Capítulo V
Acción
24. La revelación del agente en el
discurso y la acción
Para
Arendt la pluralidad humana es una condición básica tanto de la acción como del
discurso, la cual posee un doble carácter de igualdad y distinción. Este doble
carácter se refiere a que los hombres son iguales para poder entenderse y
prever las necesidades que tendrán para el futuro de los que vendrán después; y
son distintos es decir cada ser humano es único y necesitan del discurso y la
acción para poder entenderse.
Por lo tanto el ser humano
mediante la pluralidad humana ha buscado la forma de entenderse, el discurso y
la acción son la estrategia más eficaz para que la distinción del hombre no lo
lleve siempre al conflicto mediante la violencia, sino que por el contrario a
través del discurso, logran alcanzar un punto de entendimiento para
desarrollarse.
El hombre comparte una
alteridad con todo lo que es, y la distinción que comparte con todo lo vivo, se
convierte en unicidad, y la pluralidad humana es la paradójica pluralidad de
los seres únicos. El discurso y la acción revelan esta única cualidad de ser
distinto. Mediante ellos, los hombres se diferencian en vez de ser meramente
distintos; son los modos en que los seres humanos se presentan unos a otros, no
como objetos físicos, sino como hombres.
Es decir los hombres
pueden vivir sin laborar, pueden obligar a otros a que laboren por ellos, e
incluso decidir el uso y disfrute de las cosas del mundo sin añadir a este un
simple objeto útil; la vida de un explotador de la esclavitud y la de un
parasito pueden ser injustas, pero son humanas. Por otra parte una vida sin acción
y sin discurso está literalmente muerta para el mundo; ha dejado de ser una
vida humana porque ya no la viven los hombres.
En consecuencia la autora
entiende que la acción y el discurso son parte de la vida del ser humano, sin
la cual no puede coexistir en la pluralidad porque simplemente sin estos no
tendría sentido, son parte de la vida pública en la cual sino somos vistos y
oídos por otros deja de tener valor, porque no hay quien opine sobre nuestra
manera de presentarnos ante el mundo. Sin embargo el discurso sin el
acompañamiento de la acción no solo perdería su carácter revelador, sino
también su sujeto, como si dijéramos; si en lugar de hombres de acción hubiera
robots se lograría algo que, solo se hace pertinente a través de la palabra
hablada en la que se identifica como actor, anunciando lo que hace, lo que ha
hecho y lo que intenta hacer.
El hecho de que el hombre
sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es
capaz de realizar lo que es infinitamente improbable. Por lo tanto el hombre puede cambiar su
discurso y su acción sin que otro hombre lo sepa con anticipación a menos que
este se lo comunique, tiene por lo tanto el control sobre lo que dice y hace y
por lo tanto es responsable de sus acciones y las consecuencias de sus
palabras, esta capacidad de sorprender es lo que constantemente surge en la
humanidad cuando un hombre con un poderoso y novedoso discurso, envuelve a las
masas para controlarlas y de los cuales nadie sabe qué esperarse hasta que ya
todo ha pasado.
25. La trama de las
relaciones y las historias interpretadas
¿Puede
una historia ser contada sin agregarle la subjetividad propia del narrador?
La esfera de los asuntos
humanos, está formada por la trama de las relaciones humanas que existe
dondequiera que los hombres viven juntos. Aunque todo el mundo comienza su vida
insertándose en el mundo humano mediante la acción y el discurso, nadie es
autor o productor de la historia de su propia vida.
¿Las
acciones del hombre solo son heroicas
cuando quien las cuenta así lo considera?
La perplejidad radica en
que en cualquier serie de acontecimientos que juntos forman una historia con un
único significado, como máximo podemos aislar al agente que puso todo el
proceso en movimiento; y aunque este agente sigue siendo con frecuencia el
protagonista, el héroe de la historia, nunca nos es posible señalarlo de manera
inequívoca como autor del resultado final de dicha historia.
Por otro lado la cualidad
especifica y reveladora de la acción y del discurso, la implícita manifestación
del agente orador, esta tan indisolublemente ligada al flujo vivo de actuar y
hablar que solo puede representarse y reificarse mediante una especie de
repetición, la imitación que según Aristóteles, prevalece en todas las artes
aunque únicamente es apropiada de verdad al drama, cuyo mismo nombre indica que
la interpretación de una obra es una imitación de actuar.
Es decir ¿las acciones
deben ser innovadoras? ¿Únicas? Si se interpreta la acción de un gran héroe del
pasado ¿no es posible que reveladora una imitación?
