Resumen: Capítulo V “Sobre la Revolución” de Hannah Arendt
Fundación (II): Novus ordo saeclorum
En
este capítulo se avizora una problematización de la autora con respecto al
poder. El poder que habíamos adelantada en el resumen pasado, tiene que ver más
con el libertad que con la voluntad, aunque es necesario tener voluntad para tomar el poder, pero no es
más que su fuerza no su característica fundamental. En este caso, ¿qué papel
juega la violencia en las revoluciones? Sabemos que las revoluciones son
procesos violentos, unos dotados de una mayor intensidad que otro pero, en
general, son acontecimientos que implican cambio y destrucción de lo conocido,
al menos en su aspecto nominal. Ahora bien, si las revoluciones poseen esta
componenda violenta, puede ser la misma violencia fuente de poder y, por ende,
de autoridad política. Arendt tratará de resolver esto aludiendo que el pueblo
es la verdadera fuente del poder, entendiendo, claro está, que también es el
que ejerce la violencia. Sin embargo, de la Revolución Francesa a la Americana
hay compresiones distintas del poder que analizaremos a continuación.
La
consigna más importante de la Revolución Francesa fue el poder reside en el pueblo. Esta consigna, en opinión de Arendt,
prefiguró lo que sería el movimiento revolucionario francés: un movimiento
político sumamente violento que barrió todas las estructuras del Antiguo
Régimen. En función de esto, los franceses no supieron diferenciar violencia de
poder, ya que el movimiento que iba barriendo todo a su paso también iba
pensando cómo hacer luego de que pasara todo el huracán: la Revolución Francesa
se manejó siempre por fuera de toda obligación y organización política
establecida. En tal sentido, la violencia como sentimiento de la revolución,
sería fuente de autoridad; vale la pena remitirse al reinado del terror como
organización política en aras de llevar hasta las últimas consecuencias el
movimiento revolucionario.
Por
otro lado los americanos si supieron separar estos dos conceptos. Ellos
entendieron que el poder está totalmente del otro lado de la acera. Ese poder
no se constituiría a partir de una acción colectiva violenta, sino más bien
desde el pacto, la convención y la confianza en el otro en aras de garantizar
la estabilidad política y el disfrute de la constitución
como sociedad civil. En el marco de
la violencia, con toda su componenda caótica, es muy difícil avizorar los
objetivos comunes. Este era el punto fundamental en la concepción de poder por
parte de los americanos: el poder y su equilibrio se garantiza sólo a partir
del pacto y la convención entre hombres que desean lo mismo. Los franceses
sufrieron el terror y otras calamidades producto de su empresa violenta.
En
esta parte del capítulo, Arendt se pregunta cuáles son las condiciones previas
que garantizan la fundación de una República. En el caso francés, ya que el
mismo proceso revolucionario barrió con todas las estructuras del Antiguo
Régimen quedaron lanzados, prácticamente, a un estado de naturaleza. La
violencia, por un lado, como sustrato fundamental de la política y el poder y,
por el otro, la imposibilidad de llegar a acuerdos comunes en vista de la no
existencia de estructuras pre-políticas (en este sentido, antes de la
República) que garantizaran cierto orden. Sin embargo para los americanos esto
no fue problema, ya que lo se opuso a la corona británica no fue, como en el
caso francés, una revolución violenta, sino un enfrentamiento entre las
corporaciones locales y la estructura colonial vigente. Al interponerse la
primera de la segunda, la creación de un gobierno legítimo que garantizase las
libertades civiles fue menos tormentosa en este caso para los americanos. Ya la
República tenía una especie de borrador en la realidad, el dibujo final se
realizó luego del proceso emancipatorio.
La
autora también se complejiza el tema de la legitimidad que reúne la creación de
las leyes con el gobierno de los hombres. Aquí revisa la legalidad en Grecia y
Roma, analizando que la primera apelaba a un ser por fuera de la polis en lo
concerniente a la creación de las leyes, y por eso las estructuras eran
pre-políticas. Sin embargo, al llegar a Montesquieu no duda en admitir que esa
relación del hombre con las cosas debe estar regulada por la ley, pero la ley
también es inspiración racional para controlar las pasiones humanas, es decir,
un cuerpo político-legal que está por encima y organiza la vida del hombre en
sociedad. Esta inspiración racional, en el caso americano, encontró asidero en
cierta veneración al texto constitucional donde, además de resguardar las
libertades civiles, permite la comprensión de un mandato que no admite
oposición por estar por encima de todos
y ser el acto constituyente que
habla, traduce y le da significación político-ideológica a lo que somos. Pero la República no termina
aquí, es tarea de los sucesores ampliar sus bases y demás elementos, siendo
así, un acto constituyente perpetuo
que siempre rememora el acto revolucionario original: fe ciega de nuestro
nacimiento como hombres libres y ciudadanos, pertenecientes a un cuerpo
político llamado sociedad civil.
Sobre
la inspiración Arendt también nos dice cuestiones importantes para el
significado mismo de la revolución. Los revolucionarios se inspiraron en relatos
históricos como la huida de Egipto, pero estos relatos, más allá de ser un
ejercicio de inspiración poética, resguarda en sí misma dos lecciones
fundamentales: violencia y paz, ¿dónde se ubica entonces la gloria de la
revolución? ¿En el asesinato del otro para fundar la ciudad o en el acuerdo y
el pacto? Arendt dice que la paz conmueve más al hombre que el sometimiento
violento de uno sobre el otro; a mí entender, en función de la creación de un
orden totalmente nuevo como premisa fundamental de la revolución que la autora
intenta estudiar, le da ciertas concesiones al proceso americano en cuanto a la
paz y al pacto en relación a la nueva forma de estructurar el cuerpo político,
es su apuesta teórica.
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