CAPITULO V
ACCION
En
este capítulo dedicado a la acción, la autora plantea primeramente que todas
las actividades humanas están condicionadas por el hecho de la pluralidad
humana, por el hecho de que no es un hombre, sino los hombres en plural quienes
habitan la tierra y de un modo u otro viven juntos. La pluralidad
humana tiene carácter de igualdad y distinción. Pero sólo la acción y el discurso están
conectados específicamente con el hecho de que vivir siempre significa vivir
entre los hombres, vivir entre los que son mis iguales. La acción y la palabra
están tan estrechamente ligados debido a que el acto primordial y
específicamente humano debe siempre contener, la respuesta a
la pregunta planteada a todo recién llegado: ¿Quién eres tú?. La manifestación
de “quién es alguien” se halla implícita en el hecho de que, en cierto modo, la
acción muda no existe, o si existe es irrelevante. Sin palabra, la acción
pierde el actor. Una vida sin acción y sin discurso no es una vida
humana, porque la acción es como un segundo nacimiento por el cual el hombre se
inserta en el mundo por medio del discurso y la acción.
Arendt dice que lo nuevo siempre tiene forma
de milagro y esto se relaciona con el hecho de que cada hombre es único y con
cada nacimiento algo singularmente nuevo es introducido al mundo. “Si la acción
como comienzo corresponde al hecho de nacer, si es la realización de la
condición humana de la natalidad, entonces el discurso corresponde al hecho de
la distinción y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es
decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales”. Pero la acción
requiere del discurso y, además, requiere que el agente se revele en el acto
para que la acción conserve su carácter. En toda acción, lo que
intenta principalmente el agente es manifestar su propia imagen.
El “quien” es alguien y el “que” es
alguien son cosas distintas y no deben confundirse. Esta
revelación del “quién”, al contrario de lo “que” alguien es o hace (sus
talentos o habilidades, sus triunfos o fracasos, que exhibe u oculta) no puede
ser conseguida voluntariamente. Al contrario, es más que verosímil que el “quién”
permanezca siempre oculto para la propia persona. Con todo, a pesar de ser
desconocida para la persona, la acción es intensamente personal. La acción sin
un nombre, un “quién” ligado a ella, carece de significado, mientras que una
obra de arte retiene su relevancia conozcamos o no el nombre del artista.
Para Arendt, la historia como narración es resultado
de la acción. A la historia no la hace nadie, el único “alguien”
que ella revela es su héroe. Cabe señalar que el héroe no requiere cualidades
heroicas en la antigüedad, su valor está en la voluntad de actuar y hablar. “Aunque
las historias son los resultados inevitables de la acción, no es el actor, sino
el narrador quien capta y hace la historia”. Dondequiera que
los hombres viven juntos, existe una trama de relaciones humanas que está, por
así decirlo, urdida por los actos y las palabras de innumerables personas,
tanto vivas como muertas. Toda nueva acción y todo nuevo comienzo cae en una
trama ya existente, donde, sin embargo, empieza en cierto modo un nuevo proceso
que afectará a muchos, incluso más allá de aquellos con los que el agente entra
en un contacto directo. Debido a esta trama ya existente de relaciones humanas,
con sus conflictos de intenciones y voluntades, la acción casi nunca logra su
propósito. Y es también debido a este medio y a la consiguiente cualidad de
imprevisibilidad que la acción siempre produce historias, intencionadamente o
no, de forma tan natural como la fabricación produce cosas tangibles. Estas
historias pueden entonces registrarse en monumentos y documentos, pueden
contarse en la poesía y la historiografía, y elaborarse en toda suerte de
materiales. Por sí mismas, no obstante, son de una naturaleza completamente
diferente a estas concreciones. Nos dicen más acerca de sus sujetos, del
«héroe» de cada historia, de lo que cualquier producto de las manos humanas
puede contarnos acerca del maestro que lo produjo y, por tanto no son productos
propiamente hablando. A pesar de que todo el mundo comienza su propia historia,
al menos la historia de su propia vida, nadie es su autor o su productor. Y,
sin embargo, es precisamente en estas historias donde el significado real de
una vida humana se revela finalmente. Pero la razón de que cada vida humana
cuente su historia y por la que la historia se convierte en el libro de
historias de la humanidad, con muchos actores y oradores y, aun así, sin autor,
radica en que ambas son el resultado de la acción. La historia real en que
estamos comprometidos mientras vivimos no tiene ningún autor visible, porque no
está fabricada.
Según
Arendt, la ausencia de un fabricador en este ámbito explica la extraordinaria
fragilidad y la falta de fiabilidad de los asuntos estrictamente humanos. Dado
que siempre actuamos en una red de relaciones, las consecuencias de cada acto
son ilimitadas, toda acción provoca no solo una reacción sino una reacción en
cadena, todo proceso es la causa de nuevos procesos impredecibles. Este
carácter ilimitado es inevitable; no lo podemos remediar restringiendo nuestras
acciones a un marco de circunstancias controlable o introduciendo todo el
material pertinente en un ordenador gigante. Sin embargo, en claro contraste
con esta fragilidad y esta falta de fiabilidad de los asuntos humanos, hay otra
característica de la acción humana que parece convertirla en más peligrosa de
lo que tenemos derecho a admitir. Y es el simple hecho de que, aunque no
sabemos lo que estamos haciendo, no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo
que hemos hecho. Los procesos de la acción no son sólo impredecibles, son
también irreversibles.
El remedio contra la irreversibilidad es la facultad
de perdonar. Y el remedio contra la imposibilidad
de predecir es mantener las promesas. Sin la capacidad de perdonar nuestra capacidad de actuar que daría confinada a un solo
acto. Y sin estar obligados a cumplir con las promesas no podríamos mantener nuestras identidades. Ambas facultades
dependen de la pluralidad de presencia y
actuación de los otros.
Para
concluir, la autora afirma que sin la acción, sin la capacidad de comenzar algo
nuevo y de este modo articular el nuevo comienzo que entra en el mundo con el
nacimiento de cada ser humano, la vida del hombre, que se extiende desde el
nacimiento a la muerte, sería condenada sin salvación.
WILBER ROSAL
C.I: 20093548
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