26. La fragilidad de los
asuntos humanos
La acción nunca es posible
en aislamiento, estar aislado es lo mismo que carecer de la capacidad de
actuar. La fabricación está rodeada y en constante contacto con el mundo, la
acción y el discurso lo están con la trama de los actos y palabras de otros
hombres. La acción al margen de su específico contenido, siempre establece
relaciones y por lo tanto tiene una inherente tendencia a forzar todas las
limitaciones y cortar todas las fronteras.
¿La
vida contemplativa, es solo el principio o la manera de idear la acción? ¿Por
qué sino entonces no seria humano?
Las limitaciones y
fronteras existen en la esfera de los asuntos humanos, pero nunca ofrecen un
marco que pueda soportar el asalto con el que debe insertarse en el cada nueva
generación. Sin embargo, mientras las varias limitaciones y fronteras que
encontramos en todo cuerpo político pueden ofrecer cierta protección contra la
inherente ilimitación de la acción, son incapaces de compensar su segunda
importante característica: su inherente falta de predicción.
¿Es
posible limitar la acción, cuando es impredecible?
Lo que el narrador cuenta
ha de estar necesariamente oculto para el propio actor, al menos mientras realiza
el acto o se halla atrapado en sus consecuencias, ya que para él la
significación de su acto no está en la historia que sigue.
¿El
actor no tiene un fin cuando realiza la acción?
27. La solución Griega
Quienquiera que
conscientemente aspire a ser especial, a dejar tras de sí una historia y una
identidad que le proporcione fama inmortal, no solo debe arriesgar su vida,
sino elegir expresamente, como hizo Aquiles, una breve vida y prematura muerte.
Solo el hombre que no sobrevive a su acto supremo es el indisputable dueño de
su identidad y posible grandeza, debido a que en la muerte se retira de las
posibles consecuencias y continuación de lo que empezó.
¿Solo
la muerte le da la gloria? ¿Una acción grandiosa
sin muerte, entonces terminara por no serlo al asumir las consecuencias?
La polis propiamente
hablando, no es la ciudad- estado en su situación física; es la organización de
la gente tal como surge de actuar y hablar juntos, y su verdadero espacio se
extiende entre las personas que viven juntas para este propósito, sin importar
donde estén.
Para los hombres la
realidad del mundo está garantizada por la presencia de otros, por su aparición
ante todos; porque lo que aparece a todos, lo llamamos ser, cualquier cosa que
carece de esta aparición viene y pasa como un sueño, intima y exclusivamente
nuestro pero sin realidad.
¿Cómo
entonces es Dios un ser? ¿Quién lo ha visto? ¿Quién lo conoce? Es solo un sueno del hombre, pero
todos saben de su existencia, aunque nunca ha aparecido en sus vidas, muchos
dudan de su existencia sin embargo creen en que existe alguna fuerza superior
al hombre, o le dan otro nombre u otros, es decir no solo que aparece ante
todos es ser, sino mas bien ¿es ser todo
aquello en lo que creemos aunque no aparezca ante todos?
28. El poder y el espacio de
la aparición
El espacio de aparición
cobra existencia siempre que los hombres se agrupan por el discurso y la
acción, y por lo tanto precede a toda formal constitución de la esfera pública.
El único factor material indispensable para la generación de poder es el vivir
unido del pueblo. Solo donde los hombres viven tan unidos que las
potencialidades de la acción están siempre presentes, el poder puede permanecer
con ellos, y la fundación de ciudades, que como ciudades-estado sigue siendo
modelo para toda organización política occidental, es por lo tanto el más
importante prerrequisito material del poder.
Si el poder fuera más que
esta potencialidad de estar juntos, si pudiera poseerse como la fuerza o
aplicarse como esta en vez de depender del acuerdo temporal y no digno de
confianza de muchas voluntades e intenciones, la omnipotencia seria una
concreta posibilidad humana. Porque el poder, como la acción, es ilimitado,
carece de limitación física en la naturaleza humana, en la existencia corporal
del hombre, como la fuerza. Su única limitación no es accidental, ya que el
poder humano corresponde a la condición de la pluralidad para comenzar. Por la
misma razón, el poder puede dividirse sin aminorarlo, y la acción reciproca de
poderes con su contrapeso y equilibrio es incluso propensa a generar más poder,
al menos mientras dicha acción reciproca sigue viva y no termina estancándose.
Por lo tanto NO es posible
tener poder estando aislados, al igual que de nada vale la acción cuando no es
vista por otros, sería entonces la acción necesariamente el requisito para
alcanzar el poder, ¿porque si nadie valora nuestras acciones como se puede
tener poder?
