EL “TRABAJO” DESDE LA PERSPECTIVA
DE HANNA ARENDT
En
su obra La Condición Humana, Hannah Arendt en su obra titulada “La Condición
Humana” analiza las tres actividades del ser humano que configuran la esfera de
la vita activa, las cuales son: la labor, el trabajo y la acción. En este
trabajo nos ocuparemos de estudiar a profundidad una de estas, el trabajo.
Según
la autora el “trabajo” (junto con la labor) estuvo siempre, confinado en el
ámbito de lo privado a causa de su fundamental indignidad. Ciertamente que ya
en el “trabajo” aparece un factor de libertad (considerada para Arendt como la
más humana de todas las características), pero la auténtica libertad sólo se da
en el ámbito de la vida pública. El concepto de trabajo está profundamente relacionado
con el concepto de construcción del mundo. Mediante el trabajo, el hombre
fabrica la infinidad de cosas que constituyen el artificio humano. Arendt
señala que con el “trabajo” el hombre o el homo Faber comienza a ser
verdaderamente humano, ya que aquí tiene la posibilidad de producir un mundo de
cosas. Es así como Arendt señala que la mundanidad, es decir, la pertenencia al
mundo, es uno de los aspectos característicos de la condición humana. El mundo
es en este sentido, el producto del quehacer humano, que, enfrentándose o
apoyándose en la naturaleza, produce todo el artificio humano cultural en cuyo
seno nos desenvolvemos. Este enfrentamiento del homo faber con la naturaleza,
sobre la cual ejerce una violencia para elaborar sus productos, es inevitable,
ya que el homo faber siempre ha sido un destructor de la naturaleza. Por eso
éste actúa como si fuese el amo y señor de la Tierra y como si en ésta todo
estuviese a su servicio.
Por
el trabajo, el ser humano produce su propia existencia no natural, es decir,
aquello que es creado por él mismo, resultado de su propio esfuerzo, que se
superpone, a la naturaleza. Este es punto característico del trabajo ya que
según la autora, esta es la actividad que corresponde a lo no natural de la
existencia del hombre, a lo no dado previamente por la naturaleza. Podemos
afirmar entonces, que por el trabajo el hombre crea o produce su propia
condición mundana, es decir, la mundanidad es algo que el hombre se da a sí
mismo y no proviene de lo natural o de lo dado.
Así
pues, desde la perspectiva del trabajo, podemos definir al ser humano como un
ente cultural que habita un entorno que él mismo se ha dado, un mundo que ha
creado con su trabajar, y en el cual no sólo la naturaleza en general es
transformada para obtener el artificio humano, sino que su propio cuerpo es
también objeto de toda clase de manipulaciones y alteraciones, desde el
vestido, los adornos y los maquillajes, hasta los diferentes modelajes que el
cuerpo sufre a través de dietas, ejercicios, etc. Pero si el hombre tiene la
capacidad de crear y modelar su entorno, también tiene la capacidad para
destruir la obra de sus manos. Considero que este es un tipo de libertad, si
bien no la más importante para Arendt, si una característica esencial del homo
faber, la libertad para crear y destruir.
Otra
de las características fundamentales del mundo de cosas producidas por el
hombre es el carácter duradero de los productos salidos de sus manos. En este
punto Arendt introduce el concepto de la reificación de las cosas. Este es un
proceso mediante el cual un nuevo objeto, producto del trabajo del homo faber y
una vez constituido como parte nueva del mundo, se independiza. Esto ocurre
porque los objetos que el hombre fabrica están hechos para durar y permanecer
en el tiempo, no para ser consumidos. De modo que los objetos manufacturados
por el homo faber, se presentan ante éste con cierta independencia, ya que los
mismos pueden permanecer en el mundo por largo tiempo, el cual únicamente
estará determinado por el uso que se le dé a éstos. Así encontramos gran
cantidad de objetos de uso cotidiano y por supuesto numerosos monumentos y
obras de arte, que se han conservado de generación en generación.
Todo
esto nos lleva a la consideración del carácter instrumental de las cosas
mundanas. Para Arendt, la instrumentalidad es el uso de medios para lograr un
fin. Todo instrumento es un medio para
alcanzar un fin: el producto. Según esto, la primera creación humana sería la
de los útiles e instrumentos, a partir de los cuales el homo faber habría
podido comenzar a erigir un mundo duradero y estable. Siguiendo a la autora
podemos afirmar entonces, que el homo faber vive en un mundo básicamente
instrumental, en el cual, crea primero útiles e instrumentos, los cuales son
los medios para alcanzar los fines, en su defecto, nuevos productos. Al
respecto Arendt señala que en un mundo donde la utilidad es la norma suprema,
todo pierde su valor ya que el carácter instrumental de los objetos los hace
caer en una espiral sin fin ya que todo producto una vez finalizado, se
convierte en un medio para fabricar otro producto nuevo.
El
homo faber hace y produce, a partir de la actividad manual, y esto mediante un
proceso en el cual, a partir de un modelo ideal emplea una serie de medios
aptos para lograr un fin que no es otro que el producto acabado, que integra la
infinita variedad del artificio mundano. Este modelo ideal es el que sirve de
guía al proceso de fabricación, es exterior a él, y no queda destruido o
agotado en el proceso mismo, como por ejemplo sí desaparecen los apremios
vitales que motivan el laborar (hambre, sed, frio, etc), una vez que han sido
satisfechos. Esto queda demostrado en el hecho de que podemos representarnos
una imagen mental cuantas veces lo deseemos. Esto abre la posibilidad de
multiplicar el producto indefinidas veces en la realidad. Sin embargo la
contemplación del modelo o imagen mental no nos conduce inevitablemente a
iniciar el proceso (trabajo) de su
producción.
Teniendo
en cuenta todas estas características del trabajo podríamos afirmar que el homo
faber goza de una independencia que el
laborante no conoce. En efecto, podríamos vivir sin trabajar, pero no sin el
esfuerzo cotidiano de la labor. Es por ello, que podría considerarse el trabajo
como el primer impulso del ser humano en cuanto tal, es decir, la primera
actividad propiamente humana. A pesar de lo anterior, hay una mutua relación de
complementariedad entre el animal laborans, el homo faber y también del hombre
de acción. El animal laborans alivia el esfuerzo del homo faber y los hombres
que actúan necesitan del poeta, del artista, de los que hacen monumentos, del
homo faber para que la historia, producto de la actividad, sobreviva y llegue a
las nuevas generaciones.
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