Capítulo VI
La Vita Activa y la
época moderna
A lo largo de la historia del hombre, el
avance tecnológico ha permitido acortar la distancia y al mismo tiempo abre un camino para la
separación entre el hombre y la Tierra.
En las sociedades más avanzadas se da
una inservible producción
de medios de decadencia que se van acumulando y que necesitan ser eliminados
porque pronto quedan envejecidos; la tecnología avanza tan rápido que atropella
a los últimos aparatos y los vuelve obsoletos.
La característica de la Época moderna
estaría en la alienación del mundo y no en la propia alienación como creía Marx. El proceso de acumulación de riqueza tal
como lo conocemos, estimulado por el proceso de la vida humana, sólo es posible
si se sacrifican el mundo y la misma humanidad del hombre.
El mundo está en un proceso globalizado que
va llegando inevitablemente; Podemos pensar que la decadencia de la esfera
pública y privada fue provocada por el auge de la sociedad, y la pérdida
de una parte privadamente
compartida del mundo nos llevó al eclipse de un mundo común
público, tan necesario en la formación del solitario hombre gregario y tan
pernicioso en la construcción de la mentalidad no mundana de los movimientos
ideológicos de las masas.
Con los nuevos instrumentos, cada vez más
complejos, la ciencia moderna nos lleva desde la astrofísica a la microfísica
para observar la estructura interna de la realidad.
En la época moderna se somete la geometría
al tratamiento algebraico y se alcanza el ideal moderno de reducir a símbolos
matemáticos los movimientos y datos de la sensación terrena. En lugar de observar los fenómenos naturales
tal como se le presentaban, se colocó a la naturaleza bajo las condiciones de
su propia mente, es decir, bajo las condiciones obtenidas a partir de un
universal astrofísico cósmico punto de vista, exterior a la propia
naturaleza. Las matemáticas se convierten en la ciencia guía de la
época moderna, y este ascenso nos separa de Platón. Para Platón las matemáticas
no eran productos del intelecto, sino que su realidad era independiente de
nosotros; en la modernidad las matemáticas se convierten en la ciencia de la estructura
de la mente humana.
Será la intervención activa
del homo faber, su
capacidad para fabricar y no la contemplación, la observación y la especulación
la que nos va a llevar al nuevo conocimiento. Ahora se confía más en la lectura
obtenida por un aparato que en la mente o los sentidos.
El motivo por el que la filosofía moderna
atacó tan duramente a la tradición, según Arendt, fue debido al concepto de
verdad que defendía esta última: la verdad que se revela a sí misma.
La filosofía cartesiana, al no poder
confiar en los sentidos ni en la razón, reflejando la tragedia de la condición
humana, es acosada por dos pesadillas que arrastrará toda la modernidad, que
todo es sueño y no existe la realidad; que no es Dios, sino un mal espíritu,
quien gobierna el mundo y se burla del hombre, crea a un ser que tiene el
concepto de verdad pero que le es imposible alcanzarla.
En la religión no fue la creencia en el
más allá, sino la certeza de salvación
lo que se perdió. La reacción ante esta situación fue un celo sin precedente
por la veracidad. Las nuevas sociedades de científicos y sus virtudes
cardinales influirán en los nuevos modelos morales.
El puro interés cognitivo de la conciencia
por su propio contenido, la introspección, debe producir la certeza, no la
reflexión de la mente del hombre sobre el estado de su alma o cuerpo.
Descartes traslada el punto de Arquímedes
al interior del propio hombre al elegir como último punto de referencia el
modelo de la mente humana. Dicho traslado va a permitir a la ciencia la tarea de producir los fenómenos y objetos
que desea observar.
Nos vemos conducidos, según plantea Arendt,
a una situación paradójica: al desaparecer el mundo sensualmente dado
desaparece también el mundo trascendente, y por tanto, también la posibilidad
de trascender el mundo sensible en concepto y pensamiento.
