martes, 10 de septiembre de 2013

Cesar Diaz Resumen 6



Universidad Central de Venezuela
Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas
Seminario “Contemporaneidad del pensamiento político de Hannah Arendt”
Profesor: Edgar Pérez








Resumen 6:
Capítulo 6 de “La Condición Humana”








Alumno: Díaz, Cesar
Caracas, septiembre de 2013
            En el capitulo final se hace algunas consideraciones en cuanto a la vita activa en la Época Moderna, iniciando con la afirmación de que tres sucesos determinaron la época moderna, como lo fueron el descubrimiento de América, la Reforma que significo la expropiación y a su vez acumulación de riquezas, por último la invención del telescopio acompañada también de un avance tecnológico, donde se llego a la conclusión de que la tierra no es el centro del universo sino que forma parte de este. Donde estas consideraciones son las que van a perfilar las conductas en la época moderna, aunque estarán determinadas principalmente por la aceptación de los hombres son habitantes de la tierra y habitantes de su país, también aceptan el hecho de la que tierra es muy grande y que deben ampliar  sus conocimientos sobre esta.
            Luego surge el tema de la duda universal de Descartes, donde el trabajo del homo faber será el punto importante para conducir a los hombres en el nuevo conocimiento o mejor dicho en el entendimiento de la nueva tecnología haciendo a un lado, dejando en segundo plano a la contemplación y el poder de observar que tenían los hombres hasta ese momento, generando esto que los hombres trasladaran la capacidad sensorial que tenían en objetos creador por el hombre para entender el mundo. Esto provoco que la duda, el desconocimiento y la desconfianza dieran lugar a una crisis donde la conservación de las cosas genera  un estancamiento, obteniendo así la propiedad privada una importancia bastante alta para su condición política, dando paso a una pérdida de la fe, esta fe no pertenece a la espiritualidad, por lo tanto decantando en la mundanidad de la Época Moderna. Todo esto se dio por la nueva imagen que tenía el hombre de sí mismo, donde la alienación no se da hacia el mismo hombre, sino hacia el mundo, haciendo que el surgimiento de nuevas clases sociales hicieran que la acumulación de riquezas las cuales podían ser transformadas en capital a través de la labor, hicieran que el animal laborans estuviera sujeto a necesidades que no son naturales del proceso biológico del hombre, sino que estuvieran sujetas a procesos externos.
            Se modifica la seguridad social por la solidaridad social que regia a la familia, dando como resultado un sujeto colectivo.
            La razón de que la vida se afirmara como fundamental punto de referencia en la Época Moderna y de que siga siendo el supremo bien de la sociedad moderna, radica en que la inversión moderna opero en la estructura de una sociedad cristiana cuya creencia principal en la sacralidad de la vida ha sobrevivido a la secularización y a la general decadencia de la fe cristiana.
            Fue precisamente la vida individual la que paso a ocupar el puesto que tenía en otro tiempo la “vida” del cuerpo político, y la frase de san Pablo “la muerte es el premio del pecador” resuena en Cicerón cuando dice que la muerte es la recompensa de los pecados cometidos por las comunidades políticas que se crearon para durar eternamente.
            Resulta mucho más apropiado el hecho de que en la posterior filosofía cristiana, en particular en santo Tomas, el trabajo se convirtió en deber para quienes no tenían otros medios de subsistencia. De todos modos, lo cierto es que la Época Moderna siguió actuando bajo el supuesto de que la vida, y no el mundo, es el supremo bien del hombre.
            La victoria del animal laborans no había sido completa si el proceso de secularización, la moderna perdida de la fe que inevitablemente origino la duda cartesiana, no hubiera desprovisto a la vida individual de su inmortalidad, o al menos de su certeza de inmortalidad. El hombre moderno, cuando perdió la certeza de un mundo futuro, se lanzo dentro de sí mismo y no del mundo.
La única cosa que podía ser potencialmente inmortal, tan inmortal como el cuerpo político en la antigüedad y la vida individual durante la Edad Media, era la vida misma, es decir, el posiblemente eterno proceso vital de la especie humana.
Si comparamos el Mundo Moderno con el pasado, la perdida de la experiencia humana comprometida en este desarrollo es sorprendente. No es solo, ni de manera primordial, la contemplación lo que ha pasado a ser una experiencia desprovista por completo de significado. El propio pensamiento, cuando se convirtió en “calculo de consecuencias”, paso a ser una función del cerebro, con el resultado de que los instrumentos electrónicos sirven mucho mejor para cumplir estas funciones. No tardo en entenderse la acción –y así continua- casi exclusivamente como hacer y fabricar, con la diferencia de que hacer, debido a su mundanidad e inherente indiferencia por la vida, se considero como otra forma de laborar, una función más complicada pero no más misteriosa del proceso de la vida.
Ni que decir tiene que esto no significa que el hombre moderno haya perdido sus capacidades o esté a punto de perderlas. Al margen de lo que nos diga la sociología, la psicología y la antropología sobre el “animal social”, los hombres persisten en hacer, fabricar y construir, aunque estas facultades se restrinjan cada vez más a las habilidades del artista, de manera que las existencias concomitantes a la mundanidad escapan cada vez mas de la experiencia humana corriente. De modo similar, la capacidad para la acción, al menos en el sentido de liberación de procesos, sigue en nosotros, aunque se ha convertido en prorrogativa exclusiva de los científicos.
Por último, el pensamiento –que, siguiendo la tradición premoderna y moderna, hemos omitido de nuestra reconsideración de la vita activa- todavía es posible, y sin duda real, siempre que los hombres vivan bajo condiciones de libertad política. Por desgracia, y contrariamente a los que se suele creer de la proverbial e independiente torre de marfil de los pensadores, no existe ninguna otra capacidad humana tan vulnerable, y de hecho es mucho más fácil actuar que pensar bajo un régimen tiránico

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