miércoles, 4 de septiembre de 2013

Andrés González - Resumen V (Sobre la revolución)

Capítulo V


Arendt comienza esta capítulo remarcando la idea de separación entre poder y autoridad que ya viene trabajando en el capítulo anterior. Su visión de una diferenciación entre poder y autoridad, y en especial entre poder y violencia, es claramente una línea transversal en toda la obra.

Junto a esta reiteración también se explica que el único “dogma” que compartieron los hombres de ambas revoluciones (americana y francesa) fue la idea de que el origen del poder político reside en el pueblo. Resalta aquí la aclaratoria de que en Francia el pueblo no estaba organizado, ya que estaba constituido principalmente en relación a un esquema de privilegios y estamentos sostenido en la tradición.

En un breve inciso el autor apunta que las revoluciones pretendieron rescatar de algún modo la noción anterior de propiedad, que estaba vinculada fuertemente con la idea de libertad. La propiedad tenía una gran importancia en la época, y estaba resguardad por la ley, de manera que propiedad y libertad tuvieran una estrecha relación.

Después de este breve señalamiento, Arendt traza la línea divisoria el desarrollo de los caminos de ambas revoluciones. En Francia la concepción de poder del pueblo se entendía como una fuerza natural, que estaba fuera de la política, relacionada con la violencia. Esta fuerza se desarrolla entonces en un estado pre político, que según el autor no sirve de nada porque al desarrollar violencia no genera poder. De aquí entonces se obtiene la conclusión de que en Francia no se supo diferenciar entre poder y violencia.

En EEUU fue todo lo contrario, pues no se concebía relación alguna entre violencia y política, entre violencia y poder. El gran poder de la revolución americana, que como ya se planteó está sustentado en una evolución de la historia política de los colonos ingleses, reside en la capacidad para generar acuerdos, para actuar en común, obteniendo así la legitimidad política propia de actos de mutualidad, no de consentimiento.

A partir de aquí se comienza a esbozar uno de los grandes problemas de ambas revoluciones: la necesidad de un absoluto. Uno de los dilemas era el establecimiento de la autoridad, que se pretendía derivar de una ley superior. En Francia autoridad y poder estaban unidos de forma inseparable en el pueblo, mientras que en EEUU la autoridad emanaba desde arriba y el poder surgía desde abajo. Esta diferenciación fue la que permitió la fundación de una institucionalidad clara en América. En Francia en cambio la ley provenía de la voluntad general del pueblo.

Lo que se dibuja detrás de la necesidad de una autoridad, de acuerdo al autor, es la necesidad de un absoluto. Es evidente que los hombres de revolución también pugnaron por un elemento trascendente, solo que esta búsqueda no estaba signada por el catolicismo o la creencia religiosa o espiritual.

El problema del absoluto es herencia clara del absolutismo, que había suplantado el absoluto religioso (Dios) pero que no había sido un sustituto plenamente eficiente, aún con la teoría de la soberanía. Además, la otra causa es una fuente lingüística, al entender el concepto de ley en base a una tradición heredada de la concepción hebrea de ley como mandamiento. Este origen conceptual se puede rastrear en la ansiedad y rebeldía protestante en volver hacia la figura de Cristo (y su orden, las leyes dadas).

El hecho definitivo es que incluso la concepción del derecho natural ha precisado de una “sanción divina” para poder tener un carácter vinculante frente a los hombres. En este punto también colaboraron en la solidificación de la figura de un absoluto las verdades axiomáticas (evidentes, indiscutibles, especies de absolutos). Sin embargo, Para Arendt el disfraz más peligroso del absoluto, al menos en la modernidad, es la nación.

EEUU no arrastró por completo esta tradición política de la conformación de la nación, pero sin embargo no pudo escapar de la conceptualización de un absoluto vinculada a la idea de ley.

Desde este punto Arendt rastrea esa inquietud de los hombres revolucionarios en mirar hacia los antiguos, de forma especial a Roma. La necesidad de revisar a los antiguos no pasa por la vía de la tradición, sino más bien por la necesidad de puntos de contraste frente al caudal de experiencias vividas en ese momento.
El gran punto de influencia de Roma en la revolución de EEUU fue sin duda la idea de la autoridad que emana del acto de fundación del orden político. Existió una profunda comprensión (y aquí se enlaza el tema) en la distinción entre poder y autoridad.

Los padres fundadores también se consideraron de esa forma, y no por arrogancia, sino por su conciencia respecto a la imitación que se hacía del ejemplo romano. La visión de una revolución como un gran punto histórico, de creación o transición, propició la asistencia de esa postura romana frente a la idea del legislador y la fundación que permite la expansión. Es una idea cuya importancia ya había sido señalada con meticulosidad por Maquiavelo y sus constantes homenajes a Rómulo.


Luego de una extensa explicación sobre la concepción romana, queda en definitiva marcada la importancia de esa idea del origen, de lo nuevo, de la creación como una facultad política de altísima importancia que permite la fundación de una república, de un cuerpo político, que EEUU se logró, y esto lo elogia Arendt, mediante el acuerdo común entre los hombres. 

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