El orden jerárquico entre la vida
contemplativa y la vida activa se invierte como consecuencia de los cambios
producidos en la Época Moderna. Hannah Arendt piensa que para entender
los motivos de dicha inversión debemos librarnos del prejuicio común consistente en
creer que el desarrollo de la ciencia moderna ha sido animado por el deseo
pragmático de mejorar nuestras condiciones de vida en la tierra, la nueva
tecnología se origina en una búsqueda no práctica de conocimiento inútil.
La verdad se busca, no a través de la
nueva observación o contemplación, sino de manera activa. La certeza del
conocimiento se alcanza mediante una doble condición; sólo podemos conocer lo
hecho por nosotros, que el conocimiento fuera de tal naturaleza que sólo
pudiera comprobarse mediante nueva acción.
El acceso a la verdad a través de la
contemplación fue eliminado por completo, la contemplación se vació de
significado, la inversión afectó sólo a la relación entre pensamiento y acción:
el pensamiento será el sirviente de la acción.
La filosofía moderna se aleja tanto del
mundo efímero como del eterno para adentrarse en el interior de la conciencia y
encontrar, no algo permanente, sino una continúa actividad mental. Así
interpreta la autora que desde el siglo XVII, la mayor parte de la filosofía
moderna es teoría del conocimiento y psicología. En este sentido, por mucho que
destacaran algunos sistemas filosóficos en la Época Moderna, la filosofía pasó
a ocupar un papel inferior al desempeñado en el pensamiento medieval. Posteriormente
de establecer Descartes su filosofía en los descubrimientos de Galileo, la
filosofía estará destinada a ir un paso por detrás de los científicos.
En la vida activa van a destacar el hacer
y fabricar como atributos propios del homo faber, esta actividad va ligada al desarrollo moderno
vinculado a la manufactura de útiles e instrumentos. El hacer y conocer se
mezclan en la construcción del experimento donde se intenta repetir el proceso
natural. El qué y
el por qué van a ser
sustituidos por el cómo en
el proceso invisible
de las actividades constructivas de homo
faber en la Época Moderna.
Como resultado previsible de la incertidumbre
cartesiana, Arendt señala el abandono del intento de alcanzar la naturaleza y
volverse sobre las cosas producidas por el hombre.
También era previsible la estima del homo faber, pero lo que necesita
una explicación, para Arendt, es la elevación de la labor al más alto puesto
del orden jerárquico de la vida activa.
El fracaso del homo faber para afirmarse es
indicado por la rapidez con que el principio de utilidad desapareció y se
reemplazó por el de la mayor
felicidad del mayor número.
La convicción de que el hombre solo puede
conocer lo que fabrica, sería dominada y finalmente destruida por el aún más moderno principio de proceso, cuyos conceptos y categorías
son extraños por completo a las necesidades e ideales del “homo faber”.
También ayuda al fracaso del homo faber la crítica de Hume al
principio de causalidad que se basaba en
las ideas de la fabricación, fue haciendo el camino para el triunfo del
principio de evolución. Desde esta perspectiva, el momento crítico de la Época
Moderna llegó cuando la imagen del desarrollo de la vida orgánica apareció en
lugar de la imagen del relojero que debe ser superior a los relojes que
fabrica.
La división entre sujeto y objeto,
reflejada en la oposición cartesiana entre res cogitans y res
extensae, desaparece por completo en el caso de un organismo vivo cuya
supervivencia se da en la asimilación, en el consumo de materia exterior. El naturalismo, sigue
argumentando Arendt, versión del siglo
XIX pareció encontrar en la vida la forma de resolver los problemas de la
filosofía cartesiana y al mismo tiempo salvar la fosa cada vez más pronunciada
entre filosofía y ciencia.
La vida se mantiene como punto de
referencia fundamental tanto dentro del cristianismo como de la modernidad.
La buena vida cristiana sobre la inmortalidad de la vida
individual invirtió la antigua relación entre el hombre y el mundo y elevó la
cosa más mortal, la vida humana, a la posición de la inmortalidad, hasta
entonces ocupada por el cosmos. Dicha inversión fue desastrosa para la estima y
dignidad de la vida del
cuerpo político.