Pero si bien la violencia
es capaz de destruir al poder, nunca puede convertirse en su sustituto. De ahí
resulta la no infrecuente combinación política de fuerza y carencia de poder,
impotente despliegue de fuerzas que se consumen a sí mismas, a menudo de manera
espectacular y vehemente pero en completa futilidad, no dejando tras sí
monumentos ni relatos, apenas con el justo recuerdo para entrar en la historia.
El poder corrompe cuando
los débiles se congregan con el fin de destruir a los fuertes, pero no antes.
La voluntad de poder, como la época moderna de Hobbes a Nietzsche la entendió
en su glorificación o denuncia, lejos de ser una característica de los fuertes,
se halla, como la envidia y la codicia; entre los vicios de los débiles, y
posiblemente es el más peligroso.
El vehemente anhelo por la
violencia, tan característico de algunos de los mejores y más creativos
artistas modernos, pensadores, eruditos y artesanos, es una reacción natural de
aquellos cuya fuerza ha tratado de engañar la sociedad.
29. El Homo Faber y el
Espacio de Aparición
El Homo Faber al
considerar que los productos del hombre pueden ser más que el propio hombre, y
también la firme creencia del animal laborans de que la vida es el más elevado
de todos los bienes. Por lo tanto, ambos son apolíticos, estrictamente
hablando, y se inclinan a denunciar la acción y el discurso como ociosidad,
ocio de la persona entrometida y ociosa charla, y por lo general juzgan las
actividades públicas por su utilidad con respecto a fines supuestamente más
elevados: hacer el mundo más útil y hermoso en el caso del homo faber, hacer la
vida más fácil y larga en el caso del animal laborans.
En su aislamiento no
molestado, ni visto, ni oído, ni confirmado por los demás, el homo faber no
solo está junto al producto que hace, sino también al mundo de cosas donde
añadirá sus propios productos; de esta manera, si bien de forma indirecta,
sigue junto a los demás, que hicieron el mundo y que también son fabricantes de
cosas.
30. El movimiento de la
labor
Laborar, es la actividad
en la que el hombre no está junto con el mundo ni con los demás, sino solo con
su cuerpo, frente a la desnuda necesidad de mantenerse vivo. No cabe duda de
que también vive en presencia de y junto a otros, pero esta contigüidad carece
de los rasgos distintivos de la verdadera pluralidad.
La sociabilidad de esas
actividades que surgen del metabolismo del cuerpo humano con la naturaleza no
se basa en la igualdad, sino en la identidad, y desde este punto de vista
resulta perfectamente cierto que por naturaleza un filosofo no es un genio y
modo de ser ni la mitad diferente de un mozo de cuerda que lo es un mastín de
un galgo.
¿No
es necesaria la igualdad sino la identidad?
La identidad que prevalece
en una sociedad basada en la labor y el consumo y expresada en su conformidad,
está íntimamente relacionada con la
experiencia somática de laborar juntos, donde el ritmo biológico de la labor
una al grupo de laborantes hasta el punto de que cada uno puede sentir que ya
no es un individuo, sino realmente uno con todos los otros. El problema radica
en que las mejores condiciones sociales son aquellas bajo las que es posible
perder la propia identidad.
¿Cómo
mantener nuestros principios, objetivos, y fines si carecemos de identidad
propia?
La igualdad que lleva
consigo la esfera pública es forzosamente una igualdad de desiguales que necesitan
ser igualados en ciertos aspectos y para fines específicos. Como tal, el factor
igualador no surge de la naturaleza, sino de fuera, de la misma manera que el
dinero se necesita como el factor externo para igualar las desiguales
actividades del médico y del agricultor. La igualdad política, es el extremo
opuesto a nuestra igualdad ante la muerte, que como destino común a todos los
hombres procede de la condición humana, o a la igualdad ante Dios, al menos en
su interpretación cristiana, en la que afrontamos una igualdad pecaminosa
inherente a la naturaleza humana.
El rasgo conmovedor del
movimiento laboral en sus primeras etapas surge de su lucha contra la sociedad
como un todo. Para este papel político y revolucionario del movimiento laboral,
que con toda probabilidad está próximo a su fin, que la actividad de sus
miembros sea incidental y que su fuerza de atracción no se limite a la clase
trabajadora. El significado político del movimiento laboral es ahora igual al
de cualquier otro grupo de presión.
¿Todos
actúan en función de sus intereses, es posible que exista la igualdad de esta
manera?
