce historias, intencionadamente o no, de forma tan natural como la fabricación produce cosas tangibles. Estas historias pueden entonces registrarse en monumentos y documentos, pueden contarse en la poesía y la historiografía, y elaborarse en toda suerte de materiales. Por sí mismas, no obstante, son de una naturaleza completamente diferente a estas concreciones. Nos dicen más acerca de sus sujetos, del «héroe» de cada historia, de lo que cualquier producto de las manos humanas puede contarnos acerca del maestro que lo produjo y, por tanto no son productos propiamente hablando. A pesar de que todo el mundo comienza su propia historia, al menos la historia de su propia vida, nadie es su autor o su productor. Y, sin embargo, es precisamente en estas historias donde el significado real de una vida humana se revela finalmente. Pero la razón de que cada vida humana cuente su historia y por la que la historia se convierte en el libro de historias de la humanidad, con muchos actores y oradores y, aun así, sin autor, radica en que ambas son el resultado de la acción. La historia real en que estamos comprometidos mientras vivimos no tiene ningún autor visible, porque no está fabricada.
Según Arendt, la ausencia de un fabricador en este ámbito explica la extraordinaria fragilidad y la falta de fiabilidad de los asuntos estrictamente humanos. Dado que siempre actuamos en una red de relaciones, las consecuencias de cada acto son ilimitadas, toda acción provoca no solo una reacción sino una reacción en cadena, todo proceso es la causa de nuevos procesos impredecibles. Este carácter ilimitado es inevitable; no lo podemos remediar restringiendo nuestras acciones a un marco de circunstancias controlable o introduciendo todo el material pertinente en un ordenador gigante. Sin embargo, en claro contraste con esta fragilidad y esta falta de fiabilidad de los asuntos humanos, hay otra característica de la acción humana que parece convertirla en más peligrosa de lo que tenemos derecho a admitir. Y es el simple hecho de que, aunque no sabemos lo que estamos haciendo, no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho. Los procesos de la acción no son sólo impredecibles, son también irreversibles.
El remedio contra la irreversibilidad es la facultad de perdonar. Y el remedio contra la imposibilidad de predecir es mantener las promesas. Sin la capacidad de perdonar nuestra capacidad de actuar que daría confinada a un solo acto. Y sin estar obligados a cumplir con las promesas no podríamos mantener nuestras identidades. Ambas facultades dependen de la pluralidad de presencia y actuación de los otros.
Para concluir, la autora afirma que sin la acción, sin la capacidad de comenzar algo nuevo y de este modo articular el nuevo comienzo que entra en el mundo con el nacimiento de cada ser humano, la vida del hombre, que se extiende desde el nacimiento a la muerte, sería condenada sin salvación.

WILBER ROSAL
C.I: 20093548




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