La sacralidad de la vida
subrayada en el cristianismo sigue la herencia hebrea que contrastaba tanto con
las actividades de la antigüedad: el desprecio pagano de los sufrimientos, la
envidiada imagen de la vida fácil de los dioses, la costumbre de abandonar a
los tipos no deseados, la convicción de que la vida sin salud no vale la pena
vivirla, y la consideración del suicidio como un noble gesto para escapar de
una vida donde nos pueden ahogar las lágrimas.
Aunque la vida terrena sea insignificante
en relación con la otra vida,
sin esta vida, que terminará con la muerte, no puede haber vida eterna. Puede
que esta sea la razón de que sólo con el auge del cristianismo la vida terrena
pasó a ser el bien supremo del hombre.
Esta visión cristiana de la sacralidad de
la vida tendió a nivelar las antigüas distinciones y articulaciones dentro de
la vita activa: para esta
vida son necesarios la labor, el trabajo y la acción. Así mismo ayudó a
liberar la actividad laboral, es decir, cualquier cosa que sea necesaria para
mantener el proceso biológico, del desprecio que por ello sentía la antigüedad:
el viejo desdén hacia el esclavo.
En contra de lo que muchos intérpretes
modernos han creído ver en las fuentes cristianas, Arendt piensa que no hay
indicaciones de la moderna glorificación de la labor en el Nuevo Testamento o
en obras premodernas de textos cristianos. Por ejemplo, Tomás Aquino afirmaba que sólo la necesidad de mantenerse vivo obliga
a realizar el trabajo manual.
En la actualidad, lo que importa no es la
inmortalidad de la vida, sino que ésta es el bien supremo. Sólo cuando la vida
activa permaneció ligada a la vida como
su eje central, entonces es cuando pudo la vida como tal, el metabolismo del
hombre con la naturaleza, hacerse activa y desplegar toda su fertilidad.
La victoria del animal laborans no habría
llegado plenamente si la duda cartesiana no hubiera desprovisto a la vida
individual de su certeza de inmortalidad. El hombre moderno, cuando perdió la
certeza de un mundo futuro se lanzó dentro de sí y no del mundo. Arendt insiste
en la diferencia entre los términos secular y mundano: el hombre
moderno no ganó este mundo cuando perdió el otro, ni tampoco, estrictamente
hablando ganó la vida. Se vio forzodo a retroceder y a adentrarse en la
estrecha interioridad de la introspección. Así el hombre quedó
reducido a sus apetitos y deseos. La única cosa que podía ser potencialmente
inmortal, tan inmortal como el cuerpo político en la antigüedad y la vida
individual durante la Edad Media, era la vida misma: el posiblemente eterno proceso vital de la
especie humana y, para mantener este proceso es necesario trabajar.
En la comparación del Mundo Moderno con el pasado es sorprendente la riqueza de
la experiencia humana que hemos sacrificado en este desarrollo. La contemplación,
por supuesto, pierde todo significado. Y el pensamiento queda sólo en una
función del cerebro que los instrumentos electrónicos pueden hacer mejor.
En la sociedad humana actual, incluso la
palabra labor es demasiado elevada para lo que hacemos, o creemos que hacemos,
en el mundo que nos ha tocado vivir como autómatas
Lo malo de las teorías behavioristas,
continúa pesimista Arendt, no es que sean erróneas, sino que son muy adecuadas
para las tendencias de la sociedad moderna. Podemos entender que la Época
Moderna, tan activa al comienzo, podría acabar en la pasividad más estéril.
La comparación de la vida del átomo con los modelos
de conducta de la sociedad humana, se deben a que vivimos en esta sociedad como
si estuviéramos tan alejados de nuestra propia existencia humana como lo
estamos de lo infinitamente pequeño y de lo inmensamente grande que, aunque
pudieran captarse con los aparatos más sensibles, están demasiado lejos de
nosotros para experimentarlos.
La escasez del pensamiento en el mundo
actual ayuda a este empobrecimiento de la existencia humana. Este hecho, puede ser de escasa o limitada importancia
para el futuro del mundo, pero no lo es para el futuro del hombre.
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