31. La tradicional
sustitución del hacer por el actuar
Siempre ha supuesto una
gran tentación, tanto para los hombres de acción como para los de pensamiento,
encontrar un sustituto a la acción con la esperanza de que la esfera de los
asuntos humanos escapara de la irresponsabilidad moral y fortuita inherente a
una pluralidad de agentes. La sustitución de hacer por actuar y la concomitante
degradación de la política en medios para obtener un presunto fin más elevado,
es tan vieja como la tradición de la filosofía política.
Cierto es que solo la
época moderna definió al hombre fundamentalmente como homo faber, fabricante de
utensilios y productor de cosas, y por lo tanto pudo superar el arraigado
desprecio y sospecha que la tradición había tenido de la fabricación. Sin
embargo, esta misma tradición, en cuanto también se había vuelto contra la
acción, se vio obligada a interpretar la acción en términos de hacer, con lo
que, a pesar de la sospecha de desprecio, introdujo en la filosofía política
ciertas tendencias y modelos de pensamiento a los que podía recurrir la época
moderna. A este respecto, la época moderna no invirtió la tradición, sino que
la libero de los prejuicios que le habían impedido declarar abiertamente que el
trabajo del artesano debía clarificarse en un puesto más alto que las perezosas
opiniones y hechos constitutivos de la esfera de los asuntos humanos.
32. El carácter procesual de
la acción
Solo debido a que somos
capaces de actuar, de iniciar procesos nuestros, podemos concebir la naturaleza
y la historia como sistemas de procesos; sea como sea, solo bajo ciertas
circunstancias históricas se presenta la fragilidad como la característica
principal de los asuntos humanos. Mientras que la fuerza del proceso de
producción queda enteramente absorbida y agotada por el producto final, la
fuerza del proceso de la acción nunca se agota en un acto individual, sino que,
por el contrario, crece al tiempo que se multiplican sus consecuencias; lo que
perdura en la esfera de los asuntos humanos son estos procesos, y su
permanencia es tan ilimitada e independiente de la caducidad del material y de
la mortalidad de los hombres como la permanencia de la propia humanidad.
El motivo de que no
podamos vaticinar con seguridad el resultado y fin de una acción es simplemente
que la acción carece de fin. El proceso de un acto puede literalmente perdurar
a través del tiempo hasta que la humanidad acabe.
En ninguna parte ni la
labor, sujeta a la necesidad de la vida, ni en la fabricación, dependiente del
material dado, aparece el hombre menos libre que en esas actividades cuya
esencia es la libertad y en esa esfera que no debe su existencia a nadie ni a
nada si no es al hombre. Ningún hombre puede ser soberano porque ningún hombre
solo, sino los hombres, habitan la tierra, y no, como mantiene la tradición
desde Platón, debido a la limitada fuerza del hombre, que le hace depender de
la ayuda de los demás.
Si consideramos la
libertad desde el punto de vista de la tradición, identificando la soberanía
con la libertad, la simultanea presencia de la libertad y de la no-soberanía,
de ser capaz de comenzar algo nuevo y no poder controlar o incluso predecir sus
consecuencias, casi parece obligarnos a sacar la conclusión de que la
existencia humana es absurda. Si la capacidad para la acción no alberga en si
ciertas potencialidades que la hacen sobrevivir a las incapacidades de la
no-soberanía.
¿Es
posible ser soberanos cuando se esta condicionado?
33. Irreversibilidad y el
poder perdonar
Sin ser perdonados,
liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad para
actuar quedaría, por decirlo así, confinada a un solo acto del que nunca
podríamos recobrarnos; seriamos para siempre las victimas de sus consecuencias,
semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula mágica para romper el
hechizo. Sin estar obligados a cumplir las promesas, no podríamos mantener
nuestras identidades, estaríamos condenados a vagar desesperados, sin dirección
fija, en la oscuridad de nuestro solitario corazón, atrapados en sus
contradicciones y equívocos, oscuridad que solo desaparece con la luz de la
esfera pública mediante la presencia de los demás, quienes confirman la
identidad entre el que promete y el que cumple.
Por lo tanto, ambas
facultades dependen de la pluralidad, de la presencia y actuación de los otros,
ya que nadie puede perdonarse ni sentirse ligado por una promesa hecha
únicamente a sí mismo; el perdón y la promesa realizados en soledad o
aislamiento carecen de realidad y no tienen otro significado que el de un papel
desempeñado ante el yo de uno mismo.
El código deducido de las
facultades de perdonar y de prometer, se basa en experiencias que nadie puede
tener consigo mismo, sino que, por el contrario, se basan en la presencia de
los demás. Uno de los grandes peligros de actuar a la manera de hacer y dentro
del categórico marco de medios y fines, radica en la concomitante auto
privación de los remedios solo inherentes a la acción, de manera que uno está
obligado a hacer con los medios de violencia necesarios a toda fabricación, y
también a deshacer lo que ha hecho como deshace un objeto fallido, por medio de
la destrucción.
El perdón es el extremo
opuesto a la venganza, que actúa en forma de reacción contra el pecado
original, por lo que en lugar de poner fin a las consecuencias de la falta, el
individuo permanece sujeto al proceso, permitiendo que la reacción en cadena
contenida en toda acción siga su curso libre de todo obstáculo. En contraste
con la venganza, que es la reacción natural y automática a la transgresión y que debido a la irreversibilidad del proceso
de la acción puede esperarse e incluso calcularse, el acto de perdonar no puede
predecirse; es la única reacción que actúa de manera inesperada y retiene así,
aunque sea una reacción, algo de carácter original de la acción.
La alternativa del perdón,
aunque en modo alguno lo opuesto, es el castigo, y ambos tienen en común que
intentan finalizar algo que sin interferencia proseguirían inacabablemente. Por
lo tanto es muy significativo, elemento estructural en la esfera de los asuntos
públicos, que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no pueden castigar
e incapaces de castigar lo que ha resultado ser imperdonable.
Quizás el argumento más
razonable de que perdonar y actuar estén tan estrechamente relacionados como
destruir y hacer, deriva de ese aspecto del perdón en el que deshacer lo hecho
parece mostrar el mismo carácter revelador que el acto mismo. El perdón y la
relación que establece siempre es un asunto eminentemente personal en el que lo
hecho se perdona por amor a quien lo hizo. El amor debido a su pasión, destruye
el en medio de que nos relaciona y nos separa de los demás.
Mientras dura el hechizo,
el único en medio de que puede insertarse entre dos amantes es el hijo,
producto del amor. El hijo, este en medio de con el que los amantes están
relacionados y que poseen en común, es representativo del mundo en que también
esto les separa; es una indicación de que insertaran un nuevo mundo en el ya
existente. Mediante el hijo es como si los amantes volvieran al mundo del que
les ha expulsado su amor. Pero esta nueva mundanidad, el posible resultado y el
único posible final de un amor es, en un sentido, el fin del amor, que debe
subyugar de nuevo a los amantes o transformarse en otra manera de pertenecerse.
El amor, por su propia naturaleza, no es mundano, y por esta razón más que por
su rareza no solo es apolítico sino anti político, quizá la más poderosa de
todas las fuerzas anti políticas humanas.
34. La imposibilidad de
predecir y el poder de la promesa
En contraste con el
perdón, que siempre se ha considerado no realista e inadmisible en la esfera
pública, el poder de estabilización inherente a la facultad de hacer promesas
ha sido conocido a lo largo de nuestra tradición. La gran variedad de teorías
de contrato desde la época romana atestigua que el poder de hacer promesas ha
ocupado el centro del pensamiento político durante siglos.
La inhabilidad del hombre
para confiar en sí mismo o para tener fe completa en sí mismo es el precio que
los seres humanos pagan por la libertad; y la imposibilidad de seguir siendo
dueños únicos de lo que hacen, de conocer sus consecuencias y confiar en el
futuro es el precio que les exige la pluralidad y la realidad, por el jubilo de
habitar junto con otros un mundo cuya realidad garantizada para cada uno por la
presencia de todos.
El milagro que salva al
mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y natural es en
último término el hecho de la natalidad, en el que se enraíza ontológicamente
la facultad de la acción. Dicho con otras palabras, el nacimiento de nuevos
hombres y un nuevo comienzo es la acción que son capaces de emprender los
humanos por el hecho de haber nacido. Solo la plena experiencia de esta
capacidad puede conferir a los asuntos humanos fe y esperanza, dos esenciales
características de la existencia humana que la antigüedad griega ignoro por
completo, considerando el mantenimiento de la fe como una virtud poco común y
no demasiado importante y colocando la esperanza entre los males de la ilusión
en la caja de pandora. Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su más
gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios
anuncian la gran alegría: os ha nacido hoy un Salvador.
¿Existe
algún salvador? O es
solo una manera humana de sobre llevar los malos momentos, y de esta manera, es
posible a través del discurso persuadir, engañar y aprovecharse para conseguir
poder y de esta manera convertirse en el “salvador” que termina siendo casi
siempre todo lo contrario.
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